Vie 28.09.2007

EL PAíS  › OPINION

Los personajes de Puig

› Por Sandra Russo

“Supongo que me dicen posmoderno porque no me interesan para nada las historias realistas, y por eso amo a García Márquez o a Puig. Siento que mi trabajo como escritor es entrar en lo más oscuro de mí, en las zonas más peligrosas y raras de la mente sin ningún mapa o direcciones”. Lo dijo hace unos días Haruki Murakami, el escritor japonés que se consagra en estos días como alguien muy diferente a otros escritores japoneses. Murakami no defiende la tradición. Es un escritor transcultural. Escribe desde esa identidad y hurga en las fallas de esa identidad. Es ese Murakami el que agregó: “Por supuesto que Borges me gusta mucho, pero mi escritor argentino favorito es Manuel Puig”.

Algo de eso hacía Manuel Puig, aunque su obra se desarrollara mucho antes de que existiera una literatura que podía llamarse “transcultural”. Pero Puig era transcultural igual, porque escribía sobre General Villegas, el pueblo chico, con la pericia implacable de quien ya ha escapado a otra cultura, a otro código vital, a otra ética, a otra estética. El pueblo chico que describía Puig en Boquitas pintadas era una manzana pelada de una sola tira que se va enroscando sobre sí misma hasta espiralarse. Así eran las vidas de las mujeres de ese pueblo: tiras enteras de cáscaras. Y la estrategia para huir de la mediocridad y la tibieza nunca era la verdad y siempre el artificio. Es que tan acostumbrados están los habitantes del pueblo chico a portar sus máscaras, que se les han quedado adheridas a las pieles.

Ahora muy cerca del pueblo chico de Puig, un hombre de apellido extranjero y antepasados con lustre apareció muerto y con las manos atadas con alambre. Ni David Lynch hubiese llegado a la miniserie en General Villegas: en el pueblo chico hay que contar las historias sin suspenso, como eran las Mujeres asesinas. De entrada se sabía quién era la asesina. Eso conviene en el pueblo chico, el único lugar de la Argentina donde un crimen se resuelve antes incluso de hallar el cadáver, y porque uno de los cinco imputados, ya detenidos, “se quebró”. En el pueblo chico es posible que ese hombre se quiebre en serio.

El hombre de apellido extranjero y la prostituta detenida eran, los dos, trabajadora sexual y cliente desde hacía mucho tiempo, aunque también habría que revisar esas relaciones en el pueblo chico, donde el anonimato urbano es chiste. Es posible que entre ellos existiera un vínculo difuso, complejo, viscoso, típico de los pueblos chicos, en los que por ejemplo el cliente se demora con la prostituta, después de recibir un servicio, contándole sus problemas conyugales con una esposa que la prostituta conoce, o con un socio que ella también conoce.

Cuando los personajes de Puig quieren escapar del pueblo chico, nada que valga la pena los espera. En la ciudad siguen siendo los que eran, y vuelven. Quedan a solas entre ellos mismos y con ellos mismos en el aislamiento velado del pueblo previsible. Son personajes condenados de antemano, porque la vida en el pueblo chico no se cuida. A veces es tan agónica, o tan asfixiante, que no se cuida. Hay crímenes, y hay detenidos y habrá condenados, a lo mejor porque ésa es otra manera de renunciar a irse.

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