EL PAíS › ASAMBLEISTAS VS. BOTNIA
Mientras sostienen el corte, los ambientalistas responden a los argumentos presentados por la pastera ante la prensa.
› Por Alejandra Dandan
desde Arroyo Verde
Sobre la vera de la ruta, ahí donde el puente a Uruguay se ha transformado en una frontera seca, un cartel advierte el próximo destino: “República Oriental de Botnia”, dice una flecha. Frente al cartel continúa establecido el refugio de los asambleístas de Gualeguaychú que cortan el paso hace más de un año. “Si Botnia quiere que vayamos a visitar la pastera –dicen ahora–, no vamos a ir, salvo que quieran que vayamos las 130 mil personas que estuvimos en las últimas marchas.”
Arroyo Verde, ese páramo del camino internacional convertido en el autostop de los ambientalistas, recibe estos días a peregrinos que llegan de distintos puntos del país en plan turístico. Sobre las mesas levantadas bajo las paredes de ladrillos vigorosos, los ambientalistas tienden carteras de tela estampada con el “No a las papeleras”, gorros, viseras, remeras, fajas blancas y celestes con las mismas leyendas.
“Ayer nomás pasó un alemán”, explica Nélida Gómez, una de las mujeres de guardia, guía de la recorrida por ese flujo de miradas que mezcla a militantes, curiosos, perdidos y turistas de lentes oscuros. Más de 200 personas pasan los fines de semana y el movimiento obligó a replantear las guardias y permanencias de los activistas que ahora van tratando de hacerse entender cuando hablan de una dioxina contaminante o de una remera en inglés. “Como no había remeras en alemán –sigue Nélida–, le dije al muchacho que volviera más tarde, porque yo tenía algunas en casa.” Ahora en la mesa, las ofertas sobran. A las más clásicas españolas con las leyendas del “He dicho: no a las papeleras”, se sumaron inscripciones nuevas. Hay de las que dicen “Ho detto” o “Eu dicce”. O “I’ve said”, “Ich sagte” y hasta un “J’ai dit”.
A 24 horas de la primera visita de los periodistas argentinos a la pastera Botnia en actividad, el tempo de los asambleístas no parece distinto. Los entrerrianos siguen parados en ese lugar levantado y sostenido desde noviembre de 2006 en la ruta. Para el sábado próximo programaron un “antorchazo” sobre el puente, mientras llevan adelante las medidas de control para impedir el paso de los humanos, pero también de los camiones que podrían abastecer a la empresa. O controlar lo que sucede del otro lado del puente con un mirador improvisado sobre el río.
–¡Recién vi cómo salía una barcaza! –avisa ahora Estela bajando de un carrousel armado como casilla a un lado de la ruta. Es tal vez la única mujer establecida a tiempo completo en el corte, viviendo en un espacio mínimo para comer y protegerse–. ¡Recién vi cómo salía la barca, y estaba entrando otra por atrás!
Los asambleístas se preguntan qué hay en la planta Botnia. Cómo es adentro. Qué tienen. Cómo es el olor. Como si ninguna explicación alcanzara, como si nadie hubiese llegado a ver al inmenso gigante de hierro blanco con sus verdaderas entrañas. “Esto es como si yo los llevara a mi casa”, dice Jorge Fritzler, mayorista, dueño de un reparto de fiambres y de lácteos que hasta hace dos años manejaba uno de sus camiones para recorrer los locales de diez a quince clientes cada mañana, y ahora no logra ver a más de tres. “Si ustedes vienen a mi casa, les muestro lo que quiero yo y eso sucedió con Botnia: el placard que no está arreglado no se los voy a mostrar y lo que está sucio no se los muestro.” Se refería a la recorrida de más de cuatro horas por la planta, el martes, cuando cinco gerentes de la pastera finlandesa guiaron a una treintena de periodistas por las instalaciones construidas en 550 hectáreas. Ellos aseguraron que la empresa no contamina, mostraron las aguas, las desembocaduras de los efluentes y las dos secadoras inmensas de papel que van sacando más de 2400 toneladas de planchas de pasta celulosa todos los días. Según sus números, la pastera está funcionando a un 80 por ciento de la capacidad, sin daños visibles en el río. Pero los asambleístas no creen que la planta esté trabajando a plena máquina. Y sostienen que, si es cierto que no hay índices de contaminación, es porque Botnia se cuida exageradamente porque todos los ojos están puestos encima.
