Dom 27.04.2008

EL PAíS • SUBNOTA

Cisnes negros

› Por Mario Wainfeld

“La incapacidad de predecir las rarezas implica la incapacidad para predecir el curso de la historia, dada la incidencia de estos sucesos en la dinámica de los acontecimientos.(...) Nuestros errores de previsión acumulativos son tan monstruosos que tengo que pellizcarme para ver que no estoy soñando. Lo sorprendente no es la magnitud de nuestros errores de predicción sino la falta de conciencia que tenemos de ellos”
Nassim Nicolás Taleb, El cisne negro.

Las frases antecedentes aluden a un karma de las narrativas históricas, de las ciencias sociales, del periodismo. Y también de la praxis de las personas de acción. La expresión “cisne negro” la acuñó un granado epistemólogo, Karl Popper. Sinteticemos malamente la idea. Nuestro limitado saber usualmente nos lleva a pontificar que todos los cisnes son blancos, solamente porque eso vemos, mientras ignoramos la existencia de otros, que los hay. De pronto, nos desayunamos de que nuestro discurso era equivocado. Puestos a hablar de cisnes, no parece muy grave. Pero la falta de previsión es más chocante (y a menudo dañina) cuando nos topamos con cisnes negros encarnados en crisis bursátiles, efectos tequila, guerras civiles brutales en parajes pacíficos, caídas del Muro de Berlín, atentados contra las Torres Gemelas, tsunamis, incendios en Nueva Orleáns, aparición de Internet.

Nuestra experiencia está sobredeterminada por acontecimientos que no prevemos, a veces porque son novedosos pero más a menudo porque pasamos por alto datos básicos, que están a nuestro alcance.

Las personas del común suelen atribuirles a los protagonistas de la historia astucias y saberes que no poseen, entre ellos las de dominar las consecuencias de sus acciones. Sin embargo, el impacto de lo inesperado o del error liso y llano es muchas veces determinante.

En afán de recontar el conflicto del “campo”, un menester repetido y ya latoso, tal vez sirva repasar la saga de errores de cálculo y de cisnes negros ajenos a la predictiva de los actores. A ver.

- La movida inicial del Gobierno, las retenciones móviles con nuevas alícuotas, no buscaba un conflicto formidable, sino un modo sencillo, indoloro y veloz de recaudar e incidir en los precios locales. Martín Lousteau fue el promotor de la iniciativa. Hizo un pésimo diagnóstico. Es injusto, todo modo, achacarle toda la responsabilidad como se hace ahora en Palacio, negando la estirpe de un Gobierno que no delega nada ni deja de comprometer a su cúpula aun en medidas más nimias. Javier de Urquiza debería haber pulsado el clima del “campo”, si tuviera existencia real. El oficialismo también pagó caro una carencia estructural, la falta de consulta horizontal: un intercambio con los gobernadores habría podido allegarle mejor prospectiva de los riesgos en ciernes.

- Lanzado que fue el lockout, el primer discurso de la Presidenta fue equivocado y obró un efecto “cisne negro”: construyó una coalición de apoyo al “campo” y le dio oxígeno a la acción directa.

- Claro que esa coalición estaba latente y que quizás un análisis más fino de las elecciones de 2007 y una lectura adecuada de El medio pelo en la sociedad argentina, de Arturo Jauretche, podrían haber suscitado palabras más adecuadas, como las que la propia Cristina Fernández pronunció apenas dos días después. Una rectificación rápida que le hace honor y que fue malamente reconocida por sus adversarios y también por quienes se escriben como comentaristas imparciales.

Pero ni el más entusiasta de los dirigentes “del campo” podía soñar recibir esa mano del Gobierno.

- La radicalidad que fue tomando el piquete también rebasó la previsión de la dirigencia agropecuaria. No estaba en los libros la sinergia entre un colectivo opositor aglutinado de arrebato y el apoyo de los grandes medios a una medida lesiva para muchos ciudadanos.

- La emergencia de los autoconvocados y en especial el liderazgo de Alfredo De Angeli también podrían motejarse como “cisnes negros”. Desbordaron a su dirigencia, la condicionaron a niveles impensados. Le originaron una crisis que se suele escamotear en los análisis pero que seguramente dará para mucho más que el apartamiento del titular de Coninagro.

