Sobre más de 20 mil empadronados, unos 3500 detenidos en 179 unidades carcelarias estrenaron su derecho a elegir presidente y legisladores. “Acá un Blumberg no saca ni medio voto”, le dijo a Página/12 Maximiliano, de 19 años.
› Por Irina Hauser
“No, no te voy a decir a quién voté. Sólo digo que acá un Blumberg no saca ni medio voto”, estalló en risas Maximiliano F., un chico de 19 años que lleva nueve meses detenido en el penal de Ezeiza. Es uno de los cerca de 3500 presos sin condena que ayer estrenaron el ejercicio de su postergado derecho a elegir presidente y legisladores. En su caso, además, era la primera vez que votaba en su vida. Leandro G., de 20 años, consultó a su mamá y a su tía para saber a quién elegir. “Cuando entré al cuarto oscuro no sabía qué hacer, no encontraba el nombre que buscaba”, contó. Los partidos políticos a duras penas habían acercado información sobre sus propuestas a las cárceles. Salvo contadas excepciones, tampoco mandaron fiscales a las mesas que funcionaron en prisión.
En todo el país hubo 20.148 presos sin condena empadronados para esta elección, aunque no todos pudieron emitir su voto, en esencia por falta de DNI. Lo hizo algo más del 17 por ciento, según la Cámara Electoral. Se votó en 179 unidades carcelarias. En las del Servicio Penitenciario Federal, de los 2973 internos del padrón votaron casi 800. En las prisiones bonaerenses emitieron su voto 2040 sobre unos 11 mil habilitados. Más allá de las brechas, entre los detenidos documentados al parecer no hubo negativas a participar de la votación. El misterio de cuál fue la fórmula favorita tras las rejas se develaría recién el miércoles o jueves, cuando el tribunal haga el escrutinio.
Para Maximiliano, uno de los once votantes del módulo de jóvenes-adultos de Ezeiza, la única referencia política más o menos cercana era la historia de un abuelo peronista. “Mi viejo, en las visitas, me explicó cómo era la boleta que nos iban a dar y hablamos de que era mejor elegir al que apoye las leyes que nos convienen”, contó, algo sofocado por una chomba Adidas verde y blanca cerrada hasta el último botón. Con un poco de televisión, comentó, logró conocer a algunos candidatos.
El Ministerio de Justicia –a cargo del Servicio Penitenciario Federal– organizó una suerte de tours para que los medios y algunas ONG presenciaran el voto de los presos en Ezeiza, donde abundan imágenes de la Virgen del Rosario de San Nicolás. Eligió una dependencia nueva, donde todavía al entrar se siente olor a pintura y en los canteros crecen flores de colores. Allí, detrás de enrejados múltiples y puertas amarillas automáticas, se agolparon periodistas, fotógrafos y camarógrafos. Unos cuantos eran extranjeros, sorprendidos no tanto por el voto en la cárcel sino por el record de procesados sin sentencia que albergan.
A algunos de los presos se les mezclaba la conmoción por la novedad del voto con la emoción por la llegada de los visitantes. “Cuando dijeron que venían los periodistas yo pensé ‘qué bueno... se puede charlar’”, dijo Leandro, que repite como un versito que lleva dos años detenido por “robo doble en banda agravado”. Leandro vivía en La Matanza. Contó que tiene once hermanos, un padre albañil y que robó “plata, muchas veces”. Ahora cursa la escuela primaria en Ezeiza. Para hablar con Página/12 se sentó en un rincón del gimnasio, pegado a un enorme dibujo de Mafalda.
Las dos mesas que funcionaron en Ezeiza, a cargo de docentes, fueron rotando por los módulos del penal. Las boletas eran cartones plegables: una con las fórmulas presidenciales y otras dos con números y nombres de listas para legisladores nacionales. Eran distintas según el distrito en el que votara cada quien. Para evitar equívocos, un profesor de Ciencias Naturales, con mocasines y camisa a cuadros, entregaba la boleta a los votantes y les explicaba cómo poner el sello en la opción elegida.
En la cárcel de Devoto el trámite fue más engorroso: los propios presos, que al comienzo entraban con cara de susto, debían encontrar en el cuarto oscuro la boleta de su distrito, y las autoridades de mesa varias veces tuvieron que entrar a socorrerlos. Aquí, los propios directivos penitenciarios sacaban las fotos para el recuerdo. Emitieron su voto cerca de 220 internos de mil empadronados, con una interrupción debida a que las urnas se desbordaron y tuvieron que traer nuevas. En esta cárcel, igual que en la mayoría, casi todos votaron antes de las 14, horario de las “visitas higiénicas”.
En Ezeiza, en uno de los módulos de adultos, se formó cola para votar al mediodía. En un pasillo lindante con una huerta que brillaba al sol, cinco muchachos con camisetas de fútbol y zapatillas de marca se mostraban entre sí las fotos de sus documentos. Se hacía notar el contraste de sus cabezas rapadas actuales y sus melenas de otros tiempos. José Guide, de 52 años, se apoyó en el enrejado: “Estuve preso más de una vez, pero es la primera que puedo votar. Está muy bien, pero también deberían votar los condenados”, reclamó. Guide recibió una pena de tres años y cuatro meses por robo, pero apeló. Trabaja en la biblioteca de la cárcel y tiene un pasado de militante peronista. Estaba visiblemente molesto porque “nadie de los partidos se acercó ni mandó material antes de la elección”. Fueron contados los penales donde hubo fiscales de los partidos. Hubo unos pocos del Frente para la Victoria.
“No les interesa, o tienen miedo”, se quejó Rubén Ruiz, que da un taller de gastronomía en Ezeiza, donde fue autoridad de mesa. Algunas ONG como el Centro de Estudios Legales y Sociales, el Servicio de Paz y Justicia, Poder Ciudadano y el Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales se repartieron por distintos penales a ver cómo marchaba todo. La Procuración Penitenciaria esparció sus veedores.
Como parte del tour presidiario, en Ezeiza apareció vestido de sport el ministro de Justicia Alberto Iribarne, que se llevó una sorpresa mientras escuchaba cómo hablaba para una radio –a su lado– uno de los detenidos. “Acá no les importa nada de cómo estamos. Hay días en que no nos dan ni pan. Comemos lo que nos trae la familia”, lanzó Maximiliano. El ministro negó las malas condiciones.
El voto de los presos fue resultado de un reclamo colectivo que impulsó el CELS en 1998 y que en 2002 tuvo un fallo favorable de la Corte Suprema. El Congreso modificó el Código Electoral en 2003 y la ley se reglamentó recién el año pasado. Las provincias no adaptaron sus normas, por eso en la cárcel no se vota gobernador. “Más allá de las dificultades estamos frente a un gran avance. Ahora hay que pulir el mecanismo”, dijo el abogado del CELS Diego Morales. “El alto grado de participación de los presos que tenían DNI –agregó– llama a los partidos a que se ocupen de la situación carcelaria.”
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