EL PAíS › BENDINI A LA HORA DE LA VERDAD
La verdadera historia sobre el relevo del jefe de inteligencia del Ejército. Con una versión interesada, Bendini trató de descargar su responsabilidad en Aníbal Fernández y en la SIDE. Los subtenientes y tenientes de Videla integran la actual cúpula. Las intrigas de inteligencia son ineficaces frente a un gobierno con buena información y que no acepta relativizar el control civil sobre el instrumento militar.
› Por Horacio Verbitsky
La desproporcionada reacción del Estado Mayor del Ejército por el relevo de su jefe de inteligencia escenifica la lucha de Roberto Bendini por la supervivencia, luego de haber apostado al reemplazo de la ministra de Defensa Nilda Garré. Por debajo de las apariencias circulan inquietantes corrientes subterráneas, que traen y llevan datos sobre la función que cumplieron hace tres décadas varios integrantes de la actual cúpula del Ejército, cuando eran los subtenientes y tenientes de Jorge Videla.
El caso fue mencionado el domingo pasado en un brevísimo texto en esta página. Decía que “la capacidad de autosugestión hizo que algunos jefes de las Fuerzas Armadas imaginaran el relevo de la ministra que reglamentó la ley de defensa y jerarquizó el Estado Mayor Conjunto. Pero eso sólo demuestra que aparte de la prohibición legal, tampoco les conviene hacer inteligencia interior porque les sale mal”. Ante las constancias de la ingenua tentativa de la burocracia castrense por digitar la designación de las autoridades civiles, el presidente Néstor Kirchner decidió proceder en silencio pero en forma contundente. Es la primera vez que el ministerio de Defensa, luego de consultar con el Comandante en jefe, releva a un jefe de inteligencia. Los ministros y los presidentes a lo sumo relevaban a los jefes de Estado Mayor, pero una vez designado el sucesor, le daban amplia libertad para hacer y deshacer a su gusto. Tampoco tenían buena información sobre lo que ocurría en las Fuerzas Armadas. La única réplica posible para ese grupo de generales fue instalar una versión interesada de los hechos, con la finalidad de salvar a su jefe. Lo hizo mediante una filtración dirigida a dos diarios nacionales por el secretario general del Estado Mayor, general Roberto Gustavo Fonseca, un apellido que brilló en el generalato de la penúltima dictadura. Su versión, reproducida por Clarín y La Nación, decía que el jefe de inteligencia, general Osvaldo Montero, había sido relevado debido a una operación contra la ministra Garré y en favor de su reemplazo por Aníbal Fernández. El parte castrense extraoficial afirmaba que la Secretaría de inteligencia grabó conversaciones de Montero y excluía de cualquier sospecha de vinculación con el episodio al jefe de Estado Mayor, Roberto Bendini. El señalamiento a la SIDE y al ministro del Interior Aníbal Fernández y la simultánea exculpación de Bendini revelan una típica jugada de control de daño. Fonseca, igual que Montero, que el general Jorge Tereso, director de Planeamiento del Ejército, y que el retirado general Gonzalo Angel Palacios son hombres de la confianza personal de Bendini, quien los designó y los conduce. Sólo hay dos posibilidades: Bendini ignoraba las actividades de su amigo Montero, y es un inepto, o las respaldaba y es algo peor.
Qué, cuándo y dónde
Apuntarle a Fernández es una maniobra de distracción. Según el ministro, advertido de que no se renovaría su mandato en Interior, le adelantó al jefe de gabinete que no deseaba ir a Defensa. Fastidiado por tener que servir a las órdenes de una mujer, Bendini hizo ante testigos el elogio de Fernández como eventual sucesor de Garré, dando por supuesto lo que sólo era una expresión de sus deseos. Fernández comenzó por negarlo, durante un reportaje radial con el periodista Ernesto Tenembaum y terminó por admitirlo. No recordaba que Bendini hubiera dicho: “Vos tenés que ser nuestro ministro”. Pero agregó que, “si fuera cierto”, sólo sería “un halago, un gestito, porque había sido un día de homenaje a la Policía, porque acababa de dar un discurso donde yo remarcaba la responsabilidad que tiene la Fuerza ante la sociedad en este momento”. El periodista no había mencionado el acto del Día de la Policía, el 26 de octubre, dos días después de las elecciones. Es decir que el ministro no recordaba lo que le habían dicho, pero sí cuándo y dónde. “Dialéctica no”, atinó a replicar Fernández. Las insidias contra la ministra, difundidas por Montero a través de medios hipercríticos de Garré pero también de Kirchner, procuraban asegurar ese desenlace.
