EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
Un grupo indio como comprador de la empresa siderúrgica más grande del país puede ser por lo menos dos cosas: una noticia aburrida, que escapa al interés, y/o la comprensión del llamado “hombre común”; o un hecho notable que –sin tanto esfuerzo– sirve para comprender, casi de un solo golpe, variadas cuestiones de la realidad y debate políticos.
La compra de Acindar por el rey del acero mundial es un dato impactante por el monto en juego y, tal vez antes que eso, por lo que la fábrica significa(ba) en algún registro o memoria social: una suerte de símbolo de país con perspectiva industrialista; de progreso escapado de una lógica única, agroexportadora. Podría decirse que no deja de ser un dato más, agregado a la ya extensa nómina de grandes empresas extranjerizadas. Pero aun así, o precisamente por eso, sirve para que continúe derrumbándose el discurso estúpido de una Argentina aislada del mundo, con inversores temerosos de la “seguridad jurídica” que pregonan como necesidad los economistas del establishment. Ya se vendieron Loma Negra, Bagley, frigoríficos, Perez Companc, Terrabusi, medios de comunicación, entre otros miembros de una lista que sigue y seguirá. ¿Dónde queda el argumento de que el país no es atractivo porque produjo el default más enorme de la historia? ¿Dónde deberían esconderse los tontos o los operadores de prensa que hablan de multinacionales que se sienten amenazadas? ¿Con qué cara pueden continuar repitiendo que negociar con Chávez o manipular la inflación sirve para que en el exterior nos miren con cada vez mayor desconfianza?
A su vez, esas mismas preguntas, susceptibles de quedar teñidas como argumento oficial, tienen el costado de ser demoledoras para la proclamada pretensión kirchnerista de favorecer un “capitalismo nacional”, basado en el impulso a una burguesía nativa y al crecimiento de las pymes. Nada de eso se cumple y apenas si hay, retomando las banderas corporativas del peronismo como partido de Estado, la convocatoria a un pacto social incluyente de empresarios y sindicalistas. En otras palabras, congelar la foto tal como está; y no sacarle ninguna a la distribución de la riqueza, ni al trazado de un modelo de desarrollo que no sea vender materias primas, retenerle una parte de los ingresos a la fiesta del campo y con eso, agarrados de las compras de chinos y adyacencias, durar mientras se pueda. Cabe plantearse la incertidumbre acerca de si acaso no es la opción más eficaz, visto que los denominados países o mercados emergentes tienen cuerda para rato en la adquisición de lo que Argentina produce. Pero hay dos pequeños detalles: sigue habiendo aquí alrededor de quince millones de pobres e indigentes que ven la fiesta por televisión; y cualquier cambio brusco de las condiciones internacionales favorables, que hoy es impensado y hasta impensable, tomaría a ese modelo haciendo la plancha (o sea: haciendo aquello en lo que consiste). El “modesto” sismo de hace unas semanas, en el mundo financiero, fue una advertencia que ya parece olvidada. Los grandes jugadores, de una timba en la que lo peor que puede pasarles es asustarse de la estabilidad en los países de la periferia, justamente, fugaron hacia los bonos de la nación más endeudada del planeta, Estados Unidos; y requirieron que sus filiales “emergentes” giraran fondos para sostenerse en el centro. Un buen apunte para entender que la extranjerización de la economía significa bastante más que el eventual cambio de un capitalista por otro. Las probabilidades de control del Estado no son iguales, vaya Perogrullo, según sea que las patronales determinantes estén en manos de locales o de foráneos. ¿Da lo mismo para Argentina que su acero quede en manos de un monstruo que controla el 10 por ciento de todo el acero del mundo? ¿Qué exigencias le serán impuestas por el cocorito discurso kirchnerista a nuestro nuevo capanga indio? Por lo visto hasta ahora, ninguna. Argentina es permisiva como poco menos que nadie en la regulación de los capitales extranjeros, y los amiguitos liberales también se cuidan de reconocerlo.
Los países desarrollados centrales, pero en particular los admirados asiáticos, crecen al revés. Se integran entre sí, estimulan sus mercados y cooptan afuera. Acá, en la región, todo lo contrario. Y en la parte que le toca a Argentina, por fuera de la bienvenida alianza táctica ¿y estratégica? con Venezuela, no hay pasos que supongan impedir el libre albedrío de los capitales globalizadamente concentrados. ¿Puede hacer algo más el kirchnerismo, o quien sea, en este marco de trasero del mundo con dictadura de los mercados y en el que encima hay el ímpetu prepotente de Brasil como líder irrefrenable del bloque desblocado? La respuesta podría ser que no, pero seguro que hay un sí: reconocer las limitaciones y proponer líneas de movilización y acción populares mucho menos alejadas de su bajada de línea nac & pop. En lugar de eso el Gobierno aparece cada vez más encerrado en construirse una burbuja (de la que el dibujo grosero de la inflación es sólo un episodio), con la excusa de unos actores de poder preocupados únicamente por su interés sectorial –Iglesia, grandes ruralistas, corporaciones mediáticas– y la oposición más endeble que se haya visto desde la recuperación democrática.
Como no podía ser de otra manera, la campaña electoral es un magnífico testigo de esta superficialidad. No hay ideas-fuerza respecto de nada. Ni siquiera cínicos eslóganes del tipo del recitado del preámbulo constitucional, o el salariazo y la revolución productiva, o el médico de todos los argentinos. Sobreviven, eso sí, datos singulares que son estimulantes, como el recuerdo activo del asesinato de Fuentealba, o la lucha de núcleos dispersos pero dinámicos por cuestiones vecinales, de género, de medioambiente. Es importante, para constatar que no hay un sueño profundo. Tanto como la comprobación de que ni ellos ni sus temáticas de denuncia y activismo figuran en la agenda comicial. Algo pasa. Alguien o muchos no tienen la claridad ideológica o la construcción de fuerza necesarias, como para que haya la campaña de elecciones presidenciales más vacía de que se tenga memoria. No hay ni la inflación, ni el estado sanitario y educativo, ni lo que el discurso-taxi llama “la inseguridad”, ni la inversión científico-técnica. Menos que menos podría haber que llegó un indio con alrededor de 550 millones de dólares y se compró Acindar. Se’gual. A no arrepentirse.
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