EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
El cronista visita Entre Ríos, invitado a dar un par de charlas. En viaje desde Concepción del Uruguay a Concordia, muy cerca del destino final, lo frena un piquete. El micro se estaciona, la información llega goteada. Se puede bajar, el clima es piadoso al empezar la tarde: solcito, temperatura templada. PáginaI12 camina hasta el punto del bloqueo, los que determinaron el cierre son los transportistas de granos. Algunos productores chancean con ellos, mientras de consuno prenden fuego a neumáticos: “Hace unos días eras víctima, ahora sos victimario”, bromea ma non troppo un piquetero pionero a un recién llegado. Ambos se parecen, portan la pinta del gringo chacarero, de aire rubión y tez curtida.
El corte puede durar, le indican al cronista, sin agresividad verbal y ofreciendo mate. El cronista llama a uno de sus anfitriones y le propone una solución de emergencia: que lo busque del otro lado del corte, que él recorrerá a pata. Bolsito en mano hace el trayecto, parando de vez en cuando para echarse un párrafo con la gente retenida. El tono general es de naturalización del problema, todos tratan de evitar la bronca y las discusiones. Qué le va a hacer.
Dos recursos, uno clásico y otro contemporáneo, ayudan a pasar el rato y a cubrir las ecuaciones personales. El mate compartido, Borges lo sabía, mide horas vanas. El celular da una mano para avisar a la familia o al laburo, para chusmear o sacar fotos. Seis kilómetros camina el cronista sin agravio para su precaria condición atlética, no ve incidentes ni escucha gritos. Sí se entera por sus contingentes contertulios que algunas escuelas no pueden dar clase. También sabrá luego que hubo agresiones y piñas. Y que la promesa pseudohumanitaria de dejar pasar a las ambulancias fue parcialmente desnaturalizada porque los reclamantes, tal vez más por ignorancia que por malicia, impidieron pasar camiones con medicamentos y uno que llevaba tubos de oxígeno para una emergencia. La ruta está colmada en doble mano o algo más porque las banquinas también rebosan de autos y camiones. Más alejado del corte, se produce el encuentro con el anfitrión que lo levanta a contramano, aprovechando el parate del tránsito.
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Unas monedas por hectárea: En Entre Ríos no hay impuesto a los Ingresos Brutos, se entera el cronista leyendo un informado y aguerrido
diario on line local, Junio Digital (www.diarioju nio.com.ar) dirigido por el colega Claudio Gastaldi. El impuesto inmobiliario tiene alícuotas irrisorias. El Parlamento provincial discute elevarlas pero el Senado está frenando la reforma. El gravamen actual, siempre según Junio, es de $ 0,60 por hectárea. Hagamos cuentas sencillas: serán 60 pesos por cien hectáreas, 600 por mil Ha, $ 6000 por diez mil hectáreas. El debate público expande cada vez la línea de lo que se supone es un pequeño o mediano propietario. Quizá alguien con diez mil hectáreas lo siga siendo... aun así parece una carga fiscal irrisoria.
El Senado que piquetea la recaudación provincial está dominado por la influencia del referente local Jorge Busti. Su praxis concreta explica bastante acerca del neofederalismo exacerbado de la revuelta agropecuaria. Ese reverdecer tiene dos patas: la primera es la impunidad fiscal. La segunda es un discurso egoísta, primitivo en materia política, preestatalista. El Estado nacional es una organización que, entre otras funciones, reasigna recursos entre sectores sociales, entre regiones y entre generaciones. Los neokosovares o neosantacruceños de la Sierra que piden “modestamente” quedarse con la plata que generan, si se mira bien, debaten un principio básico de la convivencia organizada.
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Un baqueano en Peugeot: A la mañana siguiente, el cronista procura volver al hogar, esta vez en auto. El chofer conoce un atajo para gambetear el primer tramo del piquete, que ha crecido exponencialmente. Se abrió un par de veces, pero no dio abasto para que pasaran las multitudes retenidas. Pero en un momento, la experticia del chofer ceja, recae en el atasco de la Ruta 14. Avanza, a trancas y barrancas, topa con un límite final. En ese trance se cruza con un Peugeot rojo, típico parque automotor de provincias: chapa en franca decadencia, aspecto general de mucha baqueta, huero de patente trasera identificatoria. “Seguime”, propone el chofer del Peugeot, que se lanza por un dédalo de caminos y sendas de todo pelaje. PáginaI12 recae en la impresión arrobada que le causó la primera vez que leyó el Facundo y dio con la descripción de las dotes del baqueano.
La minicaravana intenta volver a las 14, la encuentra aún colmada. Vuelve al laberinto domesticado, que combina trechos de tierra, de ripio y hasta de asfalto. Todo está muy seco, minga de barro. Al fin se logra un regreso exitoso a la Ruta 14. El baqueano saluda, se le agradece. Sin pensarlo ni editorializar, PáginaI12 acude a su vocabulario convencional y comparte “¡qué gaucho este tipo!”
En Gualeguaychú hay suerte, justo le toca la hora en que se abre la tranquera. De refilón mira el piquete, mucho más nutrido y connotado que el de Concordia. Más camiones, más vendedores, infinitamente más cámaras y micrófonos. Son los pagos de Alfredo De Angeli, ídolo de los grandes medios que van por un record mundial: tres meses de cobertura generosa sin hacerle una sola repregunta.
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Impresiones y guarismos: El cronista consulta al chofer acerca de cuánto mide el corte. “Por lo menos veinte kilómetros.” Nuevamente, hablamos de un camino colmado en las dos anchas manos y en las banquinas. Algunos micros llegarían con doce horas de demora añadidas a recorridos mucho más breves. Este diario, apurado por volver a su rutina, deja en manos de Adrián Paenza o de algún discípulo la estimación de rodados y personas detenidos. A modo impresionista señala que son muchísimos y las extrapola en cientos de instancias repartidas por todo el país. Se frena todo, se dilapidan alimentos.
Como con el Facundo, al viajero lo interpela un recuerdo de la infancia. Sus abuelos decían que tirar comida (aun el resto de comida en el plato nutrido de una familia de clase media) es un “pecado”. El cronista malicia (sin otro fundamento que la intuición) que la tonante palabra-“pecado” no le venía traducida de su idioma yidish natal ni de su tradición judía sino del imaginario católico dominante en la Argentina. En cualquier supuesto, un pecado es algo tremendo, que afrenta el orden cósmico. Esa afrenta está ocurriendo, de nuevo. Se agrega a millones de horas-hombre perdidas, a millones de ratos de ocio entregados a la voluntad de los reclamantes.
Este escriba no ha hecho una cobertura en regla. Y por lo demás, la crónica no es un género que aspire a la sistematicidad. Pero se siente forzado a añadir que las medidas de fuerza del lockout agropecuario (que ahora hace sinergia con los transportistas de granos) fueron las más agresivas de la historia nacional. Que los trabajadores, ocupados o desempleados, se valieron de esa herramienta pero con mucha más consideración de los derechos y del tiempo de los terceros. Todo un detalle, para redondear un paseo alargado por los pagos del gran Artigas y de Pancho Ramírez.
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