Cosa de hombres
Garré sacó de unidades militares y trasladó a una unidad penal a los detenidos por crímenes de lesa humanidad, fortaleció el Estado Mayor Conjunto, reglamentó la ley de Defensa, suprimió el viejo Código de Justicia Militar y las previsiones discriminatorias de género, como las prohibiciones de casarse con personal militar de otra jerarquía o con personal de las fuerzas de seguridad; organizó programas de “derechos humanos y construcción de ciudadanía en el contexto democrático para las Fuerzas Armadas”, como el que culminará el lunes 3, con la participación del Instituto Latinoamericano de Seguridad y Democracia y el reino de Holanda.
Su trato con los jefes de Estado Mayor es sincero. Aníbal Fernández sabía que la presión por la prensa no es un método idóneo para condicionar decisiones presidenciales y que, aislados en Calafate, Kirchner y CFK tomarían solos las principales decisiones. Para congraciarse con quienes podrían ser sus próximos subordinados, le bastaban sus bigotes. La explicación que dio esta semana Fernández acerca de su falta de conocimiento sobre cuestiones de Defensa no dice gran cosa. Eso es lo que más atractivo lo hacía a los ojos de quienes no quieren intromisiones en lo que consideran su coto privativo. Además, desde 1983 ninguno de los ministros designados en esa cartera sabía distinguir un tanque de un transporte blindado de tropas. La única excepción a esta regla es Horacio Jaunarena, pero sólo porque lo aprendió cuando fue secretario del mismo ministerio, nunca antes.
Modus operandi
En diciembre de 2003 el entonces ministro José Pampuro anunció que Tereso había sido removido como secretario general del Ejército (el cargo que hoy ocupa Fonseca) y que se le había aplicado la máxima sanción disciplinaria por haber pedido a la justicia que seis ex integrantes del Batallón de Inteligencia 601, detenidos por crímenes de lesa humanidad, pasaran las fiestas de Navidad y Año Nuevo con sus familias. Esos oficiales, junto con el último comandante en jefe del Ejército durante la dictadura, Cristino Nicolaides, están sometidos a juicio en este momento. Ya terminó la ronda de testimonios y se espera que la sentencia sea dada a conocer por el juez federal Ariel Lijo antes de fin de año. Se trata del primer juicio a militares desde la nulidad de las leyes de punto final y de obediencia debida. Hasta ahora sólo fueron juzgados un policía federal, uno bonaerense, un cura católico y un prefecto.
Cuando se conoció el pedido de Tereso al entonces juez de la causa, Claudio Bonadío, el Ejército sostuvo que no lo había consultado con Bendini. Sin embargo, una vez cumplida la sanción, en vez de ponerlo en disponibilidad como paso previo a un seguro retiro, Bendini intercedió ante el presidente Néstor Kirchner para que se le asignara un nuevo destino. Alegó que era un hombre capaz y confiable, que no había procedido con mala intención y que de otro modo la conducción del Ejército se le volvería más difícil. La verdad de lo sucedido recién se conoció en forma oficial en diciembre del año pasado, cuando el CELS impugnó el pedido de ascenso de Tereso. El ahora senador Pampuro informó por escrito a sus colegas de la Comisión de Acuerdos que en aquella ocasión “Tereso no había actuado por iniciativa personal sino en el marco del vínculo jerárquico”, es decir por orden de Bendini. El Senado aprobó entonces su pliego, pero no hubo ninguna sanción para quien había dado la orden objetada por el presidente. Desde entonces, Tereso es el director de Planeamiento del Ejército.
Sepultureros
Aquellos procesados del ex 601 por quienes intercedió Tereso fueron compañeros del general Palacios, rescatado por Bendini de la gran purga de 2003. En 1976, cuando prestaba servicios en Campo de Mayo, Palacios fue comisionado para deshacerse del cadáver del guerrillero Roberto Santucho, muerto en uno de los pocos enfrentamiento reales de aquellos años, con el capitán Juan Carlos Leonetti, quien también perdió la vida ese día. El cuerpo fue exhibido en el Museo de la Subversión, lo cual está documentado en fotografías que Martín Balza entregó a la justicia cuando fue jefe de Estado Mayor. Pero a pesar de la legitimidad del procedimiento, el Ejército decidió que el cuerpo debía desaparecer, como el de Eva Perón dos décadas antes. En 1977 Palacios fue jefe de personal y ayudante de campo del Comandante del Regimiento de Infantería de Monte 28, de Tartagal. En esa unidad, que fue entrenada por los Rangers estadounidenses, funcionaba un campo clandestino de concentración en el que había entonces 300 detenidos-desaparecidos. En 1979 participó en la misión clandestina en Centroamérica, cuando la dictadura decidió hacer política exterior enseñando a secuestrar y torturar a los camaradas del istmo. A raíz de ello fue contratado como instructor de contrainsurgencia en la Escuela de las Américas. Ya como coronel y a cargo de una de las Escuelas de Armas del Ejército, Palacios recibió la tarea de remover cadáveres cuyo hallazgo podía ser comprometedor, entre ellos el de Santucho. Así surge de