EL PAíS
• SUBNOTA › UNA ROSARINA ATACADA EN LA FACULTAD
“Me pusieron una mordaza, me golpearon y me tajearon”
Por Alicia Simeoni
Desde Rosario
Una escena de terror, una sesión de tortura en un espacio público, en los baños de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario. Ayer Susana Abalo, militante de Mensajeros de Jesús, una de las comunidades cristianas de base, fue atacada a las 9.15 cuando salió de una de las aulas y se movilizó en su silla de ruedas hasta uno de los baños de la facultad. Trompadas, cortes con un elemento filoso, golpes de su cabeza contra la pared del baño, todo en poco tiempo y de manos de una mujer a quien la víctima liga al anterior episodio en el que en su casa la golpearon y vejaron el 21 de agosto pasado. Abalo tiene 47 años y habla de que estos hechos tienen que ver con un trabajo de inteligencia, de que la siguen y de que la mujer que la atacó está entrenada, de que es ágil y tiene fuerza física. “Este es sólo un aperitivo”, le dijo su agresora, que ya le había prometido que le iba a desfigurar la cara. Susana fue atacada en esos pocos minutos en que fue sola al baño porque está acompañada de manera permanente, aunque ella dice que la policía no la cuida a ella y sólo cuida su casa.
“Esto me parece un trabajo de inteligencia, porque el día que se hizo el acto de repudio por la agresión y vejación hacia mi persona del 21 de agosto y por las amenazas que sufrieron otros militantes sociales, el profesor de Derecho Administrativo hizo un comentario en un marco donde se supone que somos todos compañeros, estudiantes, y le valió a él una amenaza telefónica. Quiere decir que alguien que está en la clase aparte hace otro trabajo. Y hay seguimiento. Es muy raro que yo vaya al baño de la facultad, pero hoy (por ayer) tuve un síntoma de infección urinaria, un gran ardor y cuando mi marido Eduardo me dejó en el aula yo esperé que llegaran otras compañeras y me fui, sola, en mi silla de ruedas al baño que está más alejado, sobre el sector de calle Balcarce, porque no tenía monedas para dejarle a la gente que está en la puerta del otro, más cercano.”
–¿Nadie la ayudó a llegar?
–No, pero antes de entrar escuché una voz de mujer que me preguntó si necesitaba ayuda...“No, puedo sola”, dije. Pero no sé si era la mujer que después me atacó. Cuando me senté en el inodoro traté de cerrar la silla para meterla dentro del baño, pero de inmediato alguien la levantó, la cerró y la trató de poner sobre el costado derecho. La puerta estaba abierta y ahí estaba una mujer de frente a mí. Levantó el cesto de la basura, lo puso al otro costado y yo todavía no me daba cuenta. Cuando cerró la puerta me di cuenta y recordé lo del 21 de agosto cuando entró a mi casa y aunque yo en ese momento no tenía los lentes recuerdo el físico, el mismo peinado, porque ella me vejó. Recordé su peinado trenzado, no sé si metido hacia adentro, un cabello castaño claro y bastante más blanca que yo.
Susana habla con voz pausada, ya está en su cama, vendada, se fue del Hospital de Emergencias Clemente Alvarez donde firmó un alta voluntaria. Tiene la cara cortada en varias partes y también sus manos, moreteada, muy hinchada en el párpado superior derecho. Allí recibió una de las “piñas” más fuertes. Es morena y tiene el cabello rojizo. En un momento alardea de sus 47 años, con 5 hijos, el mayor de 30 y siete nietos. Allí en su habitación se siente más protegida y no es precisamente por el automóvil policial que hace la custodia. Están sus cosas y en estos últimos días y pese a la enfermedad que la hace movilizarse en silla de ruedas se sintió con más ganas de estudiar, le faltan 10 materias en Derecho. Será por eso que en un momento señala un cartel manuscrito con el estribillo de “Arriba morocha...”.
–¿Pero esta vez la pudo ver bien?
–Sí, mide cerca de 1 metro 70 y tiene una contextura muy atlética y unos 30 años. Cuando se quedó frente a mí me di cuenta, me pegó una trompada, pero fue doble, a un lado y al otro, aunque del izquierdo no se nota tanto (se toca y hace un gesto de dolor). A izquierda y derecha, como un hombre porque yo no podría hacerlo nunca. Yo recalco y le digo a la policía sobre el entrenamiento y la profesionalidad de esa mujer. Hay que partir de gente que está preparada para eso. Inmediatamente me enredó y me amordazó con cinta de embalar, me tapó algo la nariz porque me costaba respirar y yo vi que en ese momento sacó algo que para mí era un bisturí o una hoja de afeitar. Y como ella acá –lo dice por su habitación– me dijo que me iba a desfigurar la cara, yo quise cubrirme la cara, me tapé y entonces me largó los cortes en las dos manos, cuando me tapé me di vuelta y otra vez me cortó. No sé si el dolor fue grande o yo ya me había entregado y bajé los brazos. De inmediato siento los cortes, el primero el de la frente que enseguida empezó a sangrar, después creo que fue aquí y aquí.
Por momentos lagrimea pero no se detiene, sigue, cuenta más. “Y me dijo ‘esto es un aperitivo’. Mientras tanto, afuera había alguien que golpeaba la puerta despacio, hacía ruido como para avisar si entraba alguien al baño. Cuando terminó conmigo, que me dejó semiinconsciente porque después de cortarme me agarró de los pelos y dio mi cabeza contra la pared del baño, entonces casi me caí. Después me volvió a golpear la cabeza. Enseguida saltó sobre mi silla de ruedas, se paró en los apoyabrazos, se tomó de la pared que da al otro baño y saltó y salió por el baño de al lado. La puerta del cubilete en el que yo estaba permaneció cerrada. Fue muy rápido todo, cuando lo cuento yo lo veo como en cámara lenta. Cuando pude golpear la puerta y gritar entró una chica que entró, salió y la vi como con náuseas, es que yo estaba cubierta por sangre. ¡Dios mío!, yo veía cómo me caía la sangre, por la nariz, dije aquí me destrozaron la cara.”
–¿No hizo referencia a la agresión anterior, a la vejación de agosto?
–No, pero creo que ella se dio cuenta de que la reconocí, porque si bien yo dije en los medios que no, porque con la primera trompada me volaron los lentes, ahora la vi bien.
–Entonces, ¿relaciona a ésta con su anterior agresora?
–Totalmente. Le dije a la policía de la seccional 2ª que vinieron a casa que estoy casi segura de que es la misma mujer. Del HECA salí en cuanto pude porque no me sentía muy segura ya que el médico de guardia dijo “en algo andará” por eso le dieron dos veces y la policía rodeándome. Yo me quería ir. En un momento en que me dejaron sola me saqué el collarín...Tengo custodia domiciliaria, dice entre sonrisas, cuidan la casa. Primero estuvieron de las TOE después cambiaron a la policía provincial.
Nota madre
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