EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Daniel Santa Cruz *
Tenemos la sensación de que existen instituciones que parecen haber estado ahí desde siempre, que forman parte de nuestra vida cotidiana, y a las que no les damos importancia porque las sentimos seguras. Es el caso de la escuela pública. La hemos integrado de tal forma en nuestras vidas, asistiendo a ella primero nosotros y luego nuestros hijos, que no reparamos debidamente en la magnitud de los problemas que la aquejan.
De acuerdo con un informe realizado por la Fundación Centro de Estudios en Políticas Públicas (CEPP), la Argentina se encuentra entre los países que cuentan con uno de los ciclos lectivos más reducidos en la región, producto de proyectar un calendario corto, comparado con otros países, y de sufrir una alta conflictividad gremial. La muestra indica que desde el año 2004 hasta la fecha se registraron cerca de 400 conflictos gremiales docentes. Hasta la ciudad de Buenos Aires, distrito no acostumbrado a los paros, transita hoy el calendario escolar más interrumpido de los últimos años.
Otras mediciones del CEPP indican que el 79,5 por ciento de los alumnos que asisten al sistema público, pertenecientes a grandes centros urbanos, corresponden a los sectores con menos ingresos y que un 5 por ciento de esas familias han optado por cambiar a sus hijos de la escuela pública a la privada. Por otra parte, un seguimiento semestral de las portadas de los principales medios gráficos de la región muestra que en la Argentina menos del 10 por ciento de los titulares están dedicados a la educación y más de la mitad de ellos reflejan conflictos gremiales, denuncias por violencia, por problemas de infraestructura, y muy pocos apuntan a la calidad de la enseñanza. Mientras que en algunos países se habla, y mucho, de evaluaciones educativas.
Algunos gobiernos provinciales aducen la falta de recursos para resolver algunas situaciones en el ámbito escolar, y es probable que esto suceda, como también lo es que decidan privilegiar esos fondos a otros destinos. Por su parte, los gremios docentes luchan, como corresponde, por reivindicaciones laborales en el marco de una contienda con resultados diversos. Pero aun si consiguen satisfacer sus demandas, el éxito implicaría logros para el sector que no impactarían necesariamente en la calidad educativa.
A todos nos preocupa la escuela pública, pero los sectores con capacidad de presión política no reaccionan en su favor como en otras situaciones. Hoy no se vislumbra un efecto “Blumberg” como mereció la crisis de la seguridad ni se advierte un comportamiento solidario como fue con la protesta del campo, donde orgullosamente se decía que “el campo somos todos”. Tampoco reposa en ella una mirada atenta como la que se tiene por la recuperación de los mercados.
Hoy se observa que cesa el optimismo y la sensación de movilidad social que generaba en los sectores medios y bajos pertenecer a la escuela pública; que de a poco deja de ser ese ámbito que solía entrelazarlos. Lentamente algunos padres, los que pueden, comenzaron a llevar a sus hijos a la escuela privada sin que este sector garantice mejores resultados académicos, pero donde los conflictos mencionados repercuten en menor medida. Esta tendencia no es irreversible, pero debemos evitar que esas decisiones construyan en el imaginario colectivo la idea de que la escuela pública se convierta solamente en la escuela de los sectores más postergados. Justamente los que no tienen poder de lobby.
* Coordinador de la Red de Periodistas Especializados en Educación de Latinoamérica. Fundación CEPP.
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