EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por J. M. Pasquini Durán
Un lugar común de este tiempo dice que la imagen vale por mil palabras. Hollywood, esa enorme fábrica de ilusiones, distribuyó al mundo las primeras imágenes de maletines y maletas desbordantes de fajos de dinero, casi siempre mal habido y con peores destinos, del soborno y la extorsión a la compraventa de drogas ilegales. Mediante la lógica inexorable del intercambio, la vida, con ella también la política, no tardó en imitar a la ficción. Para no ir muy atrás en el tiempo, bastará con recordar las dos maletas repletas de dólares que, según los dichos de aquella hora, transportó José López Rega desde Libia hasta Buenos Aires. No hay que ser muy imaginativo para suponer el tráfico de dinero sucio durante los años del terrorismo de Estado que, entre otras prácticas, utilizó el “derecho al botín” y los secuestros extorsivos como partes de su macabra metodología. En los primeros años de democracia, después de 1983, el viaje de la plata negra era con boleto de ida para radicarse en paraísos fiscales o mercados más estables. Con el menemismo, la memoria rápida no puede excluir los jugosos sobresueldos al contado que el pagador sacaba de algún generoso maletín, ni las maletas del “Yomagate” que circulaban por Ezeiza gracias a la autoridad concedida a un ex coronel sirio vinculado con la familia gobernante. Antes de la crisis político-institucional del año 2001, o como parte de ella, hay que evocar las maletas de Pontacuarto con cinco millones de dólares que, según el testigo portador, estaban destinados a coimear senadores nacionales. Desde ya, esta memoria y balance casi seguro no agota el tráfico y eso que excluye a la pura delincuencia.
Con el actual gobierno llegaron algunos juramentos, entre ellos el que repudiaba las prácticas de corrupción que habían enlodado las gestiones precedentes. La razón última del compromiso no era la pureza de los juramentados, que no eran hombres y mujeres superiores, sin debilidades ni tentaciones, sino una convicción de orden práctico: para sobrevivir la política necesita reconciliarse con los ciudadanos y, en ese tren, además de probar que sirve al interés general es imprescindible que muestre espíritu de servicio, renunciando a tratar al tesoro público como patrimonio privado, con todos los renunciamientos que implica, tanto particulares como partidarios, dado que los costos de la misma política aumentan de manera exponencial, en una espiral inflacionaria sin ningún control. Para tener una referencia: los norteamericanos que todo lo cuantifican han calculado que la campaña presidencial en curso demandará un gasto de los competidores, todos sumados, por valor de mil millones de dólares. Son cifras para Estados Unidos, claro está. Durante tres cuartas partes del mandato nacional, aquel juramento fundador brilló como un diamante en el lodo, pese a los mal pensados y a los mal hablados que no llegaban a aportar evidencias irrefutables de las sospechas. Hasta que este año, el último de cuatro y el de plena campaña electoral, reventó la burbuja maloliente en la empresa Skanska, contratista de obras públicas. La primera declaración presidencial fue para asegurar que se trataba de “corrupción entre privados”, pero a los pocos días dos funcionarios de cierto rango cayeron a la banquina desde la caravana oficial, lanzados a defender su integridad ante la majestad judicial.
Más tarde, llegarían las acusaciones contra Romina Picolotti, una joven ambientalista que saltó de la “oenegé” a la función pública, pero su culpa quedó ubicada dentro de los límites del despilfarro antes que del latrocinio. El jefe de Gabinete, Alberto Fernández, no había terminado de justificar el trámite de la novel funcionaria, cuando otro escándalo trepó el escalafón jerárquico, de secretaria a ministra de Estado, arrasando el prestigio militante de Felisa Miceli, que debió renunciar al cargo en Economía después de balbucear endebles argumentos para explicar cómo había llegado una pequeña bolsa –ni maleta ni maletín– con dinero hasta un armario del baño privado de su despacho. “Fue un error, no un delito”, se le escuchó decir, mientras arrastraba en su caída alguna porción del prestigio oficial. Para un año de campaña, parecía que el colmo estaba satisfecho, pero todavía faltaba lo mejor. Claudio Uberti, titular del Organo de Control de Concesiones Viales (Occovi) en el organigrama del Ministerio de Planificación, decidió alquilar un avión ejecutivo para viajar de Caracas a Buenos Aires y, como le quedaban plazas libres, le dio un aventón a un puñado de venezolanos que iban hacia Montevideo, donde estaba de visita el presidente Hugo Chávez. Un celoso aduanero, rara avis de su oficio, en horas de la madrugada, decidió revisar las maletas del vuelo rentado por un ejecutivo de la administración pública y encontró que en una de ellas había puros fajos de dólares hasta sumar 790.550, cuya propiedad fue reconocida por Guido Alejandro Antonini Wilson, declarado para la ocasión acompañante de Daniel Uzcateguy Speech, hijo del vicepresidente de la multipoderosa Petróleos de Venezuela SA (Pdvsa).
