EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por J. M. Pasquini Durán
Si alguien cree que catorce candidatos a la presidencia de la Nación es un número exagerado que, a la vez, expresa la magnitud de la fragmentación político-partidaria, en verdad reaccciona por poco. Un promedio de tres boletas en los 134 municipios bonaerenses llevan diferentes candidatos locales pero todos con Cristina presidente. Aquí, en Buenos Aires, la excusa puede ser la razón demográfica, pero en Misiones la Ley de Lemas produjo seiscientas listas oficialistas que postulan al mismo gobernador y en el mismo Frente por la Dignidad del obispo Joaquín Piña, aquel del ejemplo cívico, hay anotados 150 sublemas en la provincia y una docena en Posadas. El obispo contaba que en el aula de una escuela convertida en cuarto oscuro hará falta la superficie de 64 pupitres unidos, que ningún aula los tiene, para que pueda alinearse semejante cantidad de boletas electorales. Para el votante que no quiera perder el tiempo lo mejor será que lleve el voto preparado en la cartera de la dama o el bolsillo del caballero.
Pese a tal cantidad de opciones, las abstenciones aumentan, quizá porque el número no expresa diferencias de ideas o proyectos, sino la mera ambición de hombres y mujeres decididos, en su mayoría, a hacer de la política un medio de vida personal sin ningún otro espíritu de servicio. Cualquier sociólogo podría explicar en este punto que en épocas de deconstrucción ideológico-institucional la multiplicación de candidaturas tiene motivos más complejos que la simple avivada de unos cuantos miles, pero la mayoría de la votantes lo escucharía por entretenimiento, ya que en definitiva sus inclinaciones no pasan la media docena de alternativas. Si a las encuestas sobre intención de voto no se les hubiera adjudicado la extraordinaria facultad de predeterminar los giros de la historia, pese a los márgenes de error verificados en la práctica, tal vez hoy en día podría haber una buena dosis de expectativas excitadas, cuando faltan unas seis semanas para la elección de los administradores del próximo turno presidencial.
En cambio, salvo los propios competidores, claro está, casi todos los planes de futuro inmediato suponen, para bien o para mal, que el escrutinio del 28 de octubre hará realidad el proyecto del matrimonio Kirchner. La decisión de la candidata de ocupar buena parte de su tiempo en anudar relaciones en el exterior con gobernantes y empresarios da por sentado que los votos de La Matanza o los de Santa Fe y Córdoba ya están decididos y les pertenecen. Es posible, casi como una concesión a los hábitos tradicionales, que en los últimos días previos al comicio, la senadora por la provincia de Buenos Aires recorra su distrito con algunas caravanas fugaces. Por el momento, el cabotaje está a cargo del actual Presidente, excepto el inminente viaje de ambos a la asamblea general de las Naciones Unidas.
Aunque los adversarios, como es lógico, no pueden aceptar la idea de una victoria premoldeada –en realidad, nadie debería hacerlo en estos tiempos de imprevistos cursos y recursos de la historia–, buena parte de los miembros del poder real, el que maneja la economía y ejerce influencia en la determinación de las políticas públicas, tiene anotado en su agenda el triunfo anticipado. También los que detestan a la pareja, en términos políticos, porque consideran de buena o mala fe, casi siempre en nombre de ortodoxias ideológicas pese a la presunta muerte de las ideologías, que “están desperdiciando una oportunidad extraordinaria” para el despegue del desarrollo sostenido de la Argentina hacia un destino español o, cuando menos, chileno, por inexplicable que sea este último pliegue de la resignación a la vista de las vicisitudes por las que está pasando la presidente Bachelet. Entre los críticos hostiles del minimundo “K” hay de todo, desde conservadores neoliberales y dogmáticos católicos hasta núcleos de la izquierda de diferente pelaje, pero sólo algunos trabajan para desestabilizar al futuro gobierno presunto.
Pese a ser minoría, es un grupo de auténtico poder, con una notable capacidad para instalar sus ideas en el imaginario colectivo, aunque su principal limitación es que no podría ganar ninguna elección verdadera, debido a que si tuviera que explicar en detalle los intereses que defiende lo que se llaman mayorías populares le darían la espalda, como ha sucedido varias veces en el pasado, aquí y en el resto del mundo. Condenado a usar la intriga como su principal instrumento, el grupo de poder hila sus argucias con paciencia de araña. En la actualidad, una de sus principales idea-fuerza acerca del futuro se refiere a la ingobernabilidad de las tensiones de distinto orden y magnitud que desafiarán a la próxima administración, desde la puja de intereses antagónicos hasta las presiones de orden internacional. El pronóstico carga algunas contradicciones argumentales, como ser ésta: las mismas fuentes adjudican al gobierno “K” una vocación hegemónica insaciable pero, al mismo tiempo, predicen una debilidad congénita para hacerse cargo de la realidad. A fin de zanjar el entredicho, apelan a toda clase de prejuicios, desde los que puede despertar una mujer en el sillón de Rivadavia hasta la que suponen inevitable contienda intraperonista, según la cual ningún gobierno de ese signo pudo evitar que la más virulenta oposición nazca de las filas de sus propios conmilitones.
