› Por Javier Lorca
Las caras del conflicto
El drama que construyen los Estados nacionales tiene dos roles protagónicos: identidad y alteridad. El espacio donde la ficción de la nación evidencia su carácter ha sido y sigue siendo –y poco tiene que ver con el fenómeno rotulado como globalización– la frontera, por eso escenario históricamente privilegiado del conflicto. En el caso de las pasteras, es difícil imaginar la existencia del diferendo sin la existencia del límite político y sus consecuentes criterios de inclusión y exclusión. De haber un nosotros comunitario y regional, beneficios, costos y riesgos se asumirían en conjunto y por igual. Al no haberlo...
Lejos de incurrir en tales pecados de especulación abstracta, los artículos compilados por Vicente Palermo y Carlos Reboratti en Del otro lado del río. Ambientalismo y política entre uruguayos y argentinos, publicado por Edhasa, abordan el conflicto de las papeleras (hoy sólo Botnia) con abundante información, distinguiendo y analizando actores y factores, asechándolo y poniéndolo en contexto sociohistórico, hasta conformar una mirada integradora y multidisciplinaria que enriquece la comprensión del problema.
Con trabajos de sociólogos, geógrafos y politólogos argentinos y uruguayos, el libro se abre con un relato pormenorizado y cronológico del conflicto, que llega hasta mediados de este año, a cargo de Lucía Aboud y Anabella Museri. Luego siguen dos artículos desde la perspectiva uruguaya. Raquel Alvarado considera la instalación de las plantas procesadoras de celulosa como parte de una política forestal que busca transformar el modelo productivo nacional. Y François Graña indaga, mediante entrevistas y articulando el concepto de gobernanza, las lógicas operantes en los actores sociales involucrados. Desde la ciencia política, Juan Lucca y Cintia Pinillos examinan cómo las especificadas de la realidad política entrerriana, y sus relaciones con la nacional, incidieron en las facetas del conflicto. Con una mirada de las relaciones internacionales, Miriam Gomes Saraiva y Marcelo de Almeida Medeiros analizan el rol de actores subnacionales (Entre Ríos) en la esfera del Mercosur.
Una genealogía y una taxonomía de los movimientos ambientalistas resume Reboratti, en cuyo marco les asigna un papel especial a las fábricas de pasta de celulosa: “Por su potencial como contaminadoras... han sido el foco de conflictos ambientales en muchas partes del mundo, sobre todo a partir de principios de los ’90”. La especificidad de la disputa argentino-uruguayo radica, justamente, en que implica a dos naciones. Al igual que en el primer y tardío caso en que apareció en Argentina un reclamo social ambiental (en la Quebrada de Humahuaca, en 2000), Reboratti caracteriza con dos elementos al movimiento espontáneo conformado en Gualeguaychú: “La identidad territorial y el valor atribuido a la naturaleza como recurso paisajístico”, con la novedad de que “los actores no se encuentran ubicados todos en el mismo país, lo que introduce una nueva escala, tal cual es la intervención diplomática”. La intervención del gobierno argentino es caracterizada como cambiante porque –destaca el autor– “la Argentina no tenía, ni tiene, una política ambiental cuyos lineamientos pudiera seguir para intervenir en un conflicto”.
El artículo que cierra el libro está a cargo de Palermo. Tras centrarse en las dimensiones político-culturales argentinas que han determinado ciertas características de la disputa, Palermo traza los senderos viables hacia una posible superación del conflicto, preocupado por los riesgos implícitos en su prolongación indefinida, a saber: “Desaprovechamiento definitivo de las ganancias que acarrearía la cooperación ambiental, económica y comercial en el sector forestal papelero; creación de un diferendo político-diplomático crónico que afecte por muchos años las relaciones argentino-uruguayas, así marcadas por la mutua desconfianza; incidencia del conflicto en un eventual proceso de disgregación del Mercosur. Y el peor de todos: que por primera vez un conflicto entre uruguayos y argentinos adquiera encarnadura social y cultural, convertido en una causa nacional que intoxique a jóvenes generaciones y proporcione alimentos nuevos a los sempiternos nacionalismos”.
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