EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Manuela Fingueret *
Según el nuevo presidente de AMIA sólo los religiosos que dicen cumplir con ciertos preceptos medievales son judíos. Aunque no es el Mesías, se asume con derecho a dar veredictos sobre el bien y el mal dictaminando quiénes pertenecen o no a nuestra tribu milenaria. Y como un rey desnudo (según ese cuento maravilloso que no debe haber leído), se considera vestido y dispuesto a ejecutar a quienes contradigan su necedad de creerse vestido. Juez y parte de un judaísmo arcaico, mira al resto de los judíos como si fuera Moisés en el Sinaí, pero a través de sus propios mandamientos fundamentalistas y reaccionarios. El resto de la humanidad no es de su incumbencia y a los judíos que no participamos de sus imposiciones nos quemaría como la Santa Inquisición.
Hay una realidad en la que se juntan dinero, poder, crisis de utopías y una AMIA devastada y mediocre que insistió en que “los trapitos se laven en casa”. Así crecieron estos sectarios. También contribuyeron quienes forman parte de un establishment que hace con ellos buenos negocios y una gran mayoría indiferente a quienes no les importa porque creen que no les incumbe. (Ver El jardín de los Finzi Contini). A todos ellos, les recomiendo la lectura del libro El judío Süs, de Lion Feuchtwanger. Una autocrítica para quienes no fuimos a votar en la elecciones de AMIA, por descreer de una institución en decadencia y poco democrática. Para colmo asumen con la ayuda de la nueva derecha liberal judía (que tiene nombres y apellidos) y a los que, como dijo Borges, “no los une el amor sino el espanto”, además del narcisismo y el poder a cualquier precio.
La AMIA hace rato que ha dejado de ser importante en el mundo judío real, pero no puedo admitir que me confundan con ellos, como argentina, judía y agnóstica que se compromete con el país y el pueblo judío. Y como no me siento parte de ese pequeño mundillo de funcionarios, negocios y otras yerbas, deploro el Sanedrín que asume las riendas de la educación y todos los servicios que brinda la comunidad.
No me ocuparé en esta nota de explicitar las razones por las cuales el judaísmo es justamente una cultura en la cual las preguntas y las contradicciones son más importantes que las respuestas unívocas. Alejandro Borensztein en una emotiva nota lo ha hecho muy bien desde un sentimiento entrañable.
Sólo agrego que estos señores que dicen haber leído el Talmud, cuya virtud principal es que cada generación reinterprete a la luz de su realidad lo que está escrito, no tienen autoridad moral para ejercer el derecho a veto. Nadie la tiene. Algunas anécdotas pintan a estos dueños de la verdad de cuerpo entero.
1) La últimas vez que estuve en Nueva York fui a Brooklyn a visitar su barrio y la sinagoga central. Tenían en las casas y en el templo la foto de su maestro moribundo, al que identificaban con el mesías. No lo podía creer.
2) Cuando los Lubavitch querían vender un edificio lujoso en Punta del Este, convocaron a un conocido intelectual como carnada para atraer mucha gente de dinero seudoculturosa. Picardía de interés económico.
3) No hay ocasión en la que el rabino Grumblat no relacione cada viernes, shabat, altas fiestas o encuentros de diferente índole, la importancia del dinero mezclándolo con el versículo semanal. Vergonzoso.
4) Muchos viven en Israel, no aceptan al Estado judío pero tampoco a los palestinos porque sueñan con la Gran Israel de la Biblia. Y se escudan en esa disidencia para no ir al ejército. Que mueran los otros, los que no tienen carnet de “judíos genuinos”.
¿Esta es la gente con capacidad ética para anatemizar?
Tienen derecho a vivir su fe e interpretar las escrituras como les plazca, de igual modo reclamo mi derecho a vivir el judaísmo a mi manera. Los considero parte de un pueblo cuya rica tradición tiene diferencias, contradicciones, diásporas diversas y relecturas permanentes de nuestros saberes y dudas, por lo que no les corresponde ninguna función superior a la mía. Creo, además, que las declaraciones del señor Borger son antijudías, xenófobas e irresponsables.
Continúe en su ghetto. Los demás seguiremos ejerciendo nuestro judaísmo sin alambradas.
* Escritora-periodista.
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