En 1977, un empresario de la Fiat fue secuestrado en Francia por argentinos. Mientras su familia intenta reabrir la causa, Luchino Revelli Beaumont reconoció y recorrió la casa donde permaneció raptado. Los nuevos rastros.
› Por Alejandra Dandan
Juan Domingo Perón se lo encontró entre el grupo de invitados de la casa de Gobierno. El general había vuelto del exilio y, cuando reconoció a Luchino Revelli Beaumont entre los invitados, le pidió complacido que se acercara al balcón. El poderoso hombre de la Fiat lo escuchó, pero se hizo a un lado: “No, general”, le dijo. “No es justo porque esto es para el pueblo argentino.”
Revelli Beaumont pasó los últimos treinta años escondido en su residencia de Génova. Conoció Argentina por primera vez en 1972 cuando la empresa lo mandó a llevar adelante las negociaciones con los guerrilleros que habían secuestrado aquí al director de Fiat Argentina, Oberdan Sallustro. Un año después del secuestro y del fusilamiento de Sallustro, Revelli Beaumont ocupó su lugar en Argentina, la zona más importante de la Fiat fuera de Italia. Conoció a Perón en esos años, y desde la empresa financió la Operación Retorno. La automotriz italiana estaba interesada en traer al general de regreso a Buenos Aires para garantizar la paz social, y sus negocios. Fiat pagó el charter del primer regreso de Perón el 17 de noviembre de 1972, y Perón sentó a Revelli Beaumont luego en el legendario vuelo del 20 de junio de 1973 con destino a Ezeiza. En ese momento, Revelli Beaumont no imaginó que cuatro años más tarde, en Francia y mientras era presidente de la Fiat de ese país, él mismo sería secuestrado por otro grupo de guerrilleros argentinos.
“¿Son argentinos?”, dicen que dijo cuando escuchó la tonada de los porteños. El secuestro empezó el 13 de abril de 1977: tres desconocidos lo levantaron en las calles de París para detenerlo. Pasó 89 días secuestrado por un comando que se presentó como el Comité de Defensa de los Trabajadores italianos en Francia, que inicialmente pidió 30 millones de dólares de rescate. Un año después, su memoria plagada de señales poco tangibles y de sonidos intuidos durante el encierro le permitió acercarse al lugar del cautiverio. Revelli Beaumont permaneció tres horas en la estancia antes de convencerse de que ése era el sitio. Ahora, treinta años más tarde y cuando su familia intenta reabrir la causa en Francia para tratar de dilucidar los puntos oscuros de la historia, este hombre aceptó volver a la mansión. Ocurrió en el mes de mayo, en medio del rodaje de un documental sobre el secuestro. Ahora esa casa, y los famosos propietarios, pueden ser una vía de acceso al misterio de quiénes ordenaron su secuestro.
–¿Quién es usted? –le dijo el encargado cuando lo vieron llegar.
–Señor –respondió él–, yo viví aquí unos meses hace mucho tiempo, y me gustaría ver este lugar.
Quienes estuvieron ahí todavía están convencidos de que sus años lograron conmover a los administradores de la inmensa casona del 1800, levantada en Verrieres le Buisson, cerca de París. “Puede acercarse”, le dijeron. “Pero, por favor, apague las cámaras.”
En la puerta de entrada quedó su hija Laura Revelli Beaumont, con las cámaras.
–¿Cómo hizo su padre para reconocer el lugar?
–Mis padres vinieron a París por el documental que están haciendo Frank Garbellí y Juan Gasparini, que querían que fuera al lugar del secuestro. Mi padre llegó con mucha dificultad porque estaba en un estado que parecía de un cadáver, encontró el lugar y no era fácil porque el paisaje cambió en todos estos años y cambió el sitio donde estaba la estación del tren. Tocamos el timbre de una puerta muy grande y el cancel se abrió automático y nos recibió un señor muy bien vestido. Cuando mi padre entró, apagaron las cámaras, y así se pudo acercar, pero no le dijimos nada a esa persona de quiénes éramos, por eso, tranquilo, nos dijo de quién era el lugar.