Los recientes anuncios que le atribuyen a Duhalde la voluntad de regresar después del 10 de diciembre en procura de recuperar el control del peronismo hasta las flamantes disonancias en los añosos aparatos del sindicalismo centralizado, con Moyano y Barrionuevo en las cabeceras de la publicitada división, más allá de la vocación de sus protagonistas, podrían anotarse en la lista de sucesos que el tejedor de telarañas inscribe en el catálogo de las dificultades del próximo año. En los comienzos de su nominación, una de las críticas a la candidata era su presunta ignorancia sobre los temas de la economía, pero las opiniones dominantes entre los miembros de IDEA viró hacia una predisposición más favorable después de escuchar a la senadora exponer sus convicciones y responder algunas preguntas, por lo que ya no se habla más de analfabetismo económico, sino de un giro a la derecha en busca del anhelado centro que la reconcilie con el establishment y la mantenga a distancia de las presiones populistas o izquierdistas de la base del peronismo. ¿Será la profundización del cambio, en favor de las mayorías populares, o el cambio consistirá en buscar alianzas con las corporaciones que tantas veces fueron confrontadas por Néstor? Las preguntas que no tienen respuesta, ya que por ahora todo se reduce a la credibilidad que cada uno les otorgue a los compromisos empeñados por el matrimonio Kirchner, también pueden jugar como instrumentos de desestabilización si son ubicadas en el contexto adecuado.
Otro de los temas en rodaje es la relación con las fuentes internacionales de poder. La reciente gira de la candidata por países europeos, con citas preferentes para las opiniones oficiales en Francia y Alemania, no fue un acercamiento necesario para el mutuo conocimiento, sino la oportunidad para el coscorrón: no hay acuerdo con el Club de París, o sea con la Unión Europea, si Argentina no acepta que regresen al país las misiones del Fondo Monetario Internacional (FMI). No hay sentido común que soporte la lógica expuesta: si desea cancelar la deuda tiene que aceptar antes que la palpe y la revise el FMI, como si fuera a pedir préstamos o renovación de pagaré. Es una imposición de poder, ajeno del todo al trámite mismo, una directa injerencia en la soberana autodeterminación del país. ¿Argentina, como Uruguay del Frente Amplio, tendrá que soportar y defender su propia “Botnia” para mostrarles a los inversores que es confiable? ¿Volverá el FMI? El solo enunciado de la posibilidad, no importa si tiene bases ciertas o no, retrotrae al país a la etapa en la que su destino dependía de la opinión de un puñado de técnicos y burócratas de los organismos internacionales de crédito.
A eso se suman los presagios sobre el retorno a la región del águila imperial, entretenida en el último lustro en sus guerras de invasión contra el eje del mal con olor a petróleo. Desde aquel trágico 11-S de la destrucción salvaje de las Torres Gemelas, Estados Unidos concentró su energía en la nación árabe y en el Medio Oriente, sin que hasta el momento haya conseguido un solo éxito que pueda sostener en el tiempo y, en su lugar, canceló derechos civiles de los norteamericanos, avasalló y asesinó pueblos enteros de países soberanos, sacrificó recursos de todo tipo, en primer lugar los humanos (muertos y heridos propios y ajenos se cuentan por miles), instaló cárceles clandestinas con torturas y asesinatos sin control como antes promovía en naciones del Tercer Mundo, alentó el terrorismo suicida y usó la política del miedo y del espanto para conservar por cinco años la adhesión mayoritaria de su electorado, aunque todo indica que perdió esa ventaja y está iniciando el camino de retroceso y frustración. El cambio de gobierno en la Casa Blanca el próximo año, según las especulaciones en curso, replegará de nuevo a Washington hacia América latina, que vivió un tiempo sabático que le permitió avanzar en las ideas y actos de integración sudamericana como pocas veces antes en la historia. ¿Será así o, en rigor, lo que la región avanzó ya no tiene retroceso? Nada más inasible, menos pronosticable, que las sinuosidades de la historia.
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