Sáb 28.07.2007

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

CORTOS

› Por J. M. Pasquini Durán

La globalización financiera asomó de nuevo esta semana con la cara fea de los capitales especulativos, a partir de las desconfianzas en el futuro inmediato del crédito inmobiliario en Estados Unidos. No hay que ser especialista para advertir que los fondos de inversión escapan de todos lados y buscan el refugio más seguro cada vez que tienen dificultades en cualquier punto de la red internacional, a lo mejor porque nadie como ellos sabe que la globalización no transmite bonanzas de un mercado a otro, pero sí contagia las infecciones, que viajan a la velocidad de las computadoras. Lo cierto es que en la semana hubo caídas de los mercados de valores en todos los continentes y en algunos países, Argentina entre ellos, el derrumbe se extendió a rubros conexos, como los bonos públicos y la cotización del dólar. La razón última de las extensiones, según explican los que saben, hay que buscarla en el movimiento de capitales que llegan al país, se pesifican, compran bonos y los venden en el momento oportuno, para salir en dólares con tasas de rentabilidad más altas que en ningún mercado de valores. Aunque resulte paradójico, la recuperación económica baja las autodefensas nacionales ante los virus de la codicia interna y externa. El éxito necesario en la colocación de bonos que más de una vez exhibió el Gobierno como una marca del renacimiento argentino implica, al mismo tiempo, el riesgo de que ese negocio caiga en manos de los buitres que sobrevuelan el mundo cada día, desde las pantallas globalizadas, buscando la ganancia rápida, sin los inconvenientes de la producción y del trabajo, con el mínimo peligro y la máxima ganancia.

La deuda pública, según datos del primer trimestre del año, ronda los 140.000 millones de dólares, la mitad en pesos. El 85 por ciento de la deuda en moneda nacional se ajusta según el índice CER (inflación), de acuerdo con el mecanismo implantado por la administración durante el ministerio de Roberto Lavagna, actual candidato presidencial de una fracción hostil al gobierno donde el ex ministro hizo fama. Cada punto adicional de inflación le cuesta al Estado alrededor de 1800 millones de pesos en el ajuste CER, de manera que no hay que ser muy avispado para darse cuenta de que a los tenedores de bonos con afán especulativo les conviene engordar sus tajadas con algunos puntos de inflación. Dado que el CER se modifica con los datos del Indec sobre costo de vida, es fácil comprender los intereses que se mueven para desacreditar al instituto estatal, incluidas las torpezas de algunos administradores gubernamentales que han contribuido en los últimos tiempos, queriéndolo o no, a la pérdida de credibilidad de la estadística pública. Cuando economistas mediáticos y candidatos opositores aparecen desmintiendo los índices de inflación porque estaría, según ellos, en el doble del cálculo admitido, no están corrigiendo un error por pulcritud estadística, sino ofreciéndole al capital internacional ganancias adicionales de 20 a 30 mil millones de pesos, si los ayudan a derrocar al actual gobierno.

¿Derrocarlo cómo? Si es posible, aunque no es fácil, con los votos en segunda vuelta, o, llegado el caso, desestabilizando el próximo período presidencial. Desde ya circulan versiones, disfrazadas de diagnósticos socio-económicos, sobre la inestabilidad de una administración encabezada por Cristina Fernández de Kirchner, debido al “desgaste” en el ánimo popular por la continuidad, a la desconfianza del capital internacional y al “aislamiento” de la política exterior por las alianzas con Venezuela y Bolivia, con Cuba por extensión, en detrimento de las relaciones con Estados Unidos y la Europa de los conservadores. Esta semana, la televisión pública retransmitió el documental de Patricio Guzmán sobre Salvador Allende, cuya desestabilización es todavía un modelo que no conviene olvidar. Algunas de las actuales voces plañideras se han alzado para denostar al presidente Kirchner porque denunció en público maniobras especulativas de fondos de inversión, citando a dos de origen alemán, y a la persistente campaña en pro de aumentos de tarifas de los inversores españoles que controlan concesiones de servicios públicos. Han querido ver alguna contradicción entre esas afirmaciones presidenciales y la gira por España y otros países de la senadora Cristina Fernández exhortando a la inversión en los buenos negocios que ofrece la reorganización económica nacional.