Uberti fue eyectado del Gobierno sin vacilación alguna, lo que representó una nefrectomía simbólica del multifacético Julio De Vido, ya que el despedido era del riñón ministerial, destinado más de una vez a tareas que no tenían relación directa con su empleo formal, sobre todo en los diversos negocios que relacionan a Venezuela con Argentina. No es de extrañar que un hombre de tantos afanes, involucrado en negocios públicos multimillonarios, no tenga tiempo para perder esperando el próximo vuelo regular de líneas comerciales. En cambio, es menos comprensible la ligereza en el aventón, ya que en cualquier aeropuerto una recomendación básica es rechazar cualquier encomienda o equipaje de persona desconocida. A esta altura de la campaña, el Presidente y la candidata tienen que rogar a sus ángeles de la guarda para que el destino no los atropelle con sorpresas semejantes, porque una es un accidente, dos es negligencia, pero tres o más pueden ser interpretadas como tendencia. Ningún encuestador ni especialista en marketing electoral podría asegurar todavía el efecto nocivo sobre la cosecha de votos, aunque algunos se animan a conjeturar que, por lo pronto, en la Capital, con la hostilidad latente que demostró la votación por el ingeniero Macri, las proyecciones por el momento no perforan el techo del mínimo histórico del peronismo en el distrito. De todos modos, las encuestas encargadas por corporaciones empresarias le dan a la senadora Cristina alrededor del 45 por ciento de los votos válidos y una ventaja de más o menos 25 puntos sobre el segundo. En cualquier caso, como en el fútbol, ningún partido está ganado hasta que termina, por más que la experiencia indique que la corrupción no quita votos si no va acompañada de incertidumbre económica o de exclusión social infamante.
A la candidata oficial le falta todavía la prueba del mitin popular, donde los argumentos y el lenguaje tienen su propia tonada, muy diferente a los ámbitos académicos, de políticos profesionales o de empresarios, hasta ahora exclusivos destinatarios de los discursos de campaña. La próxima semana habrá una presentación oficial en sociedad del binomio con el mendocino Julio Cobos y por más que en los actos públicos la asistencia es más organizada que espontánea, las ondas del impacto son siempre mayores debido a la difusión mediática. Aunque no siempre los medios, ni siquiera los más benévolos, están tan atentos como para apreciar algunos matices. En una de las tantas ceremonias en las que inaugura alguna obra, Kirchner asistió el jueves a Moreno, en la provincia de Buenos Aires. Al iniciar el discurso, con la protocolar enumeración de autoridades y personalidades presentes, esta vez la nómina incluyó “al señor obispo de la Diócesis de Merlo-Moreno, monseñor Fernández Bargalló”, a quien el Presidente dio “realmente gracias por la bendición, gracias por acompañarnos, es un placer compartir con usted esta instancia tan importante en la vida de tantas familias; (...) yo les quiero decir con toda mi fuerte fe en Dios, que para un ser humano no hay nada mejor que poder mirarle a los ojos a otros seres humanos ...”
No es frecuente que los obispos asistan a ceremonias de este tipo, pero en este caso, además, se trata del actual presidente de Cáritas Argentina y Latinoamericana, obispo de Merlo-Moreno desde que se creó este Episcopado, ya que antes formaba parte de Morón. Bargalló se formó al lado de los monseñores Laguna, ya retirado, y Casaretto, aún muy activo en su estratégica posición de Pastoral Social, de la que depende Cáritas. Las crónicas tampoco registraron que el obispo tuvo una audiencia privada con Néstor y Cristina, al parecer de tono cordial, que Bargalló aprovechó para comentar asuntos relacionados con sus responsabilidades y, en especial, un tema que lo obsesiona: la relación de los jóvenes y la droga en las zonas más humildes. Más allá de los temas del encuentro, habrá sido un remanso para la pareja presidencial un encuentro de este tipo, en una semana que el cardenal Jorge Bergoglio, desde San Cayetano el martes 7 en adelante, dedicó sus mensajes para que los analistas mediáticos, siempre atentos a la aguda retórica del arzobispo porteño, busquen en las líneas y entrelíneas un nuevo motivo de encono o de crítica con el Gobierno. Por el momento, con sus propios problemas, el Gobierno tiene cartón lleno.
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