un informe que circuló en el Ejército luego de que Kirchner ordenara buscar los restos del ex jefe del PRT-ERP. El informe dice que el segundo de Palacios era en ese momento el ahora relevado jefe de inteligencia, general Montero. Los ascensos de Palacios fueron impugnados ante el Senado en 1995 y 1997 por el presidente fundador del CELS, Emilio Mignone. Sin embargo, en 1999 Fernando de la Rúa lo ascendió a general de brigada y en 2003 Bendini pidió que no pasara a retiro junto con la cúpula que acompañó a los generales Ricardo Brinzoni y Daniel Reimundes. Alegó para ello que era un “general nacionalista” al que necesitaba para apoyar su conducción. La reaparición del par conceptual nacionalistas-liberales, establecido durante las décadas de autonomía castrense respecto del poder político, es uno de los peores retrocesos ocurridos durante la gestión de Bendini, pese al rechazo a esa concepción tanto por parte de Kirchner como de Garré. Bendini, con el apoyo de algunos dirigentes de la segunda y tercera línea del gobierno, hizo hincapié en la idea del Ejército como partero de la Nación, cuyo nacimiento ubica en la resistencia española y criolla contra las invasiones inglesas de 1807. El CELS volvió a impugnar a Palacios en 2005 cuando Bendini intentó ascenderlo a general de división, Kirchner le negó esa promoción y debió pasar a retiro a fin de ese año. Bendini no pudo seguir defendiéndolo, cuando “el nacionalista” Palacios condujo un ejercicio basado en una hipótesis de conflicto armado con Chile, objetado por el ministerio de Defensa cuanto todavía estaba a cargo de Pampuro.
Yo sí, pero tú también
Otro episodio significativo ocurrió en agosto de este año, cuando el periodista José Eliaschev informó en el semanario Perfil que Tereso había sido condecorado por la Armada a raíz de su actuación en el grupo de tareas de la ESMA. Por decisión oficial, Bendini le pidió explicaciones. Tereso respondió que nunca había recibido esa condecoración y recordó un episodio de 1976, cuando estaba de retén en el Regimiento de Granaderos y fue requerido en apoyo de una operación de la ESMA, que había concluido cuando llegó al lugar, en la que murió un marino y no hubo civiles detenidos ni muertos. Con toda intención, Tereso incluyó en su contestación que también Bendini prestaba servicios en esa unidad en aquel año. Para evitar más sorpresas, el ministerio de Defensa pidió a las tres fuerzas que informaran acerca de todos los oficiales y suboficiales condecorados por su actuación en la guerra sucia. El informe de Bendini incluye a Tereso, pese a la negativa del interesado.
La vida te da sorpresas
Bendini es miembro de la promoción 99 del Ejército, que egresó del Colegio Militar en diciembre de 1968, es decir que era teniente recién ascendido al producirse el golpe de 1976. En esa misma promoción estudió, pero no llegó a graduarse, el periodista Juan B. Yofre, jefe de la SIDE durante el gobierno de Carlos Menem, quien tuvo una participación destacada en el episodio que culminó con el alejamiento de Montero y uno de los especialistas en la difusión de acción sicológica de baja calidad. Varios de los integrantes de esa promoción reprocharon a Bendini haber descolgado el retrato de Videla en el Colegio Militar, en cumplimiento de una orden presidencial. Como vocero de ese malestar, Yofre publicó en su último libro Fuimos todos. Cronología de un fracaso, 1976-1983 una foto de Bendini junto con Videla, cuando integraba la custodia del dictador. El propósito expreso de la obra es diluir las responsabilidades políticas, éticas y penales. Pero su texto es una enumeración de torpezas e incompetencias cometidas por Videla, Massera & Cía y una ventilación de intrigas entre funcionarios de la Cancillería. Las diferencias entre Yofre y Bendini fueron superadas ante la enemiga común. La versión del Ejército sobre el relevo de Montero y la situación de Bendini señala que Garré supo de las murmuraciones del jefe de inteligencia por grabaciones realizadas por la SIDE. Clarín sostuvo, incluso, que para ello un funcionario de la SIDE al que identifica como Fernando Pocino le dejó su celular cuando Montero estuvo internado en el Hospital Militar y que por ese aparato hizo los “comentarios críticos” sobre Garré. Esta versión tiene una imposibilidad cronológica: Montero se internó después de la decisión ministerial de relevarlo, para dilatar la ejecución de la orden y especular con la designación de un nuevo ministro que lo repusiera en el cargo. Por eso no asistió al acto del Día de la Inteligencia, durante cuyo transcurso se recibió el balde de agua fría de la confirmación de Garré. Montero tampoco hizo comentarios críticos sobre su superior, sino que difundió informaciones falsas a periodistas y operadores de inteligencia. Por alguna razón que no se explicita, todas esas publicaciones inspiradas por Bendini y Fonseca dan por supuesto que la SIDE no sólo escuchó las conversaciones de Montero sino que lo hizo sin orden judicial. La vida te da sorpresas.
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