–¿De quién era?
–Nos dijo que era de Daniel Wildenstein. Un reputado coleccionista franconorteamericano, muerto en 2001, con galerías de arte en varios países, en Nueva York y Argentina.
–¿Pero desde cuándo tenía esta propiedad? ¿Ustedes suponen que lo sabía?
–Creo eran una familia que llegó a Francia alrededor de 1860. Para la época del secuestro eran dueños y todavía lo son, pero yo creo que no sabían qué sucedía.
Laura Revelli Beaumont es quien se ha hecho vocera de la familia en los últimos años. Ella impulsa la reapertura de la causa convencida de que detrás del secuestro no estuvo únicamente un grupo de guerrilleros argentinos cercanos al peronismo de izquierda. Ella instala en el grupo a un ex asesor de Perón, Héctor Villalón, un empresario que hoy vive tranquilamente en San Pablo, pero que empezó su fortuna con la concesión oficial de tabacos cubanos en España y Europa. En 1977 él quedó vinculado al secuestro, porque recibió llamadas de los secuestradores en su teléfono. Cuatro abogados franceses lo asesoraron en la defensa. Villalón dijo entonces que había intervenido a pedido de María Elda Revelli Beaumont, la esposa del secuestrado. Su familia supo todo esto recién el año pasado cuando revisó la causa a partir de una nueva investigación periodística. María Elda negó que todo aquello haya sido cierto con una presentación ante la Justicia.
–Creo que El Pájaro (Héctor Villalón) tenía tanto dinero –dice Laura– por sus actividades como representante de todo el tabaco cubano en Europa, y como coleccionista de arte. El debía ser uno de los clientes de Wildestein, un amigo. No sé, pero también nosotros prestamos el piso a un amigo cuando lo necesita, y eso no era un piso sino una mansión.
–¿Cómo fue el reconocimiento para su padre, después de tanto tiempo?
–Mi padre es alguien que combatió en la guerra, eso le dio una formación y había sido oficial. Estudió cosas sobre cómo recrear un mapa, y mientras estuvo detenido reconoció el ruido de los aviones de Orly y de aviones militares de otro aeropuerto militar muy cerca. Los indicios que acumuló durante el secuestro fueron todos indicios sonoros. El ruido de los aviones, la voz del altoparlante de una pequeñísima estación que está muy cerca y se llama Igny. También escuchaba dentro de la mansión el ruido de las ruedas de los carros y de los coches, de los pasos y con eso detectó la distancia del cancel, porque los carros estacionaban adentro. Creo que vio a través de las gafas algo de los árboles y del parque grandísimo de donde estaba.
–¿Es la única casa que corresponde a esas variantes?
–Como mi padre había hecho ese primer recorrido un año después del secuestro, ahora fue más simple reconocerla. Los árboles ahora son más grandes pero hay cosas como la conformación del paisaje que no cambiaron.
–¿Estuvo adentro?
–No entró a la casa, pero reconoció el lugar de la entrada. El sabía que había mucho espacio alrededor suyo aunque estuvo encerrado en un armario, en algo muy pequeño. Y todo concordaba y él es muy escrupuloso y estuvo horas para reconocer la casa porque quería estar muy seguro del lugar.
–¿Pero hay un secreto en esa casa?
–La mansión fue reconocida por mi padre formalmente, y que pertenezca a esa gente me lo dijo el administrador. No sabemos quién les pidió la casa, yo los conozco pero todavía no hablé con ellos.
En las últimas semanas, un artículo de Le Monde volvió a revisar el caso de Revelli con la noticia del pedido de su familia por la reapertura de la causa. Allí se mencionó a Villalón. Un amigo personal y quien funcionó como uno de sus abogados, Christian Bourguet, recordó que en 1979, en plena crisis de los rehenes norteamericanos en Teherán, ambos camaradas, con acceso al nuevo poder iraní, fueron enviados por Jimmy Carter como emisarios secretos. Bourguet habla de su amigo como de un temible hombre de negocios, brillante analista político y poseedor de numerosos contactos socialistas.
–¿Qué sucedió con la reapertura de la causa?
