EL PAíS › OPINION
› Por Washington Uranga
El obispo de 9 de Julio, Martín de Elizalde, acaba de comunicarles a la sociedad y a la Iglesia que “oportunamente” habrá de resolver, de acuerdo con la ley eclesiástica, la situación de Christian von Wernich. El señor obispo de 9 de Julio está en todo su derecho de considerar cuál es la oportunidad para tomar medidas, si es que finalmente así lo resuelve, en contra de quien ya fue condenado por la Justicia como “culpable de gravísimos delitos”, tal como lo reconoce el comunicado dado a conocer por el propio De Elizalde. Pero también la sociedad y sobre todo las víctimas y los familiares de quienes fueron atormentados por Von Wernich tienen el derecho de exigirle a De Elizalde y a la jerarquía de la Iglesia que el sentido de la oportunidad se ajuste no sólo a los intereses eclesiásticos sino a las demandas de justicia. La sociedad argentina y, en particular, las víctimas de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura han tenido sumo respeto por los tiempos y las condiciones de la jerarquía eclesiástica y de sus instituciones. Los obispos no parecen percibir, en cambio, que esos tiempos han llegado a su límite. Porque la jerarquía de la Iglesia no ocupa ya el lugar reverencial que la propia sociedad le otorgó en otros momentos. Porque la religiosidad que sigue vigente en la mayoría del pueblo ya no reconoce a la institución católica como único referente y mediador. Pero también porque las actitudes y las acciones de muchos de los obispos han cimentado parte del descrédito que hoy tiene la jerarquía eclesiástica.
La Conferencia Episcopal, el martes, y el obispo de 9 de Julio, ayer, han demostrado que carecen precisamente de sentido de la oportunidad. Todos desperdiciaron otra ocasión para mostrar un rostro diferente de la jerarquía católica alejado de otros que, con las mismas investiduras, apañaron al terrorismo de Estado. Pero además, con sus gestos estos obispos parecen decir que hasta la sensibilidad frente al horror está mediada por intereses corporativos y por el cálculo mediocre que se cuida para no ofrecer lo que consideran puede ser un flanco débil para la crítica. Como si todos esos costados no hubiesen quedado ya expuestos por el silencio y la falta de claridad de tanto tiempo y como si los obispos fuesen ajenos a la debilidad y, por qué no decirlo, al pecado que es condición de todos los humanos.
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