Vie 26.10.2007

EL PAíS

Cuatro sobrevivientes contra “Selva” o “el Gordo Daniel”

“Me atan a una cama metálica, me ponen un cablecito entre las uñas de los pies y me empiezan a dar picana eléctrica. Ahí vi a una persona riéndose a carcajadas. Después supe que era el Gordo Daniel.” Así fue recibido Víctor Basterra en la Escuela de Mecánica de la Armada. Ayer entró a la sala de audiencias con su bastón, traía consigo una carpeta negra que contenía fotos de casi ochenta represores guardadas por él en la propia ESMA. En su declaración contó que Héctor Febres –alias “Selva” o “Gordo Daniel”– era el jefe del sector cuatro, donde funcionaban varias salas de torturas y se atendía a las mujeres embarazadas. Fue el segundo día de testimonios en el juicio por los delitos de lesa humanidad que cometió el prefecto durante la dictadura militar. Adriana Marcus, Myriam Lewin y Graciela Daleo también relataron ante el Tribunal Oral Federal número cinco su cautiverio en el centro clandestino de detención por donde pasaron cinco mil personas.

“Bueno, te vas a tu casa y te quedás ahí sin romper las pelotas. Pero no te olvides de que los gobiernos van y vienen, pero la comunidad informativa siempre está”, ése fue el fin de los cuatro años y cinco meses que Basterra vivió en cautiverio. El 10 de agosto de 1979, lo secuestró en su casa, junto a su mujer y su hija, un grupo de marinos vestidos de civil. La capucha que le pusieron para llevarlo hasta la ESMA “era dura, parecía de cartón”. En realidad, era de tela, pero cuando las víctimas eran sometidas a la tortura se muerden la lengua “y la sangre brota de la boca empapando las capuchas que luego se secan y endurecen”, explicó el detenido identificado por los marinos con el número 325.

Tras pasar siete meses en el sector conocido como “capucha”, Basterra fue incorporado al grupo de desaparecidos que trabajaba como mano de obra esclava. “Esa tarea –dijo– me permitió sacarles fotos a los represores.” Junto con las víctimas querellantes en este juicio Carlos García, Alfredo Margari y Carlos Lorkipanidse, Basterra tenía la obligación de falsificar documentación para los represores. Explicó que debía que hacer cuatro copias, pero hacía cinco y se guardaba una, porque “sabía que algún día iban a servir”. Aunque no sospechó que iba a ser 24 años más tarde, aportó como prueba las fotos de los casi 80 represores que “formaban parte del aparato para el aniquilamiento sistemático de opositores mediante la tortura y la muerte” y acusó a la Justicia militar de perder muchos negativos que él había extraído de la ESMA.

Entre las responsabilidades que tuvo Febres en la audiencia se ratificó el mando sobre un viaje que realizaron todos los desaparecidos a la isla “el silencio”. El traslado se llevó a cabo por la visita de la Comisión Interamericanca de Derechos Humanos en septiembre del ’79. Durante ese año el centro clandestino de detención estuvo en “remodelación”. Quien comandó el operativo de vuelta fue el jefe de grupo de inteligencia, Febres, “un oficial de Prefectura especializado en la tortura”. El único imputado en esta causa tenía a su cargo las mujeres que quedaban embarazadas. “En la sala de tortura nació una bebé. La tuvimos en brazos, sorprendidos por ver una criatura floreciendo en un lugar de muerte”, dijo Basterra.

Adriana Marcus habló durante casi una hora y sólo cambió de tono cuando las partes comenzaron a realizarle preguntas. Ella había sido secuestrada cuando iba con su padre a buscar una cuna a una casa de la que se mudaba. Estuvo en “capuchita”, la parte superior de la ESMA, que identificó por el fuerte ruido del tanque de agua. En su caso, Febres se presentó “como amigo de la familia” en una comisaría para “levantar el pedido de hábeas corpus”. Les dijo que ella había ido a buscar trabajo y “conoció a un muchachito” por lo que se había olvidado de avisar donde estaba. “Nos levantaban a las tres de la mañana y no sabíamos si nos iban a fusilar o interrogar”, explicó la detenida con el número 382.

Su situación se complicó cuando desde la Embajada de Alemania intentaron averiguar su paradero. Su padre era traductor de alemán y a través de su tía, que formaba parte de Amnesty Internacional, pidieron información sobre ella. Terminaron por ofrecerle ser “resecuestrada por el Batallón 601”, propuesta que rechazaron. “Jorge‘Tigre’ Acosta estaba pensando en ‘mandarme para arriba’ por el pedido de la embajada”, explicó.

“Una persona me tomó por atrás y gritó ‘policía’. Yo grité mi nombre y pedí que avisaran a mi familia. Intenté tomar una pastilla de cianuro pero me la hicieron escupir”, ése fue el comienzo del secuestro de Myriam Lewin por integrantes de la Fuerza Aérea. “Yo soy responsable de tu vida y de tu muerte”, le dijo el primer represor que enfrentó. Febres, responsable de las madres y sus bebés, “les hacía escribir una carta a su familia para que cuidaran de sus hijos hasta que ellas recuperaran la libertad”. Tiempo después, Lewin contó que se lo veía salir de la ESMA con los bebés.

Informe: Sebastián Abrevaya.

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