Sáb 23.02.2008

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

DEVENIRES

› Por J. M. Pasquini Durán

Los alarmistas argumentos de empresarios acerca del posible desborde inflacionario por el “desmedido” aumento de los salarios, sin ninguna evidencia estadística que los justifiquen, demuestran que la cultura del capital es voraz siempre, no importa cuál sea la coyuntura económica nacional. Para contrarrestar esa propaganda, repetida hasta el hartazgo por todos los medios que están bajo la influencia de esos mismos capitales, el Gobierno exhibe los porcentajes y cifras de los buenos negocios macroeconómicos (superávit fiscal y del comercio exterior, tope de recaudaciones, divisas que alcanzan para sostener la cotización del dólar y ponerse al amparo de los chubascos financieros internacionales, y otros que figuran a diario en los discursos oficiales). Habría que mencionar, además, las caras oscuras de la realidad: doce millones de pobres, cuatro de cada diez trabajadores “en negro”, multiplicación de barrios de emergencia, desastres naturales y reaparición de antiguas pestes (fiebre amarilla, tuberculosis y desnutrición crónica entre los primeros lugares del ranking sanitario), mano de obra descalificada, centenares de miles de jóvenes sin destino y retrasos salariales acumulados en los últimos treinta años (¿cómo es posible que los maestros sigan postergados en la prometida revolución educativa que destinará al rubro diez puntos del PBI?). Esas decenas de miles de hogares sobreviven ajenos a la prosperidad de los últimos cinco años. ¿Cuándo les toca? Mejor que sigan así, según la lógica del capitalismo cerril, porque si todos prosperan, las demandas salariales serían insoportables y el cataclismo inflacionario, imparable.

Cuando la industria nacional no había sido desmantelada, el convenio de trabajo firmado en paritarias por la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) era la referencia principal para el resto de los gremios. En la actualidad, aquí y en el mundo el sector de servicios, públicos y privados, es el predominante en la actividad económica general, por lo que el sindicato de Camioneros hace punta, este año también, con un peso específico aumentado por la ausencia de la red de ferrocarriles que fue desgüazada por los conservadores menemistas en la década de los ’90. El líder del gremio y secretario general de la CGT, Hugo Moyano, aspira a ocupar una de las vicepresidencias del PJ, a la vera de Néstor Kirchner, avalado por las “62 Organizaciones”, el añoso brazo político del sindicalismo peronista. Lo mismo ocurrió el año pasado y nadie ignora que el Gobierno habrá alentado en lo que pudo para tener el referente lo más temprano posible, al tiempo que lidiaba para conseguir otra pauta referencial en la negociación con los docentes de todo el país, una parición complicada que requiere del máximo esfuerzo de tolerancia recíproca entre las partes. Lula da Silva, presidente reelecto en Brasil con el 60 por ciento de los votos, de visita en Buenos Aires, lo dijo bien ayer en el primer mensaje público del día: “Debemos gobernar para todos, pero lo que define a un gobierno es cuál lado elige como prioritario”. Lula aseguró que había hecho opción por los pobres. A continuación, la presidenta Cristina prometió lo mismo y ambos, sin duda, tienen un largo camino por recorrer hasta que el principio de equidad involucre a las grandes mayorías.

No es extraño que el aporte de Moyano vaya de la mano con sus ambiciones partidarias, puesto que hoy en día casi no hay actividad importante que no tenga vinculación, directa o indirecta, con los planes de los Kirchner para el futuro “pejotista”. Daniel Scioli fue uno de los personajes que visitó esta semana las oficinas de la Fundación Calafate en Puerto Madero, escenario de lujo donde se diseña el porvenir del otrora partido de los trabajadores, para recibir su medalla al mérito, ya que fue confirmado como primer delegado bonaerense al congreso del PJ. El anuncio llevó algo de calma al inquieto gobernador, acosado por la realidad de su distrito, el más pesado del país, sobre todo porque las versiones lo mostraban en tensión con los dos polos mayores del poder político, descontentos con su afición por los medios y la nebulosa que rodeaba a sus planes de gobierno. Algo habrán influido las especulaciones de gente que no lo quiere bien y que aseguraba que su porvenir lo ubicaba en el próximo turno presidencial como candidato del centroderecha, ya que ni Macri ni Carrió parecen llenar los requisitos que demanda una posición semejante. Cuentan que antes de ser nominado tuvo entrevistas en la Rosada y en Madero para exponer planes y convicciones. En rigor, ninguna predicción puede ser tomada en cuenta cuando falta una eternidad de casi cuatro años para completar el mandato y, aunque empezó con buen pie –50 por ciento de los votos para gobernador– nadie puede adivinar hoy cómo terminará la gestión, ni de él ni de nadie.

A su antecesor, Felipe Solá, se lo llevó el río hacia el país de las sombras largas porque agotó la paciencia de sus jefes políticos pidiendo a cada rato pruebas de amor, hasta que al final le soltaron la mano, mascullando que sufría de paranoia persecutoria. Así dicen los peronólogos de Buenos Aires, una especialidad tan improbable como ser adivino de caleidoscopio. Uno de los temas que lo gastó como lima nueva al bueno de Felipe fue la seguridad, ya que ninguna depuración emprendida por León Arslanian pudo amansar al monstruo que habita entre los pliegues de la “maldita policía”. La desaparición de J. J. López quedó allí como emblema de la impotencia oficial para garantizar la vida y los bienes de sus gobernados. Tampoco parece viable la línea que sigue el ex fiscal Stornelli, sucesor de Arslanian, porque no camina sobre las aguas sino que encima está a punto de malquistarse con los defensores de los derechos humanos con sus proyectos para modificar normas y procedimientos con el criterio de que nadie mejor que el zorro para cuidar el gallinero. Aunque todos lo verbalizan, ninguno de los encargados atina a tomar al toro por las astas, pero no todo es culpa del chancho, dice el refrán. Para limpiar las telarañas, hace falta más que un jurisconsulto eficiente y los problemas no sólo visten uniforme.