–¿Y las perforaciones? ¿Les mostraron las veinte perforaciones que tienen en la tierra?
Las perforaciones son parte de los datos que los ambientalistas encontraron en los últimos días: para unos, son inmensos agujeros de 80 metros de profundidad cavados para guardar el “licor negro”, un barro liberado después del proceso de producción que al estar contaminado no puede ser liberado sin ser percibido; para otros, las perforaciones son lugares donde acumulan el agua para llevársela en barriles. En la empresa aseguran que son ocho perforaciones desde donde se extrae el agua para producir la pasta.
Pero detrás de las torres de cristal, adentro de la fábrica, los periodistas se encontraron con un bar americano y galpones donde una inmensa mole de hierro va convirtiendo las montañas de madera triturada de eucalipto en planchas inmaculadas de papel blanco, sin un solo empleado.
–¡No ves! –dice de pronto Miguel González, acodado en una silla del refugio. Sentado, en un descanso, con cara de buen tipo y de contento–: ¿Y no era que los uruguayos iban a estar contentos con esto porque las papeleras les iban a dar trabajo? ¡Ahora resulta que funcionan solas!
Si bien la empresa no funciona sola, da la impresión de poder hacerlo. La planta automatizada en un 99 por ciento emplea 6 mil empleados directa o indirectamente, pero sólo 85 manejan la producción y están divididos en tres turnos. Ese dato, o los que dan cuenta de cómo se produce, de qué elemento de cloro se usa y qué no, interesa a la asamblea.
–¿Y el olor? –sigue González–. ¿Vieron cómo se siente el olor?
Hace poco menos de un mes, la pastera abrió sus puertas para la prensa uruguaya, luego invitó a los periodistas argentinos, pero aún no formalizó una invitación para los vecinos de Gualeguaychú. Y se generó una polémica: Botnia ahora dice que invitó a los asambleístas hace tiempo, los ambientalistas dicen que nunca ocurrió y esperan que se formalice la invitación. “Pero no nos van a invitar”, dice Fritzler. “Saben que no nos van a poder engañar porque les podemos decir que nos lleven a lugares que no nos pueden mostrar y como tenemos la capacidad técnica para discutirles, no nos invitan. Si quieren vamos, pero que inviten a los 130 mil.”
En la ruta, en tanto, siguen los turistas. “¿Y el Gobierno los apoya?”, pregunta Héctor, un turista de 59 años, de Tandil. “El gobierno argentino nos apoya –dice Nélida– pero de boca, a veces sí, otras no.” Por detrás pasan más recién llegados y se produce una discusión que deriva extrañamente en las quejas por las playas, los precios y el precio que pagan por las carpas y a miles de kilómetros de lo que tiene que ver con Botnia. Las papeleras ya no están. Ya el refugio parece un centro de atención al turista desorientando. O una mezcla, hasta que todo se encauza: “El dueño del camping es el que tiene mayores problemas con las papeleras –dice una asambleísta–. Inició un juicio a Botnia porque sus aguas dan a las playas de Ñandubaysal, que es donde desembocan los efluentes de la pastera”. Y si el camping pierde las aguas trasparentes, pierde a los clientes. González organiza una mini excursión hacia el puente: en filas de dos o tres autos, acompañados por uno de los ambientalistas, sale el auto de un porteño, una pareja en moto y otra pareja que se lleva a González en su auto. Doce kilómetros más adelante se encontrarán y filmarán al monstruo.
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