EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Alfredo Zaiat
Durante casi dos semanas hubo decenas de exposiciones en la Comisión de Agricultura de la Cámara de Diputados. Ahora comenzó el desfile por la de Senadores. En esos dos ámbitos parlamentarios participaron productores agropecuarios y los máximos dirigentes del sector reunidos en la Mesa de Enlace. En los ya casi 120 días de conflicto los representantes del campo privilegiado también se han podido expresar con generosidad envidiable en la cadena nacional privada de medios de comunicación. Pese a contar con semejante espacio de difusión para ilustrar a la mayoría de la población, rehén de la angustia provocada por una crisis que sigue sin entender, hay un interrogante, básico y sencillo, que no quieren ni se animan a responder: ¿cuánto ganan?
Con una demora insólita, hace un par de días, unos pocos intentaron, sin mucha insistencia aunque al menos se atrevieron, conocer cuánto ganan los productores agropecuarios que están liderando la mayor protesta del campo de la historia. Está claro que no porque contabilicen utilidades abultadas e ingresos mensuales que ningún trabajador alcanzará en su vida van a estar inhibidos de reclamar por cambios en la política económica y oponerse a la resolución que dispuso derechos de exportación móviles para la soja, maíz, trigo y girasol. Tienen todo el derecho a protestar por lo que ellos consideran injusto. La cuestión es que no dicen cuánto ganan.
Es usual que diversos sectores productivos expresen su disconformidad con medidas que impulsa un gobierno. También lo hacen los trabajadores frente a estrategias salariales de las empresas o del Estado. Cada uno con su estilo, algunos mediante solicitadas o expresiones públicas y otros a través de planes de lucha, exteriorizan sus pedidos y muestran su situación económica. Como explicó el economista Jorge Schvarzer en este diario, “cuando los maestros hacen huelga dicen ganamos 1200 y queremos ganar 1400 pesos”.
En cambio, el campo dominado por la trama multinacional sojera tiene coronita. Cortan rutas, realizan multitudinarias manifestaciones, apelan a la violencia física ante los que no opinan o votan diferente a sus intereses, presionan con el desabastecimiento de los centros urbanos y lanzan uno y otro plan de lucha. Pero nunca dicen cuánto ganan o cuánto más quieren ganar en un país con casi 30 por ciento de la población en la pobreza. Ellos saben que si se supiera no tendrían tanta legitimidad. O, al menos, se revelarían cuáles son los intereses materiales que están en disputa, la confusión sería menor y cada uno sabría con más fundamento qué apoya o dejaría de apoyar.
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