EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Fernando Krakowiak
El jueves de la semana pasada un grupo de vecinos se reunió en la plaza principal de Gualeguaychú para rezar una oración ecuménica y entonar el Himno Nacional. Monseñor Jorge Lozano encabezó el acto junto a representantes de iglesias evangélicas. Entre los asistentes predominaron hombres y mujeres de elegante sport y adolescentes de colegios privados con su respectivos uniformes. Todos los oradores reivindicaron la democracia y pidieron que se reestablezca el diálogo entre el Gobierno y las entidades del campo para evitar enfrentamientos. Fue un gesto valioso y hasta previsible. Lo llamativo, en cambio, fue la descripción del evento realizada por el cronista de un canal de televisión abierta, la cual vale la pena reproducir de modo textual, al menos en un fragmento:
“Acá se escucharon voces dulces, generosas y calmas que contrastaron con las acusaciones, descalificaciones, agravios y chicanas que se están intercambiando las partes en pugna. Y apareció la gente, la gente que, con la misma amargura y decepción que sienten todos los argentinos porque no se llega a ese acuerdo, vino acá a ser protagonista, porque la gente hasta ahora fue testigo, pero en este acto cívico-religioso rezó para que haya grandeza en las partes que deben solucionar este conflicto. En la plaza vimos a la gente común, testigo preocupado del diferendo. Hombres, mujeres y chicos muy normales que le devolvieron la racionalidad a la realidad; y resultó muy normal verlos expresar su preocupación genuina por la paz y por el diálogo con este reclamo de grandeza. Como están cerrados los oídos y los corazones de los que deben resolver el conflicto, golpearon las puertas del cielo y en nombre de todos los argentinos dijeron: ‘Queremos que haya grandeza y que el conflicto se solucione’”.
Calificar a los presentes en ese acto como “hombres, mujeres y chicos muy normales que le devolvieron la racionalidad a la realidad” deja entrever que quienes hasta entonces habían estado protagonizando el conflicto sufren algún tipo de anormalidad. En otras palabras: no son “gente común”. Una descripción similar había realizado una cronista de un canal de televisión por cable el martes 25 de marzo cuando fue a cubrir el cacerolazo realizado contra el Gobierno. Apenas Luis D’Elía y otros militantes sociales ingresaron a la Plaza de Mayo comenzó a hablar de “grupos piqueteros” enfrentados con “gente normal”. Algún día los medios de comunicación tendrían que explicitar en sus manuales de estilo a quiénes consideran “normales”. Entonces quedarán claros los prejuicios, las estigmatizaciones y la intolerancia que se esconden detrás del “sentido común” que todos los días ayudan a construir.
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