EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
En una negociación empiojada y compleja, el orden de los factores altera el producto. Hubiera sido letal para la tardía reanudación de las tratativas entre el Ejecutivo y la Mesa de Enlace priorizar las retenciones a la soja. Por una vez, primó una mínima racionalidad común, adelantada en este diario: la actividad lechera y la agropecuaria son los aspectos más acuciantes, las siguen cultivos regionales variados. Esos ejes se discurrieron en las conversaciones reservadas entre Julio De Vido y Hugo Biolcati. El primer saldo, precario, indica que esos paliques no cayeron en saco roto.
Con las confianzas mutuas minadas, con broncas personales añejas, el Gobierno emitió varias señales de distensión. La más fuerte fue no llegar con las manos vacías sino con un haz de medidas, no “cerradas” con las corporaciones “del campo” pero tampoco intempestivas.
La segunda fue el casting de funcionarios presentes que alivió la presencia de Guillermo Moreno. El supersecretario es un factor de irritación para las contrapartes y a esta altura un bajón para casi todos sus compañeros del Gabinete, salvo algunos muy importantes.
Además, se bajaron retenciones a leche y cultivos regionales indicando que no es un tema tabú. Y se comprometió un esfuerzo fiscal de 1300 millones de pesos. El volumen pone coto a las críticas: en una crisis enorme nadie puede ningunear ese paquete de dinero, quedaría expuesto como rapaz e insolidario. Los dirigentes del “campo” lo son pero se esmeran para disimularlo en público.
Los ruralistas ahorraron chicanas durante el encuentro, aunque no lo hicieron antes y empezaron a darse manija en sucesivas declaraciones periodísticas posteriores a la reunión. Asistentes de ambos sectores resaltaron que nadie se ensañó en exhumar cuentas viejas. La dinámica se centró en las medidas anunciadas por el Gobierno. Los ruralistas dijeron de ellas lo mejor, dentro de los márgenes disponibles: que van en el buen sentido pero son insuficientes.
Sottovoce, desde segundas líneas de las entidades se reconoce a este cronista que, si se concretan las movidas dispuestas para la actividad lechera, habrá un alivio marcado para los tamberos
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Otra prueba de tino fue determinar la continuidad en un plazo sensato pero no asfixiante, una semana. En la consabida conferencia de prensa de parado, Hugo Biolcati remarcó que el orden de los factores sigue siendo fundante. Cuando se le inquirió si el martes se tratarán retenciones enfatizó que es preciso dedicarse a la ganadería, antes que nada.
Un común denominador posible, aunque arduo, es una reapertura de exportaciones de carnes más o menos amplia. El secretario de Agricultura, Juan Carlos Cheppi, estudia el eventual impacto de esa reapertura sobre el mercado doméstico, cuentan que sus estimaciones dicen que no producirían aumentos significativos de precios. “Tendríamos que dar vuelta lo que venimos haciendo: permitir las exportaciones y restaurar las restricciones si los precios se desmadran”, confidencia un diputado kirchnerista de ley, que conoce bien la temática. “La única solución es que determinen un cupo exportable, que la Oncaa no joda. Que ellos fijen la cantidad pero que no se altere”, confidencia un líder de la revuelta, que cría ganado.
Si la mesa sigue en pie, ese punto será el próximo. Mantener la instancia viva fue un acierto compartido, un requisito básico inalcanzable durante 2008.
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Otro punto conversado entre De Vido y Biolcati fue refrescado en la conferencia de prensa por Debora Giorgi. Un cronista le preguntó a la ministra qué pasaría si los productores liquidaran la soja que tienen encanutada en silos bolsa. Sin entrar en detalles pero sin eludir el envite, Giorgi apuntó que eso facilitaría las negociaciones. Como en el poker, poner una luz para demostrar voluntad de juego. Una luz millonaria en dólares, claro.
Esa movida permitiría mejorar la recaudación fiscal en lo inmediato, en el corto plazo que estremecía a John Maynard Keynes. A partir de ahí podrían eslabonarse acciones a futuro, aun en temas tabú.
