Lun 25.02.2008

EL PAíS  › OPINION

Trincheras de ideas

› Por Alcira Argumedo *

Si hay alguien que personaliza la noción de Aristóteles del hombre como zoon politikon, sin duda ese es Fidel. También personaliza con contundencia la estrecha y compleja relación entre los procesos de la historia y las biografías personales; porque Fidel es tal vez el producto más simbólico de las políticas aberrantes de Estados Unidos hacia América latina. Haber nacido en Cuba no es un aspecto secundario: en 1898, los norteamericanos logran arrebatar a los patriotas cubanos su inminente victoria sobre España y su emancipación. José Martí y Antonio Maceo habían muerto en combate poco tiempo antes: ejemplos de lucidez intelectual, de compromiso, de ética y coraje, inspiraban a los jóvenes más nobles de esa isla humillada. Porque a la invasión de los marines seguirían la Enmienda Platt; la base de Guantánamo a perpetuidad; las sucesivas políticas del Gran Garrote, el Destino Manifiesto, la Doctrina Truman de la Guerra Fría, que convirtieron a ese país en un lugar de expoliación impune y en un garito donde se paseaban las mafias que tan bien nos muestra Coppola en El Padrino II. Desde entonces se enfrentaban dos opciones: la Cuba de Martí y Maceo o la Cuba de los dictadores sanguinarios y los políticos obsecuentes apoyados por Estados Unidos.

En abril de 1948, el estudiante de abogacía viajó a Bogotá con el objetivo de participar en la creación de una Federación Latinoamericana de Estudiantes, promovida entre otros por Jorge Eliécer Gaitán de Colombia, Arévalo de Guatemala, Juan Perón de Argentina y las fracciones políticas cubanas que tiempo después formarían el Partido Ortodoxo. A la mañana siguiente de haberlo entrevistado, el líder de las fracciones más radicalizadas del Partido Liberal es asesinado: se produce entonces el Bogotazo; una insurrección popular –que será bautismo de fuego para ese joven de 21 años– a la cual sigue una brutal represión, desatando en Colombia la violencia que llega hasta nuestros días. En 1952 encabeza la lista de candidatos a diputados por el Partido Ortodoxo; pero el golpe de Fulgencio Batista impide las elecciones, que no eran del agrado de los Estados Unidos. Cabe preguntarse cuál hubiera sido la trayectoria de vida de Fidel si no asesinaban a Gaitán y no se instauraba una nueva dictadura en Cuba. Como asimismo es válido preguntarse por la eventual biografía de ese otro joven médico argentino con vocación de trabajar en leprosarios, si no presenciaba en Guatemala la invasión de los marines y el derrocamiento de Jacobo Arbens: presidente cuya osadía de impulsar una reforma agraria molestaba demasiado a la United Fruit Co.

Fidel es tal vez el único de los líderes populares de la segunda posguerra, al que los Estados Unidos no pudieron derrocar, enviar la exilio, asesinar, inducirlo al suicidio o a la traición. Hay que ser un zoon politikon –y contar también con la protección de los dioses, vaya uno a saber cuáles– para concitar la lealtad de un pueblo y conformar un gran frente nacional contra Batista, a partir de esos doce sobrevivientes hambrientos que llegaron a la Sierra Maestra; para resistir la invasión a Playa Girón; los múltiples sabotajes y operaciones de la CIA; los seiscientos intentos de asesinato; un bloqueo económico de más de cuatro décadas; la caída del Muro de Berlín; el aislamiento internacional, o el período especial que, junto a otros múltiples obstáculos, debió enfrentar su gobierno durante medio siglo. Nadie ignora que hubo errores y durezas en las políticas de la revolución cubana, y tampoco Fidel lo ignora; el atenuante es compararlos con la historia de las mayorías populares y con el avasallamiento de los intereses nacionales en el resto de los países latinoamericanos durante el mismo período.

Después de sesenta años de intensa actividad, desde esos tiempos del Bogotazo, Fidel renuncia a la presidencia, pero no se retira de la política; simplemente va a continuar haciendo política bajo otras formas. Martí nos decía: “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”; y el Comandante parece dispuesto a concentrar sus esfuerzos en la “batalla de ideas”, porque está convencido de la necesidad de pensar críticamente lo nuevo, en tanto hoy en el mundo no está sólo en juego un cambio de sistema socio-económico y político sino la supervivencia misma de la especie.

* Socióloga.

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