EL PAíS
› OPINION
Repodridos
› Por Raúl Kollmann
Carlos Menem no quiere que haya internas porque casi seguro las perdería. El dato es categórico: el 75 por ciento de la gente afirma que no lo votaría nunca. Y si se habla de internas abiertas, menos que menos: sabe que muchos indepen-dientes le irían a votar en contra.
Eduardo Duhalde no quiere internas. Su candidato, José Manuel de la Sota, no enciende pasiones. Encima, hay muchos dirigentes e intendentes duhaldistas que no quieren sumarse al gallegomóvil porque perciben que a sus punteros y buena parte de la población les siente gusto a nada.
Adolfo Rodríguez Saá tampoco quiere internas: le va bien en las encuestas en la población en general y presiente que las internas del PJ van a ser escenario de una encerrona de la que va a salir mal parado. Su aparato es débil en Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Capital, por lo que puede perder.
Néstor Kirchner y Juan Carlos Romero tampoco quieren internas. El primero avanzó bastante en las encuestas pero sigue a considerable distancia y el aparato se lo comería crudo. Romero casi no tiene chances.
El radicalismo preferiría que no haya elecciones por una década: sabe que va a la catástrofe electoral y que el destino le marcará una segura pérdida de bancas en las dos Cámaras. La interna sólo le sirve a la UCR para resolver quién quedará a cargo de la reconstrucción partidaria.
Ni Carrió ni Zamora quieren las internas y hasta amagan con la abstención si no se van todos. Además, si se presentan, lo más probable es que en ambas fuerzas haya lista única. En el centroderecha, tampoco Ricardo López Murphy o Patricia Bullrich evalúan participar de internas e igualmente necesitan tiempo para ver si sus candidaturas prenden.
En resumen, nos vienen cambiando las reglas de juego por una razón obvia: los dirigentes políticos no quieren internas. Los partidos mayoritarios votaron una ley hace un par de meses, pero ahora dicen que los padrones no están, que organizar todo es muy difícil y que la ley no funciona. Inventan excusas, chicanas, debates falsos y sobre todo nos tienen repodridos con el uso de las palabras “trans-parencia” y “participación”.
La frutilla del postre es lo que se viene: la ley de lemas. Los votos de Kirchner sumados a los de Menem, los de De la Sota sumados a los de Rodríguez Saá, todos conformando un total del PJ absolutamente trucho. Es una falsificación del voto del ciudadano: el que quiere apoyar a Kirchner no quiere a Menem, y viceversa. El único objetivo de esta maniobra es resolver la interna justicialista. El PJ tiene cuatro arqueros, entonces desde ahora el reglamento de fútbol obligará a poner cuatro al arco. Y la gente, que siga en la tribuna mirando.