EL PAíS › OPINION
› Por Gabriel Fuks*
Estas últimas semanas, la situación de Pilar Bauza, integrante de Médicos sin Frontera, y la tensión vivida alrededor de los dramáticos momentos que pasó, nos llevan una vez más a revalorizar el rol del voluntariado humanitario.
Desde Cascos Blancos, como práctica de política de Estado, multilateral y única, a la vez intentamos una reflexión que aporte y revalorice tan noble actividad realizada por millones de personas en el mundo, cuyo único objetivo es la voluntad de dar al que más lo necesita.
Desde hace muchísimos años, la asistencia humanitaria es concebida por la mayoría de los países del continente y por las agencias del sistema internacional de naciones como una actividad en la que los propios pueblos constituyen el motor de la búsqueda de soluciones. Un gran debate está instalado.
Los hechos del tsunami y el huracán Katrina obligaron a los países centrales a ampliar el marco de intervención transversal y de la sociedad civil y el voluntariado, quizá más allá de lo que algunas visiones centralistas y ligadas fuertemente a la seguridad venían aconsejando, abriendo de esta manera un importante juego a países que, como el nuestro, tienen un enfoque más plural y multidimensional de la gestión del riesgo, así como la respuesta a las emergencias complejas.
Cascos Blancos es tributario de ese mismo proceso. Sin gran infraestructura, con equipos pequeños integrados por voluntarios, apuntando al fortalecimiento local, desarrollamos nuestro modelo de trabajo, presentamos ideas y compartimos experiencias con autoridades gubernamentales y representantes de la sociedad civil de la mayoría de los países de Latinoamérica y el Caribe.
En cuanto pudimos, asistimos, en condiciones posibles, a quienes nos lo solicitaron; desde Estados Unidos, aturdido por el paso del huracán Katrina, hasta el Irán que veía convertirse en polvo de terremoto a la histórica ciudad de Bam, o hasta la isla de Cuba, asolada por el ciclón Dennis.
Barbados, Belice, Bolivia, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Jamaica, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Trinidad y Tobago, Uruguay, Venezuela son algunos de los países que conocen la acción de nuestros voluntarios y de nuestros equipos.
Propusimos aunar esfuerzos, armar redes internacionales, juntar fortalezas para enfrentar juntos nuestras debilidades. Hemos plantado bajo el paraguas de la Organización de Estados Americanos la Red Regional de Voluntariado Humanitario, y formamos parte de la Red Interamericana de Mitigación de Desastres de la organización hemisférica.
Argentina preside desde fines del año pasado el Grupo de Amigos de la Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres de la ONU. Constituimos uno de los pilares operativos regionales del Programa Mundial de Alimentos y somos proveedores de logística de la Organización Panamericana de la Salud. La Cumbre Iberoamericana nos considera uno de los invitados especiales de sus reuniones.
Creemos, entonces, que ayudamos a reinstalar a Cascos Blancos en el primer nivel de la asistencia humanitaria internacional. Ante el pedido de provincias y municipios, de regiones y de barrios, con la cooperación, la comprensión y hasta la tolerancia, de los miembros del gabinete nacional, Cascos Blancos estuvo presente cada vez que fue convocado. Para fumigar los ranchos de la pobreza en Santiago del Estero o en La Rioja, para prevenir crecidas devastadoras en Chaco o mitigar el daño de inundaciones en Santa Fe, para contribuir a la organización comunitaria en Salta, para ayudar a combatir el fuego en Misiones o para alfabetizar en los barrios de esta ciudad.
En la Argentina del “que se vayan todos” abrimos esa pequeña puerta a todos los que quisieran transitarla. Y uno de los sectores más refractarios a las políticas de gobierno, a la política y los políticos en general, el sector juvenil, decidió transitar ese vaso comunicante.
No armamos “nuestra” red de jóvenes, “nuestras” agrupaciones juveniles. Colaboramos con las redes juveniles, con las agrupaciones existentes, con las experiencias locales.
El camino recorrido con todos ellos y el intercambio con numerosas organizaciones de voluntarios nos ha llevado también a plantear la necesidad de reglamentar la Ley de Voluntariado Social, con un objetivo central: fortalecer la experiencia del voluntariado en la Argentina, a través del impulso que puede darle un organismo que se encargue de su fomento, capacitación y registro.
Desarrollamos un modelo de trabajo que se asienta en las capacidades de los propios sectores afectados. La organización de voluntariados, a nuestro criterio, constituye un pasillo facilitador de la relación entre el Estado y la sociedad civil.
* Embajador, presidente de la Comisión Cascos Blancos. Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto.
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