EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Raúl Kollmann
Como todos los años, el acto por el aniversario del atentado contra la Embajada de Israel se convocó “en homenaje a las 29 víctimas”. Es una cifra instalada y que se repite una y otra vez. Sin embargo, la verdad es que en el atentado del 17 de marzo de 1992 las víctimas fueron 22.
- Tres ancianas (Lescano de Albarracín, Eguía Seguí y Meyers) que vivían en el hogar ubicado enfrente de la delegación diplomática.
- Tres albañiles bolivianos (Siles y los hermanos Machado Castro).
- Un plomero paraguayo y uno italiano (Leguizamón y Mandaradoni).
- El presbítero Brumana de la parroquia ubicada a escasos metros.
- Tres peatones y un taxista que justito pasaban por allí (Elowson, Quarin, Lonazzi, Cacciato),
- Seis empleadas de la Embajada (Berenstein de Supaniky, Sherman de Intraub, Susevich de Levinson, Zehava Zehavi, Droblas y la secretaria del embajador, Saientz).
- La esposa del cónsul (Carmón) y dos altos cargos de la embajada, el agregado Benzeev y el ministro Ben Rafael.
El total es 22.
El error es significativo. La cifra de 29 se instaló al principio, enseguida después del atentado, y la investigación encabezada por aquella Corte Suprema ni siquiera se preocupó en contar los muertos. Cinco años después del ataque, en 1997, la Corte delegó la investigación en un secretario, Esteban Canevari. Y tras dos años de trabajo, Canevari llegó a la conclusión de que los muertos fueron 22. Además les puso nombre y apellido. Hasta el sitio oficial de la Embajada de Israel en Buenos Aires registra esa nómina y ese número: 22. Y, como es obvio, en la enorme placa que recuerda a los fallecidos en la plaza de Suipacha y Arroyo aparecen esos 22 nombres. Ni uno más.
Si semejante grotesco se produjo en lo más elemental de una investigación, que es contar las víctimas, puede imaginarse qué ocurrió con el resto de la pesquisa. Nunca hubo un sospechoso ni un detenido. Se dijo que los explosivos estaban adentro de la embajada, se especuló sobre el suicida y sobre un tal Ribeiro Da Luz que, supuestamente, compró la F-100 que había sido de un fotógrafo policial y que se utilizó como coche bomba. En base a incomprobables informes de inteligencia se sindicó como responsable a la Yihad Islámica y específicamente a Imad Mougniyieh, el hombre recientemente muerto en Damasco. Cuando Washington incorporó a Irán al Eje del Mal, el centro de la acusación pasó a Teherán, sin que se presentara evidencia alguna. No hay un solo dato sobre la conexión local ni la forma en que llegaron los explosivos ni dónde se armó la camioneta. Nada de nada.
El gobierno de Carlos Menem no puso el menor empeño en esclarecer el atentado. Los que le siguieron tampoco movieron el amperímetro. La policía y la SIDE fracasaron o directamente no quisieron investigar. Tardaron siete años en establecer que los muertos fueron 22. Y eso es todo lo que averiguaron.
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