El gobernador bonaerense pensaba que iría como ministro o titular de Diputados, aunque finalmente recalaría en la embajada en París.
› Por Martín Piqué
Felipe Solá se siente en estos días como el hombre que está solo y espera. El título del clásico libro de Raúl Scalabrini Ortiz escrito en los años ’30 resume las desventuras del saliente gobernador de Buenos Aires. Solá quería ser presidente de la Cámara de Diputados. Su pretensión, para muchos, resultaba natural luego de estar seis años al frente de la provincia más grande del país (y de haber asumido la gobernación justo en su peor crisis económica). Incluso tenía a su favor la tradición legislativa de que el titular de la Cámara debía ser un bonaerense. Pero el cargo quedó en manos del jujeño Eduardo Fellner –hubo quienes presionaron para que así sucediera–, y Solá debió resignarse a lo que consideraba su opción B: ser ministro de Medio Ambiente del gabinete de CFK. Tampoco pudo ser esa alternativa: la cartera no recibió rango ministerial y quedó en manos de Romina Picolotti. Hoy le queda el ofrecimiento de la embajada en París, o simplemente asumir como diputado raso. Hasta anoche Solá aún no había aceptado cambiar La Plata por París.
La embajada en París sería un destino perfecto para muchos funcionarios. Una bellísima ciudad, un destino que promete tener más influencia política con el francés Dominique Strauss-Kahn en la presidencia del FMI. El lugar ideal para alejarse un tiempo de la coyuntura, hacer contactos internacionales y volver en dos años. Esa era la alternativa que imaginaban algunos allegados a Solá, también influyentes miembros del oficialismo. El hombre en cuestión, sin embargo, no parecía tan convencido. Aunque le planteaban esos argumentos, el gobernador no se mostraba muy dispuesto a alejarse del país: aceptar una embajada, aunque sea de primera línea, ¿significa desaparecer de la política vernácula?
Solá todavía no tiene la respuesta. Los dirigentes que lo han acompañado en estos últimos años también tienen dudas. Cuando se les pregunta por el gobernador, dicen que sus contribuciones al kirchnerismo no fueron reconocidas por el Presidente. El primer aporte de Solá al proyecto de Kirchner fue iniciar la ofensiva contra el duhaldismo en su propio territorio. Como contrapartida el gobernador tuvo que enfrentar una Legislatura indócil, que se negaba a votar el presupuesto. Pero la cooperación de Solá no se detuvo allí. En las últimas elecciones, y mientras una buena parte del Gobierno apoyaba a los intendentes del sur del conurbano que iban por su reelección, el gobernador apoyó a varios competidores que no tenían la pelea ganada, ni mucho menos.
Entre los candidatos que apoyó Solá estuvieron los intendentes electos de San Miguel, Joaquín De la Torre; de Quilmes, Francisco “Barba” Gutiérrez; de Lanús, Darío Díaz Pérez; de Almirante Brown, Darío Giustozzi. La ayuda de Solá fue más visible en el caso de De la Torre, presidente del Club Regatas de Rugby y vencedor del riquista Oscar Zilocchi, pero sobre todo en Quilmes, donde Gutiérrez tuvo que enfrentar al delfín de Aníbal Fernández, Sergio Villordo, sin ningún apoyo ni venia de la Rosada. Los colaboradores del gobernador creen que el papel político que jugó Solá en la elección del 28 de octubre no fue ni premiada ni tenida en cuenta a la hora de elegir al presidente de la Cámara de Diputados. El gobernador terminó perdiendo ese lugar en manos de Fellner.
El jujeño llegó hasta ese lugar con el apoyo militante de otro bonaerense: el matancero Alberto Balestrini. Futuro vicegobernador de la provincia, en su momento Balestrini supo ser uno de los intendentes más cercanos a Solá. Algo los distanció, ya no es un secreto. Dirigentes que conocen mucho al gobernador y son vecinos suyos en La Plata dicen que Balestrini hizo todo lo que pudo para que Solá no fuera su sucesor en la presidencia de la Cámara de Diputados. “Es de la vieja escuela, no deja crecer nada a su alrededor”, dijo a Página/12 un legislador que conoce a los protagonistas de esta historia. Se refería a Balestrini. Los reproches contra el ex intendente de La Matanza obvian un dato que en el Congreso era un secreto a voces: la mayoría de los diputados del oficialismo no veía con buenos ojos que Solá ocupara la presidencia de la Cámara.
Anoche Solá seguía de reunión en reunión. Sus colaboradores todavía no conocían su respuesta sobre el ofrecimiento para ir a París. Algunos veían probable que rechazara la embajada. “Se está construyendo una casa por el Oeste, no quiere irse del país. Va a asumir como diputado raso, para que a la Rosada le quede claro que le deben una”, vaticinó un allegado en diálogo con Página/12. Otros daban por descontado que aceptará la oferta, no le encontraban otro destino respetable que fuera acorde con sus pergaminos: un gobernador saliente que estuvo un mandato y medio al frente de la provincia de Buenos Aires y que dejará el poder con una aprobación más que aceptable en las encuestas.
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