EL PAíS › EL TRABAJO DEL EX FUNCIONARIO EN VENEZUELA
› Por Martín Piqué
La frase la solían repetir, cada tanto, diplomáticos e importantes funcionarios de la Rosada. Tenía un sentido tranquilizador, como si quisiera dejar en claro las diferencias. “La relación con Chávez no implica una afinidad ideológica”, se les escuchaba decir en más de una ocasión. Y lo hechos confirmaban esos dichos. A pesar de los deseos de Venezuela, donde desde hace tiempo intentaban que la integración con Argentina fuera más allá de las oportunidades de negocios, el acercamiento de ambos gobiernos se quedaba una y otra vez en los acuerdos económicos. La diplomacia paralela era un instrumento clave en el tipo de relación propuesta desde Buenos Aires. Eso explicaba que los embajadores tuvieran poco acceso a muchas de las operaciones de comercio exterior. Esa particularidad solía generar roces entre ambas partes. Pocos saben, por ejemplo, que el ex canciller de Venezuela Alí Rodríguez, uno de los dirigentes chavistas más valorados en el exterior, tenía una opinión dura del titular del Occovi, Claudio Uberti. Aunque eso no impedía que el propio Chávez lo llamara “Claudio” cada vez que se veían en público.
En los últimos años, Venezuela convirtió en uno de los mercados más dinámicos en términos comerciales. Más allá de sus opiniones políticas, los empresarios argentinos vienen disfrutando del poder de compra del Estado venezolano. El propio Chávez llegó a bromear sobre esa irrupción de hombres de negocios argentinos. “Algunos ya parecen venezolanos”, le dijo a Cristina Kirchner. Uberti era la cara visible de la avanzada nacional en tierras bolivarianas. Al igual que los embajadores, también la Cancillería había quedado al margen. Los diplomáticos presenciaban los anuncios como simples espectadores.
Así sucedió en Puerto Ordaz, donde Kirchner anunció que Enarsa desembarcaba en la Faja del Orinoco. Esa zona tiene una de las reservas de crudo pesado más abundantes del planeta: 1500 millones de barriles. Allí Uberti ya era “Claudio”, tanto para Chávez como para los empresarios argentinos. Uno de los diplomáticos que presenció aquel acto se sorprendió con la broma que circulaba entre los hombres de negocios:
–¿Sabés quién es Chávez?
–Ese de corbata roja que está al lado de Uberti.
La relación con Venezuela había adquirido un interés en lo económico que producía algunos recelos. Como siempre que una de las partes tiene mucha liquidez financiera, sobre algunas operaciones sobrevoló el fantasma de los sobreprecios. Los venezolanos llegaron a quejarse a la Cancillería por el precio que unos empresarios de Buenos Aires les habían puesto a unas ampollas y genéricos. Fue a mediados de 2005 y la compra se concretó por fuera del fondo fiduciario. Un año antes había habido quejas, pero en el sentido inverso: la Cancillería había denunciado un faltante de varios millones en el fideicomiso que Venezuela debía usar para comprar productos alimenticios.
Tanto dinero en juego, era necesario poner la lupa. En Buenos Aires y en Caracas lo sabían, descontaban que cualquier escándalo haría disfrutar a Washington. Ese marco aconsejaba prudencia extrema. El Gobierno eligió a Uberti para manejar el tema. Hace un año su apellido sonó para ocupar la embajada en Caracas pero también en la Justicia, lo que jugó en su contra: la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas lo denunció por negar información del ente de control de peajes.
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