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El lunes Alfredo De Angeli tomó un banco. El copamiento era pura desmesura, reclamando por un mínimo puñado de productores. El tratamiento de la prensa que “aguanta” al campo fue radicalmente distinto al propinado a Luis D’Elía cuando comandó la toma una comisaría. En aquel entonces, los piqueteros pedían que la policía se pusiera las pilas y arrestara al asesino de un militante social, que los uniformados protegían manifiestamente. Esa presión, motivada por un asesinato, fue crucificada durante años. Hubo un trato mucho más suave para un prepotente golpe de mano discutiendo una tasa de refinanciación. La renta empresaria versus la vida de un hombre de pueblo, cada uno prioriza como le parece. Y después dicen que las ideologías no existen.
Volviendo al tema central, la patoteada del Melli parecía augurar un martes oscuro, también vaticinado por declaraciones periodísticas. El clima evocaba tantas jornadas del año pasado, esa pesadilla de zafarranchos de conversación que terminaban en naufragio. Es prematuro hacer vaticinios pero es claro que nada es igual a entonces. El poder relativo del “campo” creció: es la niña bonita de la dirigencia opositora. Ni los jubilados ni los trabajadores dependientes ni los desocupados son el factor común de interés de Carrió, Reutemann, Cobos, Solá, De Narváez y Stolbizer, sin agotar la nómina. “El interior”, los chacareros, han cobrado un protagonismo enorme, monopolizando el discurso productivo alternativo a niveles inimaginables. Ya les tocará a sociólogos y politólogos analizar esa fascinación de clase de buena parte de la dirigencia. A los efectos de esta crónica, basta computar que la cotización política de los líderes del “campo” subió exponencialmente. En una de sus obvias inexactitudes cotidianas, Eduardo Buzzi puntualizó que no concurren a verse con el Gobierno como opositores. Lo son hasta el tuétano, maquinan ser candidatos, miden su intención de voto a diario, son el plato principal del menú opositor. Esa configuración les da fuerza pero les marca algunos topes. Sus propios aliados (candidatos, intendentes y gobernadores) les sugieren que no escalen la pelea. Han ganado mucho terreno, es temerario arriesgarlo agravando el conflicto, volviendo a la ruta.
A su vez, las restricciones mundiales y la sequía fuerzan una agenda interna muy vasta que el Gobierno no puede subestimar. Su deber es aliviar las dificultades de ese estamento de la burguesía nacional, tan incompetente, evasor de impuestos y egoísta como el que más. Pero hay situaciones afligentes que recorren toda la geografía nacional y el estado no puede estar ausente.
Esas variantes conjugan un escenario racional para la Mesa de Enlace, repitiendo conductas similares a las de ayer y anteayer. Prepotear vía los autoconvocados (una agresión acá, una toma de bancos allá), contando con la indulgencia de la cadena privada de medios pero no llevar la violencia más allá. Al unísono, valerse de las medidas que discierna el Gobierno y quejarse de su insuficiencia. De ese modo conseguirían mejoras para sus representados, no se “bajarían” de su pedestal opositor. Y se cuidarían de desestabilizar la situación general, algo recusado aún por sus aliados políticos. Su horizonte deseado es un nuevo Congreso, mucho más permeable, a partir del 10 de diciembre.
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El Gobierno no puede repetir sus errores de 2008. Se empacó en una batalla frontal, centralizando en exceso sus esfuerzos. Convocó a la población a una gesta política, contradictoria con los anhelos dominantes en un marco de crecimiento económico y de oportunidades. Dobló la apuesta reiteradas veces y perdió varias posturas.
En otro contexto internacional, sus principales objetivos son infundir confianza, motivar a la inversión y al consumo. Nada que se sostenga en medio de un combate cotidiano. Su pasado lo adoctrina también a aceptar que, a despecho de las carencias y malicias de los dirigentes, hay sectores sociales y productivos a los que no debe desamparar ni agredir verbalmente.
El proyecto de reflotar el Consejo Económico Social también lo compele a mostrar aptitud para convocar y conducir para el diálogo sectorial y tolerante con las diferencias.
Así, por motivos diferentes, a las dos partes les conviene mantener vigente una vía de negociación, aun a sabiendas de que no habrá acuerdo definitivo ni relajamiento político antes de octubre. Es sensato, es funcional dentro de lo que hay. No vaya a creer que es sencillo de conseguir.
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