Hay que atacar la mafia completa, pero para eso hace falta un poder político que excede al gobernador, porque meterse en las redes de la “maldita” con punteros políticos que intercambian protección por caja y en los tribunales que son el brazo jurídico de la mala obra policial es asunto muy groso. El escándalo en Pinamar entre el intendente asumido en diciembre, los empresarios de los boliches bailables y el control de caja de las obras públicas no hace más que mostrar la puntita de la baraja. Allí reinó Alfredo Yabrán, fusilaron y quemaron el cuerpo del reportero gráfico Cabezas (¿lo olvidó?) y el comisario apodado “La Liebre” protegía a ladrones de residencias en la costa (no fue el último, por cierto). Nadie puede fingir ignorancia sobre las corruptelas del servicio penitenciario, con faltas tan insolentes como el pase de salida para Fanchiotti, el fusilador de Kosteki y Santillán, los muchachos piqueteros asesinados en la estación de Avellaneda, con los verdugos filmados y fotografiados hasta el menor detalle. No es revanchismo zurdo, sino indignación cívica. Hubo que esperar 36 años para certificar en sede judicial que la masacre de Trelew fue cometida a sangre fría por personal militar. ¿Cuánto tiempo hará falta para que aparezcan los archivos completos del terrorismo de Estado? En esos fuegos templaron a la policía brava, la secta del gatillo fácil que hace décadas denunció Rodolfo Walsh. Si alguien hubiera escuchado y, más importante aún, hubiera actuado para restablecer la dignidad de las fuerzas de seguridad, muchas tragedias se hubieran ahorrado.

Para la parte social del problema, hacen falta recursos que la provincia dilapida o no tiene, porque la recuperación de los excluidos y los humillados no se arregla con 100 mil o 750 mil tarjetas de planes asistenciales de cien o doscientos pesos. Para imaginar los efectos alcanza con comparar el valor de los subsidios estatales con lo que puede ganar cualquier muchacho sin futuro por transportar o comercializar drogas ilegales o quizá como custodio de las “cocinas” de paco y de cocaína. Imaginar, como acaba de hacer la profética Elisa Carrió, que el país pasó del tránsito a la producción y consumo de narcóticos fuera de la ley debido a la voluntad o la porción de poder de un hombre solo, así sea Eduardo Duhalde, es equivalente a suponer que el alcoholismo adolescente es un subproducto de la televisión. Las versiones simplificadas alimentan los titulares escandalosos, pero sirven de poco a la hora de diseñar políticas públicas. Tampoco son útiles los planes “integrales” como los que anuncian por TV los voceros macristas, pero no ponen en marcha ninguna de sus partes si antes el gobierno nacional no les cede policías con el pan bajo el brazo. Ya que saben cómo hacerlo, ¿por qué no empiezan con el plan y muestran en la práctica que sólo les falta el brazo armado de la ley y el orden? ¿O el “integral” empezó por la persecución de los cartoneros?

La experiencia demuestra que es imposible separar los problemas en compartimentos estancos. Si alguna generalidad tiene valor es la que dice que la injusticia es la raíz del árbol envenenado. La recuperación de la justicia fue el sueño dorado que iluminó a los gladiadores de Sierra Maestra y encendió esperanzas en millones de corazones. Es la mayor de las utopías y la mejor de la causas en cualquier régimen. Sobre el tópico también esta semana hubo torrentes de elegías, simplificaciones por derecha y por izquierda, lugares comunes y frases hechas para guardar y regalar, a causa de la dimisión por escrito de Fidel Castro, debido a razones de salud, a los cargos en el Estado cubano, aunque retuvo la jefatura del partido comunista de la isla, último poder verdadero. Algunas izquierdas quieren creer que la renuncia es un acto voluntario, en lugar de la consecuencia obligada para un anciano enfermo, y las derechas suponen que comenzó la transformación del indómito “largo lagarto verde”, nombre de la isla en la poesía de Nicolás Guillén, en una mascota doméstica de Occidente. Olvidan la experiencia de la “perestroika” rusa: cuando un sistema está cerrado a cal y canto por tanto tiempo, cualquier ventana que se abra puede funcionar como una brecha en la pared del dique. El “hombre nuevo soviético” es ahora jefe de alguna mafia, porque la ciencia del Dr. Jekyll terminó devorada por la brutalidad de Mr. Hyde. Sobre las posibles andanzas de Cuba, por el momento, lo único para decir, sin jugar a las adivinanzas, es que los héroes míticos no deberían envejecer ni enfermar. Al reparo quedan los logros de la revolución de los barbudos, que no fueron pocos ni suficientes. De sus errores, excesos, limitaciones y burocratizaciones que los juzgue la historia, como pidió Fidel en los comienzos de la leyenda.

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