EL PAíS › OPINION
› Por Marcos Rebasa *
El encuentro entre Cristina Kirchner y Lula se inscribe en el relanzamiento de la alianza estratégica con Brasil como eje de la política exterior argentina en el Cono Sur. Decisión inteligente, que intenta superar las dificultades subyacentes en esa relación. Desafío que supone también el intento de descontar los desequilibrios producidos en el área energética –aunque no sólo en ese sector– entre ambos países durante los años ’90 como producto de una política interna argentina equivocada y funesta en ese aspecto para los intereses nacionales. Argentina lideraba, en los años previos, en desarrollo nuclear y producción hidrocarburífera. Hoy es al revés y Brasil es el adelantado en construcción de centrales nucleares y en el descubrimiento de importantes yacimientos de petróleo y gas. Por la necesaria complementariedad en esos ámbitos y por las condicionantes de inserción en el mundo de nuestra región, la reafirmación de esta alianza es un hecho altamente positivo. Sin dejar de reconocer, como lo han hecho ambos presidentes, que existen importantes discrepancias en numerosos temas de la relación. Y que Brasil tiene una política internacional, que comprende especialmente el área energética, de alto protagonismo regional, la cual supone a veces cuotas de intransigencia. Por ello, todos los puentes que se tiendan entre ambas naciones para afianzar los intercambios serán bienvenidos. Incluyendo las obras de infraestructura común, como la impostergable central hidroeléctrica de Garabí. Y el intercambio en la sensible área nuclear.
Por otro lado, nuestra relación con Bolivia presenta características diferentes, ya que con ese país nos unen intereses e historia común, a menudo olvidada por algunos sectores del pensamiento local. La activa presencia argentina actual en Bolivia es una garantía de equilibrio regional, modificando de ese modo una ausencia que supo ocupar Brasil, especialmente en el área energética, y últimamente Venezuela. Es importante entender esto para evaluar el precio que se decidió pagar por el gas que se adquiere allí, así como también las negociaciones desencadenadas a partir de aquella decisión política. Argentina ha retomado protagonismo en Bolivia y, con ello, en la política regional energética. Ahora este complejo juego de relaciones permite una negociación tripartita con relación al envío de gas desde Bolivia a los dos países compradores, tratativas que pondrán a prueba la solidez de los vínculos en esta zona de la región. Escenario que admite también otro equilibrio mayor al complementarse con la también importante y estratégica relación argentina con Venezuela. Asociación que tiene en el área energética su mayor desarrollo. Es por ello que este sector de la economía desempeña hoy como nunca un rol catalizador de las políticas de interrelación entre los países de América del Sur. Argentina necesita el gas de Bolivia, pero en tanto este país desarrolla todo su potencial para honrar los contratos firmados, debe recurrir a Venezuela u otros países para cubrir sus requerimientos. Brasil, a su vez, suministra electricidad en momentos específicos de la demanda nacional. Puede ocurrir en un futuro que Argentina vuelva a ser exportador de energía, siempre que las políticas de expansión en exploración de gas y petróleo y en generación eléctrica adquieran la dimensión y continuidad de una política de Estado. Este conjunto de circunstancias muestra claramente que Argentina está jugando una política energética regional “en busca del tiempo perdido”, sin demasiadas alternativas para elegir. Sólo queda esperar que esa búsqueda incluya también políticas internas sólidas y protagónicas en el sector energético.
* Especialista en servicios públicos y energía. Integrante del Foro de los Servicios Públicos y del Petróleo.
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