–Un abogado prestigioso la aceptó. Cree que únicamente puede reabrirse señalando que hubo una “falta grave del Estado”. El juez en aquel momento dictó un “no lugar” sin averiguar qué pasó con la excusa de Héctor Villalón. El fue detenido por llamar a dos de los secuestradores y, aunque no se sabe lo que dijo porque no había grabación, el juez no investigó. El error también fue de nuestro abogado, Jacques Lemaire, que era un abogado pagado por la Fiat y que nunca pidió nada.
Revelli Beaumont tampoco terminó bien su relación con Fiat. Para 1977, era director general en Francia, delegado de Fiat en Brasil y la persona que asesoraba al presidente de la automotriz Giovanni Agnelli en las operaciones internacionales más delicadas. En los meses previos, Agnelli se había asociado al entonces coronel y dirigente libio Kadhafi y puso a dos de sus consejeros en el consejo de administración. Revelli además era la persona que abrió los mercados de la Unión Soviética en la época caliente de la guerra fría, en China, Brasil, Rumania, Chile. La Fiat le pagó con una jubilación anticipada, y lo calló.
Durante el cautiverio, los secuestradores le pidieron a Revelli Beaumont y su familia tres cosas: 30 millones de dólares que después fueron dos. La publicación de una solicitada de reivindicación en los principales diarios. Y, por último, un informe sobre los negocios de la Fiat. Revelli escribió el manuscrito que aún no apareció durante el secuestro, y la familia supone que eso sirvió para que sus secuestradores o quienes estuvieron detrás lo usaran para hacer algún tipo de chantaje a la automotriz.
–Nosotros teníamos confianza en el abogado de Fiat y en la Fiat –dice Laura–. Villalón tenía tres abogados. Mi padre me dijo que él no quiere criticar al Estado francés, que la decisión de cerrar la causa fue de este juez de instrucción que por una razón no hizo su trabajo, y eso hace suponer una confabulación porque no chequeó nada.
–¿Cuál era la relación de su padre con la Argentina de Perón?
–El apoyo fue porque para Fiat su retorno era como un retorno a una calma social más grande, el país se calmaría sin agitación social y habría menos problemas con los gremios. La Fiat financió el retorno y eso sirve para ver cuánto mi padre estuvo cerca de Perón porque, claro, en todo caso era un buena inversión para la paz social.
–¿Qué se buscó con el secuestro, a su criterio hubo intereses políticos o económicos?
–En este punto, yo creo que se hizo todo por dinero, así nomás, y que fue un maquillaje esto de llamar a Jorge Caffatti (un activista peronista que fue el jefe de los secuestradores, logró fugarse de Francia y luego de España, pero fue secuestrado y desaparecido en la ESMA). Lo que pasó es que Caffatti creía en la acción política anticapitalista, y el manifiesto (que se publicó en los diarios más importantes del mundo) lo hizo solo. Los otros seis no participaron, ni intervenían ni decían nada. Caffatti estaba convencido de que hicieron algo contra las multinacionales, pero los demás no.
Consultado por este diario, un abogado de Villalón en Argentina niega toda relación del empresario con el caso. Para la época, dice, Villalón trabajaba en un organismo de la ONU de auxilio a los refugiados políticos, razón por la cual conoció al Ayatolá Ruhollah Jomeini, líder espiritual y político iraní de la revolución de 1979 que estuvo refugiado antes en París. En esa línea, da cuenta de su relación con el secuestro. Explica que intervino a partir del pedido ya no de la mujer de Revelli, sino de un amigo diplomático centroamericano que le pidió un contacto con los argentinos para facilitar la liberación. En ese contexto sitúa las llamadas. El centroamericano que estuvo ligado al caso es Héctor Aristy, un ex diplomático dominicano que estaba radicado en París. Aristy había conocido a Revelli Beaumont en el entorno de Perón, según las crónicas de la época. Y en Francia lo tomó como empleado. También él estuvo detenido tres meses por el caso, aunque luego recibió una indemnización estatal. En este momento lidera el partido revolucionario social demócrata en su país.
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