Jue 25.10.2007

EL PAíS

El editor titiritero fue eyectado como futuro ministro de Cultura

Macri retiró la nominación del pintoresco editor, filósofo, pintor aficionado y enemigo del arte moderno Luis Rodríguez Felder. El candidato había protagonizado un rally mediático lleno de ripios que generó fuerte oposición en los medios culturales.

› Por Sergio Kiernan

Luis Hernán Rodríguez Felder, exitoso editor, ex titiritero, filósofo y autor de novelas, libros de manualidades e infantiles, no será ministro de Cultura del inminente gobierno de Mauricio Macri. Después de una semana en que protagonizó un rally mediático y se hizo súbitamente famoso por sus peculiares opiniones sobre arte, su nominación fue retirada ayer. Rodríguez Felder había quebrado repetidamente la instrucción a todos los ministros designados de no hacer declaraciones y había generado un escándalo innecesario por su enemistad con el arte moderno y su evidente desconocimiento de la industria cultural. Los papelones se apilaron, el pulgar terminó bajando y la cartera queda vacante.

La nominación de Rodríguez Felder como futuro ministro de Cultura de la ciudad causó asombro, porque su nombre era perfectamente desconocido en ese ámbito. La primera sorpresa había sido el desaire al empresario Ignacio Liprandi, referente de cultura durante la campaña. El coleccionista, que hasta había pagado de su bolsillo la edición de un libro con la plataforma cultural del PRO, fue vetado por la Iglesia. En la búsqueda de un nombre alternativo apareció este hombre de 64 años, casado dos veces, padre de cuatro hijas y autor “de cien libros”, de la mano del galerista Ignacio Gutiérrez Zaldívar. El dueño de Zurbarán tiene fluidos contactos con la Iglesia, un sobrino director del centro cultural de la UCA en Puerto Madero y un conocido gusto por la pintura figurativa.

Una vez anunciado su nombre, Rodríguez Felder comenzó a dar reportajes y exhibió una obvia inexperiencia en el tema y opiniones abundantes y pernósticas sobre arte y cultura. Al parecer, su elección se basó en su “éxito” como editor y fundador de Imaginador, firma que produce libros de manualidades, primeras letras, maquillaje, bricolage, chistes, infantiles y de cocina, con alguna antología de cuentos policiales o de misterio y una colección de clásicos que recién arranca. Según su dueño, Imaginador se caracteriza por sus canales de venta, centrados en catálogos de productos no culturales como electrodomésticos y líneas de belleza, y en supermercados. Rodríguez Felder cuenta con orgullo que desde 1991 vendió catorce millones de títulos en “toda América, menos Canadá y Brasil”.

El nominado ministro no ocultó su total inexperiencia en el área de la administración cultural, pero ofreció dos garantías: primero, que estaba “estudiando el organigrama”, y segundo, que “yo no me subo a proyectos en los que voy a fracasar”. Sin embargo, en ningún momento pudo ofrecer algo remotamente parecido a una plataforma de trabajo, aunque dejó en claro que la del PRO era “una serie de buenas intenciones con las que nadie puede estar en desacuerdo” pero que no lo comprometían.

En diálogo con Página/12, Rodríguez Felder fue dejando entrever algunas pocas ideas concretas para lo que hubiera sido su gestión: no hacer ningún cambio de fondo, impulsar un programa para el tango, terminar la Ciudad de la Música en la usina vieja de La Boca y recibir con los brazos abiertos a la Secretaría de Industrias Culturales, que según la nueva ley de ministerios de la ciudad pasa del Ministerio de Producción al de Cultura. El ministro mochado tiene un especial aprecio por su titular, Estela Puente, a la que califica de “persona excepcional” y a quien prometió públicamente mantener en el cargo. El entusiasmo se entiende en parte porque algunos títulos de su editorial Imaginador fueron beneficiados por el programa de apoyo a pymes culturales de Industrias Culturales.

Rodríguez Felder no pensaba ser uno de esos ministros que reclaman más presupuesto, porque un pilar de sus ideas era lograr una ley de mecenazgo para conseguir donaciones privadas. Tampoco daba mayores detalles en el tema, excepto por una preocupación porque las donaciones no pasaran a Rentas Generales “para tapar agujeros” y porque los donantes recibieran el crédito debido: “Si la embajada alemana dona los equipos para la sala de la Ciudad de la Música, por ejemplo, hay que preguntarles por cuál músico alemán quieren que se la nombre”.

Pero el centro de lo que podrían llamarse las ideas culturales del frustrado candidato era un profundo disgusto por el arte moderno más conceptual y experimental. Incapaz al parecer de entender que un ministro no debe guiarse sólo por sus gustos personales –su rol es el de manejar una amplia estructura pública, no su colección particular–, Rodríguez Felder mostraba una inquina notoria hacia el Centro Cultural Recoleta. Casado con la artista plástica Graciela Genovés –que exhibe en Zurbarán y, curiosamente, tuvo una muestra en el Recoleta–, el editor llegó a explicar que el arte conceptual gira alrededor de la ganancia, ya que si “se pega una curita en un lienzo” se termina una obra rápidamente, mientras que “mi mujer, que es una colorista excepcional, puede a lo sumo hacer veinte cuadros por año”.

“El arte posterior al cincuenta se sostiene sobre el prestigio de la pintura”, intentó explicarse Rodríguez Felder. “Se sostiene ahora un arte que... a mí no hay nada que me interese. Está bien que esté en lugares como el Reina Sofía, pero a mí no me interesa, no me dice nada, no me produce ningún sobresalto intelectual, emoción.” Al preguntársele sobre el premio a León Ferrari en la Bienal de Venecia, el todavía nominado explicó a Página/12 que “tiene todo el derecho como artista a hacer lo que quiera, pero también tiene sus costos, hay gente que se va a oponer, gente que va a gritar, gente que va a llorar, gente que lo va a aplaudir y gente que lo va a premiar. El hace esculturas con las que patea a todo un sector de la sociedad... me parece que tiene todo el derecho a la libre expresión, nadie puede impedírselo, pero también tiene que aceptar que haya sectores que no estén de acuerdo porque hiere su sensibilidad. A mí no me produce mucho interés. No me interesa su obra”.

Uno de los planes más o menos concretos del frustrado nominado era “integrar” al Centro Recoleta abriéndolo a “los pintores de La Boca y a los fileteros”. Rodríguez Felder no se privaba ni de criticar a museos nacionales, fuera de su órbita, como el Bellas Artes, en el que no concebía que se exhibiera la obra de algún joven que iba “a la Bienal”. También quería “diversificar” la oferta cultural con nuevos usos de, por ejemplo, sus amados títeres: “Muchos se han burlado de que yo diga que fui titiritero, pero habría que entender mucho lo que quiero decir. Yo quiero que en el San Martín también hagan títeres de sombra y compañías trashumantes que vayan a las villas, a las escuelas. Uno puede lograr entrar a una villa por las asociaciones bolivianas, pero no puedo entrar con actores y escenografías, pero sí con titiriteros”.

Rodríguez Felder seguirá en el sector privado, en su elegante oficina de Almagro y revisando el quinto tomo de su obra filosófica, La Teoría de la Integración, que completa el “Modelo de Filosofía de Felder”. Su logro más notable fue generar una acción para reunir firmas contra su nombramiento y el primer desgaste político en la larga transición del PRO.

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