Sáb 15.11.2008

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINIóN

Desde el púlpito

› Por Washington Uranga

Más allá de los contenidos –importantes y valiosos de considerar cada uno de ellos–, el tono del documento emitido ayer por los obispos está claramente destinado a situar a la jerarquía de la Iglesia Católica en el lugar de reaseguro ético y moral de la sociedad. El pronunciamiento está escrito sobre la base del convencimiento profundo de que le corresponde a la Iglesia, a través de su jerarquía, ejercer una tarea magisterial que traspasa los límites de la propia feligresía para extender su función docente a todo el espectro de la sociedad. No es secundario que se afirme que “desde los inicios de nuestra comunidad nacional, aun antes de la emancipación, los valores cristianos impregnaron la vida pública”. Y reconociendo que estos valores “se unieron a la sabiduría de los pueblos originarios y se enriquecieron con las sucesivas inmigraciones” es “necesario respetar y honrar esos orígenes”. Para los obispos, la base de la cultura se apoya en valores “que tienen su origen en Dios” y son ésos los fundamentos en los que hay que avanzar hacia un “nuevo proyecto de Nación”. Esta es una de las claves de lectura del pronunciamiento. Es también el convencimiento de la mayoría de los obispos. Piensan a la Iglesia –muchas veces reducida a la jerarquía– como “custodia” de los fundamentos del proyecto de Nación en cuya base están los valores del cristianismo. Sin negar la pluralidad –sostenida en varias partes del texto–, pero sin retroceder un ápice de esta convicción. Así concibe la misión de la Iglesia el titular reelecto del Episcopado, el cardenal Jorge Bergoglio, y en este punto cuenta con el apoyo mayoritario de sus colegas.

El texto no es coyuntural. Venía siendo trabajado desde hacía mucho y generó numerosos intercambios. A propósito del Bicentenario, apunta a debatir cuestiones fundamentales aunque está claro que en varios aspectos no se descuidaron también referencias coyunturales como aquella que menciona la crisis global de la economía o las menciones a los conflictos sectoriales y hasta la inseguridad. Para quienes siguen de cerca los pronunciamientos episcopales de los últimos tiempos no existen elementos que puedan sorprender.

En este marco, el eje de lectura del texto sigue siendo “la deuda social”, que se explica desde la complejidad y, según se afirma, evitando las simplificaciones, pero sin dejar de lado que “el gran objetivo es erradicar la pobreza y la exclusión”. Para lograr esa meta los obispos proponen el camino del diálogo y del consenso, asumiendo el valor de la pluralidad de miradas y rescatando como antecedente el llamado “Diálogo argentino”, la mesa de concertación multiactoral y multisectorial que se impulsó con gran protagonismo de la Iglesia tras la crisis de 2001.

Con mucha insistencia se plantea la necesidad de consolidar propuestas de “políticas públicas”, entendidas como grandes líneas de acción del Estado –“activo, transparente, eficaz y eficiente”– que vayan más allá de la gestión de un gobierno. Hay una clara demanda de construir metas a largo plazo superando las respuestas a las urgencias. Este sería el camino, según los obispos, hacia un “desarrollo integral”.

Si bien no se hace análisis de coyuntura existe una serie de alusiones a cuestiones que la rozan. La inseguridad, la corrupción, las drogas, la violencia, el clientelismo político son algunos de esos temas. La alusión a la necesidad de ejercer “el poder como servicio” y el rescate del federalismo pueden ser las cuestiones que más escozor generen en el poder, si nos atenemos a las molestias que desde el Gobierno se pusieron de manifiesto ante pronunciamientos similares. Hay también reconocimientos respecto de los avances logrados –en lo social y en los derechos humanos– aunque no falta el reclamo de mayor “equidad” y de la reconciliación “que no excluya la verdad y la justicia”.

Hay, sin duda, una buscada generalidad en las afirmaciones que sitúa el pronunciamiento en el lugar de los principios, pero sin evitar que tales consideraciones se puedan aplicar a muchos actores reconocibles de la vida social y política del país. Desde el púlpito los obispos siempre dirán que no se refirieron a nadie en particular y dejarán que otros hagan las interpretaciones. Ese es el lugar conceptual y político que eligen.

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