Sáb 02.02.2008

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

RELACIONES

› Por J. M. Pasquini Durán

Las relaciones bilaterales con Estados Unidos son de corto plazo, aunque más no sea porque George W. Bush ya es un “pato rengo”, está de salida, le queda un año de gobierno para agotar su segundo y último mandato, ya que el 20 de enero de 2009 asumirá el sucesor elegido en los comicios de noviembre de este año. Mientras los candidatos republicanos y demócratas exponían esta semana sus visiones de futuro en sendos debates, el inquilino de la Casa Blanca presentó al Congreso su séptimo, también último, informe sobre “el estado de la Unión”, el más breve de todos donde destacaban todos los asuntos que dejó sin resolver o que agravó con su gestión. A partir de 2004, cuando obtuvo en las urnas el record absoluto de 62 millones de votos, Bush tuvo todos los poderes para realizar sus proyectos más ambiciosos: “Convertir el siglo XXI en el siglo norteamericano, el momento en que Estados Unidos se impusiera como única superpotencia, a través de la acción unilateral, la marginación de Naciones Unidas, la construcción de coaliciones de voluntarios, la guerra preventiva y una especie de estado de excepción global en lo que se refiere a los derechos humanos y a las libertades públicas”, resumió bien Lluis Bassets, subdirector del prestigioso diario español El País. Sueños que se volvieron pesadillas.

Con efectos devastadores semejantes a los que provocó el huracán Katrina, las “políticas neocons” de la extrema derecha dogmática que diseñó las estrategias de Washington lastimaron la potencia de Estados Unidos. Bush hijo deja a su país exhausto por el despilfarro bélico, deslizándose por el tobogán de la recesión económica, con la popularidad en bajada y aislado en el mundo que le permitió sembrar cárceles clandestinas, practicar la tortura en gran escala, en tanto recortaba las libertades y los derechos civiles de los norteamericanos y arriesgaba la seguridad de Occidente con las aventuras militares en Afganistán, Irak y Medio Oriente, donde dejó instaladas tenebrosas fábricas de terroristas suicidas. De todo ese desastre, América latina tuvo el beneficio de la indiferencia debido a que la atención de la Casa Blanca estuvo concentrada en otras zonas del planeta y buena parte del comercio exterior de materias primas encontró mejores destinatarios en Sudamérica y Asia. La confrontación más importante con el Mercosur fue alrededor del libre comercio y del plan ALCA de Washington sólo quedaron jirones, sin que ninguno de los países que lo aceptó, México el primero, pueda demostrar alguna ventaja comparativa con el resto de la región, en especial con la integración en el Cono Sur.

La relación bilateral con Argentina tiene costados ásperos, pero también hay que decir que hoy en día son muy pocos en Estados Unidos los que coinciden con el gobierno de George W. y su posible herencia. En reciente análisis, Bassets con buenas razones escribió: “Un legado tan negativo constituye un tesoro para sus adversarios del Partido Demócrata”, y refiriéndose al candidato republicano que parece tener mejores chances, John McCain lo calificó como “un halcón en la cuestión iraquí, pero decente (...) sus críticas a la ampliación de los poderes presidenciales, sobre todo para limitar los derechos de los detenidos y para utilizar legalmente la tortura, le convierten en la antítesis de Bush. Si pudiera ganar, no aceptaría tampoco su legado”. En ese contexto, el alboroto mediático alrededor de la “normalización” de las relaciones bilaterales con Estados Unidos, sobre todo a propósito de la audiencia del embajador Earl Wayne con la presidenta Cristina, sólo tiene sentido como una reivindicación satisfecha de la demanda argentina contra la “política basura”, en palabras presidenciales, que intentó vincular la valija de Antonini con la campaña de los Kirchner y envenenar las relaciones con Venezuela.