- La Federación Agraria Argentina, en especial, padece a De Angeli, quien dirime una evidente interna con la conducción institucional, dejándole poco margen en el ágora, pues la corre por izquierda. Nuevamente, no es magia. Se trata de una contingencia que tiene su lógica y sus antecedentes históricos cercanos. La hiperpresencia mediática consolida (cuando no construye) esos liderazgos transitorios de dirigentes de base luchadores, expresivos de la base y dotados de recursos verbales. La CTA ha tenido que manejar situaciones parecidas, nada sencillas para quien tiene una práctica asambleística y un discurso pluralista. Un ejemplo con analogías fue el protagonismo, transitorio pero pujante, que logró Gustavo Lerer, delegado del personal del Hospital Garrahan, militante de un grupo minoritario en la central alternativa aunque muy activo en medio de la huelga y con mucha acogida periodística.

Nuevamente, esos sucesos no son asombrosos. Pero se les escaparon a los protagonistas.

- La ferocidad del desabastecimiento y la intransigencia de los autoconvocados fueron centrales en la pulseada pero, en búmeran, juegan contra el “campo” en la negociación. Esas armas no pueden ser blandidas porque se descuenta el rechazo social y porque la dirigencia sabe que no conducirá la revuelta. Así las cosas, la fijación de un día límite, “la tregua”, pierde eficacia, malgrado (otra vez) el aval periodístico que reciben. El Gobierno, claro está, no quiere (ni debe) aceptar un ultimátum, estaba dado de antemano. Pero los que profirieron las amenazas parecen no estar en capacidad de cumplirlas. Se enfatiza el vocablo “parecen”: nada definitivo se puede afirmar en una columna que da tanto crédito a los cisnes negros.

Las profecías, pues, se ahorran al lector. El escenario se inclina por una consolidación de la negociación, una prórroga de la tregua y una crisis en las organizaciones más contempladas por el Gobierno. El Gobierno ya atraviesa la suya. Por cierto, esa tendencia puede ser desbaratada por cien datos, incluidos los cisnes negros, o la estulticia o la impericia de los jugadores.

Cuando se disipe el humo, el Gobierno debería emprolijar y enriquecer sus planteos. Y renovar sus instrumentos, muy herrumbrados. Tiene más razón, más competencia y más representatividad que sus antagonistas. La presencia pública es cada vez más necesaria, es objetivo el choque de intereses entre los consumidores locales y los productores embelesados con los precios de exportación. Dedicados a preocuparse por “la mesa de los argentinos” los productores se ciñeron a una moción clásica, no muy altruista: exigir el precio pleno de sus materias primas y sugerirle al Gobierno que defienda a los consumidores reduciendo el lucro de otros eslabones de la cadena de valor. En acto, éstas fungen como cadenas de rencores y conflictos. La tarea de conciliar sus intereses con la de los ciudadanos de a pie es endiablada. Zanjarla “a la uruguaya” (cortes populares baratos, carne de primera en euros) es una moción que encontrará torrentes de oposición en un país cuyas clases medias pesan mucho, no son muy solidarias ni se caracterizan por su frugalidad.

En el fragor de su pelea con Mario Guillermo Moreno, Martín Lousteau puso en llaga un déficit de la acción del secretario: los supermercados tienen márgenes fastuosos que pegan derecho en el bolsillo de los consumidores. La opción de Moreno, quizá fértil en su primer tramo, fue querer achicar los precios en el primer eslabón de la cadena, más populoso y debilitado.

En el medio, queda mucha intervención estatal para crear o recrear. Desde la restauración de algún ente similar a las Juntas Nacionales como se hizo por acá. En Canadá, comentan desde las propias huestes del Frente para la Victoria, el Estado compra toda la producción láctea. En París, evoca el cronista, los citoyens que

anhelan comprar en un hipermercado con nombre de encrucijada deben costearse hasta las orillas de la ciudad, cerca de Roland Garros, lo que los induce a apañarse con los mercaditos barriales.

Los países capitalistas de verdad no le hacen asco a la intervención estatal, aunque (cabe suponer) tratan de plasmarla con bisturí y no con cuchilla de carnicero.

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