Mié 04.09.2002

EL PAíS  › HOMENAJE A LAS VICTIMAS DE EL VESUBIO EN ATE

Alimentando la lucha social

Se realizará hoy el acto en memoria de las víctimas del centro clandestino que funcionó en Camino de Cintura y Riccheri.

› Por Victoria Ginzberg

Mientras entraba a El Vesubio en un auto, con la cabeza tapada por una campera, Jorge Watts recibía golpes en todo el cuerpo. Cincuenta noches después salió encapuchado en la caja cerrada de una camioneta. Nunca vio el lugar por fuera. Su mayor recuerdo es el piso de cerámicas rojas con bordes blancos. Ahora atesora en su casa dos piezas de ese suelo que espió durante aquellos días interminables de mediados de 1978. Watts fue una de las miles de personas que pasaron por el centro clandestino de detención que funcionó en el Camino de Cintura y Riccheri, a las que hoy se homenajeará con un acto en el auditorio de ATE (Asociación de Trabajadores del Estado).
Familiares y amigos de los desaparecidos de El Vesubio y sobrevivientes de ese campo de concentración realizan todos los años, desde 1981, un homenaje a las víctimas. “Este año, particularmente –dice Watts, uno de los motorizadores del evento– el acto es de los que luchan.”
“La situación es diferente a la de casi todos los años anteriores, por un lado, por la degradación, la miseria, el hambre y la marginalidad que han aumentado mucho, pero por otro lado también por el descrédito de la clase política y el hecho de que la gente se haya movilizado y sacado a un Presidente sin tener que golpear los cuarteles por primera vez en la historia y el estado general de movilización. Lo que tratamos de poner en el acto es lo que harían los compañeros desaparecidos si estuvieran entre nosotros”, asegura Watts y anuncia que a partir de las 19 en Belgrano 2533 se reunirán piqueteros, asambleístas y trabajadores de Grisinópolis, una fábrica de grisines ocupada por sus obreros.
Watts fue secuestrado el 22 de julio de 1978, pocos días después de que se terminara el Mundial de Fútbol. Lo subieron a un auto en la calle, en el barrio de Constitución, cuando salía de su trabajo en la fábrica de galletitas Bagley. Después de los cincuenta días en El Vesubio, fue dejado con otras seis personas (tres hombres y tres mujeres) en la puerta del Batallón de Logística número 10. A todos los recibió el represor Hernán Tetzlaff, quien ahora está preso por haberse apropiado de la hija de los desaparecidos Hilda Torres y Roque Montenegro. El entonces mayor del Ejército, que era un personaje habitual en El Vesubio, simuló que no conocía a los detenidos hasta que le preguntó a Watts, a quien había interrogado a cara descubierta, cómo estaba del dolor de la rodilla.
“Yo le voy a hacer unas preguntas y usted me contesta según el escrito que tiene ahí”, le dijo un militar llamado Arquímedes García a Watts. El escrito era un papel en el que los represores habían plasmado su versión sobre las acusaciones y supuestas responsabilidades de los secuestrados en actos “subversivos”. “No. Usted pregunte lo que quiera y yo le voy a contestar lo que le tenga que contestar”, le respondió el hombre al oficial. Ante la resistencia del detenido de someterse dócilmente a los caprichos de sus captores, comenzó una discusión que el represor cortó al llamar a un cabo para que simulara ser Watts y respondiera al libreto.
La innecesaria parodia (podrían haber redactado lo que quisieran o directamente obviado el trámite que era de la misma ilegalidad que los secuestros) es parte de las anécdotas de terror cuasi surrealista sobre lo que ocurría dentro de los centros clandestinos. Así fue también la relación que Watts formó con uno de los carceleros de la comisaría de San Miguel, quien entregaba cartas a las familias de los detenidos a cambio de dinero. El hombre aún guarda en una caja los papeles metalizados de golosinas o cigarrillos escritos con letra bien chiquita en los que mandaba señales de vida a su seres queridos.
El Vesubio –así lo bautizaron los represores– era un predio de más de tres manzanas en el que había tres chalets que habían sido expropiados para construir el Mercado Central. Fue cedido por el Estado al Servicio Penitenciario Federal y funcionó como centro de torturas aun antes de la dictadura, al menos desde agosto de 1975. El segundo del SPF, Alberto Neudendorff, era un cuadro de la Triple A. El 24 de marzo el jefe dellugar pasó a ser Pedro Alberto Durán Sáenz y luego fue reemplazado por un oficial del Ejército al que le decían El Francés y aún hoy los sobrevivientes no pudieron identificar.
En 1978, las tres casas fueron demolidas. Contribuyeron a ello las denuncias de los sobrevivientes desde el exterior y la programada visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que al final se demoró otro año. Además, el juez Carlos Oliveri y su secretario, Luis Niño, no archivaron un hábeas corpus de uno de los detenidos del lugar, que fue liberado a fines de julio y declaró en su propio expediente.
Cuando Watts ubicó el lugar donde estuvo secuestrado, las paredes de las casas ya no existían. Fue al sitio en 1983 y 1984 pero sólo se llevó un pedazo de las baldosas hace quince días, cuando periodistas alemanes le hicieron un reportaje. Ahora Watts pelea para que lo que fue el centro clandestino no se desmorone del todo y pueda ser recuperado para la memoria colectiva. Para eso, planea reclamar desde el Congreso, junto con el diputado Luis Zamora –que fue abogado de la causa– que el Estado nacional ceda esa tierra que ahora es ocupada por vacas, perros y hasta un chancho. “Cuando el juez Alfredo Ruiz Paz investigó este tema, se hicieron excavaciones. No se encontraron restos humanos pero sí ropa, documentos de desaparecidos, libros, fotografías, remedios del Ejército, y una cantidad de chapas patente de autos que después se supo que habían sido robados en la Riccheri”, narra Watts, reconstructor de la historia de El Vesubio. El hombre calcula en miles las víctimas de ese centro, hoy hay alrededor de quinientas identificadas. Todas ellas recibirán su especial homenaje hoy por la tarde.

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