Wayne aseguró que su gobierno nunca acusó a la Argentina, y el fiscal que sí lo hizo fue retirado del último informe del Departamento de Justicia, lo mismo que del expediente judicial desaparecieron las presuntas relaciones de la candidata con el burdo contrabando de 800 mil dólares, descubiertos con tanta diligencia y oportunidad por la aduana en Ezeiza, que en aquella madrugada revisó las valijas de los pasajeros del avión ejecutivo alquilado por la empresa petrolera del Estado, como si alguna voz servicial los hubiera prevenido. En el espeso legado de la gestión que agoniza, este episodio será una mota de polvo. La más desencantada por el desenlace resultó Elisa Carrió que, en su momento, envió a Patricia Bullrich a Miami en procura de las pruebas de la relación infame. Así lo hizo constar ahora en carta abierta al “reconciliado” embajador de Estados Unidos, en la que poco falta para que sugiera que la Fundación Calafate, desde Puerto Madero, opera a control remoto las maniobras del espionaje y del Departamento de Estado norteamericanos.

Es una lástima que la vocación profética de Carrió y la versatilidad política de Bullrich no se concentren en la formación de una corriente orgánica de centroderecha, visto que a Mauricio Macri le demandan tanta energía los vaivenes del gobierno de la ciudad que será difícil que le alcance para ocupar en plenitud el liderazgo de ese espacio en el futuro. El lunes pasado, el veterano senador Edward Kennedy habló en la American University de Washington DC para explicar su apoyo a la revelación de la campaña, el afroamericano Barack Obama, y en un momento de su discurso dijo: “Sólo podemos alcanzar nuestras metas si ‘no somos mezquinos cuando nuestra causa es tan grande’, si encontramos la forma de superar las ideas rancias, si sustituimos la política del miedo por la política de la esperanza y si tenemos el valor de escoger el cambio”. Palabras útiles para todos los políticos que trabajan para ocupar el futuro de Argentina, de un lado y del otro del espectro ideológico.

Son válidas también, claro está, para los que están promoviendo la reorganización “pejotista” con el ex presidente Kirchner en el puente de mando. En el mismo discurso, el senador Kennedy recordó que cuando su hermano JFK tuvo que contestar a los que lo rechazaban acusándolo de inexperiencia, respondió: “El mundo está cambiando. Las viejas fórmulas ya no sirven”. El mundo cambió y sigue transformándose, de manera que esa respuesta es más válida que nunca, recordable sobre todo cuando alrededor de las iniciativas reorganizadoras planean las aves carroñeras de siempre, los que flotan a través de los años como corchos sobre las aguas, siempre dispuestos a alinearse con el que manda, no importa si indulta terroristas como M. o si entrega la sede de la ESMA a los defensores de los derechos humanos como K. Les da igual, porque lo único que les interesa es seguir medrando a la sombra del poder de turno, civil o militar, privatizador o a la inversa, del centro a la derecha o a la izquierda, no les importa. ¿Será posible con ellos emprender las grandes causas o alcanza con esa medida porque las causas no son tan grandes?

En el país hay casi 400 mil jóvenes de entre 18 y 24 años que no estudian, no trabajan ni tampoco buscan empleo, informó el ministro Carlos Tomada de su puño y letra (Clarín, 31/1/08). “La inserción laboral de los jóvenes hoy es posible –afirmó el ministro, reconfirmado en el cargo–. Por eso la iniciativa ‘Jóvenes con más y mejor trabajo’ que presentamos hace unos días está dirigida a 600 mil jóvenes de todo el país que aún no consiguieron trabajo”, sin descuidar a los otros, esos que completan el millón, para “que no queden expuestos en la calle a los inescrupulosos que sólo tienen para ofrecerles un cóctel de delito, explotación y hasta muerte”. Pese a que son muchos, hay doce veces más de pobres que aguardan la oportunidad de una vida nueva. Esta es una causa grande.

¿Qué tienen para ofrecer a esos jóvenes, a tantos pobres, las mezquinas especulaciones que se le atribuyen a los “gordos” de la CGT, sin que ninguno las desmienta, con vistas a insertarse en el esquema de poder “pejotista”? Son los mismos que en la década de los ‘90 asistieron impávidos a la destrucción de las fuentes de trabajo y a la demolición de la arquitectura de los derechos laborales, a cambio de conservar sus poltronas. Menem los mantuvo en la banquina y mandó al archivo la imagen de la columna vertebral del Movimiento. ¿Habrá que permitirles volver a la ruta? Hace falta un gesto de la presidenta Cristina, por ejemplo que reciba a la CTA, escuche sus opiniones y las confronte con las propias, porque a lo mejor no tienen las mejores respuestas, pero indicaría la voluntad de buscar nuevas fórmulas, el reconocimiento de la transformación del mundo.

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