EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Pablo Pineau*
La figura de Sarmiento, una de las más controvertidas de nuestra historia, concita siempre un acuerdo básico: su lucha por la educación masiva. Todo el espectro político e ideológico le reconoce que la escuela pública argentina, uno de los mayores orgullos de nuestro país, es en gran parte obra suya.
Para lograrlo, Sarmiento sabía que algunas cuestiones eran innegociables. Una de ellas era justamente las condiciones laborales y salariales docentes. El sanjuanino sostenía que con docentes mal pagos, obligados a enseñar en edificios en mal estado y sin el acompañamiento oficial necesario (como la alimentación y la ayuda económica para los alumnos necesitados) la tarea educativa era imposible. Y, por eso, no dudó en apoyar las primeras medidas de fuerza de los maestros como una forma más de construir y defender la escuela pública.
Véase el siguiente ejemplo, recuperado por Rubén Cucuzza en varios de sus trabajos. El 20 de noviembre de 1881, las maestras de la Escuela Graduada y Superior de San Luis declararon la primera huelga docente por motivos salariales hasta que el gobierno “nos haga justicia y nos pague”. Sarmiento publicó la carta que le enviaron en el Monitor de Educación Común como una forma de demostrar su apoyo. Y para que su posición quedara clara, agregó que “el Sr. Sarmiento, hoy superintendente de Educación, se siente responsable de haber inducido con su ejemplo, con sus palabras, con sus leyes y decretos a tantos millares de hombres y de mujeres a dedicarse a la enseñanza de la juventud instruyéndose para ello (..) para percibir en cambio de su trabajo lo que no puede hacerse con el último gañán, que es hacerlo trabajar de balde, y en su presencia distribuirse su sueldo entre cobradores, cobachuelistas y empleados”.
No hay duda entonces respecto de qué haría hoy el Padre del Aula. Por eso, el Gobierno de la Ciudad, que gusta ponerse bajo su ala, debería ser coherente con sus posiciones, no tanto obligando a los niños a cantar un himno perimido o impulsando un concurso digno de una oferta de supermercado llamado “El Sarmiento de mi escuela”, sino dando lugar a los justos reclamos y asumiendo que la pérdida de días de clase es su responsabilidad última y no de los docentes. No sea cosa que una noche de esta semana Sarmiento se baje de alguno de los bustos de las escuelas cercanas a la Jefatura de Gobierno, y se dirija a la Carpa de la Dignidad para espetarles desde allí “Burros” a funcionarios y legisladores, como solía hacer desde la presidencia del Consejo Nacional de Educación a quienes se oponían a sus proyectos de creación y sostenimiento de la escuela pública.
* Profesor de UBA y de ENS Nº 2 Mariano Acosta. Presidente de la Sociedad Argentina de Historia de la Educación.
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