La contradicción existe en la estrecha imaginación de los que conciben las relaciones exteriores en términos “carnales”, puesto que en el mundo real sólo existe la descarnada puja de intereses y la única variable merecedora de repudio es la que contraría los intereses nacionales. Esta semana el conservador Sarkozy envió a su esposa, que no tiene otro cargo que el de primera dama, a negociar con Libia la liberación de enfermeras búlgaras, acusada de infectar con SIDA a centenares de niños. El trámite fue exitoso debido a aportes de capital francés en los planes del gobierno del otrora revolucionario maldito Kadafi, que posó para la foto con Sarkó, como lo llaman sus connacionales, distribuida en el mundo entero. A ninguno de los críticos de Kirchner se le ocurrió que esa maniobra contuviera ninguna contradicción ni que la gestora haya sido elegida sólo porque tiene la plena confianza de su marido, pese a que pocas semanas atrás la misma dama fue criticada con severidad por alguna compra privada cometida con tarjeta de crédito, que tuvo que devolver, otorgada por el Estado para viáticos oficiales. No se trata de justificar las gestiones del actual mandatario ni al gran dedo elector, sino de apreciar que las decisiones políticas verdaderas no pasan, no deberían, por los motivos que argumentan con frivolidad los que están dispuestos a escupir contra el viento si creen que pueden obtener algún beneficio electoral o de otro orden.

Tanto en el Gobierno como en la oposición todavía hay criterios de corto plazo para medir sus actos y planificar sus estrategias. El gobierno se justifica porque encontrar un camino de salida del infierno es una tarea que exige improvisación, día por día, al principio casi hora por hora, de acuerdo con la memoria presidencial sobre la gestión cumplida. La oposición, debido a su mismo carácter, no tiene que justificar demasiado, pero aún así deja trascender criterios cortoplacistas, por no llamarlos mezquinos, que no la benefician ni mucho menos al país. Es el caso de las cavilaciones que aparecieron en el PRO sobre el porvenir inmediato de Mauricio Macri, electo alcalde porteño por el 60 por ciento de los votos, a quien algunos de sus conmilitones quieren empujar para que presente candidatura a presidente, con la absurda pretensión de trasladar el porcentual de la Capital al ámbito nacional cuando ni siquiera los bonaerenses estarían dispuestos a repetir en todos lados y en cualquier momento. Es la derecha impaciente –uno de sus arquetipos es Juan Carlos Blumberg– que no encuentra la fórmula feliz para la competencia de octubre, ya que Ricardo López Murphy “mide mal”, según estimaciones de esos estrategas de café, sin advertir que en política, igual que con el capital, hay una etapa de acumulación primaria que requiere tiempo y paciencia. Uno de los errores de cálculo es incluir en sus tradiciones los años de ejercicio político ilegal, ya sea a través del “partido militar y eclesiástico” o de los “golpes de mercado”, en lugar de repudiar esas prácticas. Sin ellas, no es muy larga la tradición política local de la derecha contemporánea, aunque se incluya el período del menemismo a causa de coincidencias esenciales con los conservadores en la visión del país y del mundo. A Macri le queda por delante el enorme desafío de hacer un buen gobierno en la ciudad más difícil del país y sin tener los votos comprados de una vez y para siempre.

Por suerte para los ciudadanos, las campañas electorales suelen traer buenas noticias como resultado de la competencia entre el Gobierno y la oposición. Aumentos de salarios y jubilaciones o, se anunció ayer, la elevación del mínimo no imponible por el rubro ganancias que beneficia a las capas medias de trabajadores y profesionales. La convicción, ratificada por la experiencia, de que son tiempos para obtener algo moviliza a distintas franjas de la sociedad y ofrece un paisaje de crispaciones que luego de la asunción de quien resulte electo/a tiende a calmarse porque deposita las expectativas en el nuevo gobierno. Uno de los objetivos de los que prefieren desestabilizar ya que no pueden ganar en las urnas es que la crispación continúe y aumente en el próximo período. Las opiniones que califican al Gobierno de “fascista” están invitando al derrocamiento por cualquier vía, ya que con el fascismo no hay otra posibilidad digna que la resistencia y la lucha hasta acabarlo “en nombre de la república”. Es un disparate de mal agüero. Los que lo califican de revolucionario también equivocan los adjetivos, y tanto unos como otros enturbian la mirada de los ciudadanos que los escuchan. Más dañino que pensar sólo en el corto plazo son los cortos de entendederas, los zonzos de la política o, para decirlo mejor, “los pelotudos”, en recuerdo de la reivindicación del Negro Fontanarrosa en el congreso de la lengua sobre las llamadas “malas palabras”.

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