EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
La Presidenta habló largamente, dedicando la parte del león de su discurso a la defensa de los gobiernos kirchneristas. A veces el cronómetro indica mucho: el pasado insumió 55 minutos, al presente y al futuro le quedó poco más de un cuarto de hora. Como es su hábito, hizo pocos anuncios precisos, el más llamativo una nueva ley de radiodifusión. Recibió muchos aplausos de su bancada y unos pocos de otros legisladores, pero su modo de exponer no incita a la efusión, que ella misma abrevia para no perder el hilo. Su registro es racional, esta vez fue notoriamente templado en los modos. Desgranó una profusión de cifras, haciendo gala de una retentiva notable y sólo se puso los lentes para leer guarismos de transferencia federal de recursos a Catamarca y Santa Fe. Tiene buenos recursos de oradora, hace cómodo uso de ellos. Prescindir de la lectura es uno de sus blasones, le cuesta algunos errores u omisiones. Seguramente en los próximos días habrá quien descubra un desliz informativo aquí o allá, ya es regla. Dos observó este cronista: rebautizó “Ministerio de Asuntos Sociales” a Desarrollo Social. Y se le chispoteó (tan luego) evocar la reforma del sistema jubilatorio, seguramente la ley más relevante de su Gobierno e hizo falta que se la recordara Eduardo Fellner.
Una alusión a crear todos los instrumentos de intervención estatal necesarios para enfrentar la crisis piropeó a la niña bonita de estos días: la creación de un ente que intervenga activamente en los mercados de productos agropecuarios. No anunció el proyecto, no calló del todo, lo dejó sobrevolando. Hubiera sido atolondrado e inoportuno obrar de otro modo.
Cristina Kirchner habla muy a menudo, era improbable que introdujera novedades sorpresivas en su discurso, no lo hizo. Sus tópicos habituales son conspicuos. Tanto como que el fuerte de las gestiones de la pareja presidencial son los números de la economía, las finanzas y el empleo.
En espejo, también la oposición tiene mucho micrófono cotidiano, sus réplicas se podían imaginar de antemano escuchando a la Presidenta. Una rutina institucional deviene también en cristalización del juego de roles.
En el hiperconversado protocolo de su seco reencuentro con el vicepresidente Julio Cobos se pactó que el ceremonial sería igual al de 2008, el discurso de la Presidenta también fue muy similar. A los ojos del cronista, con calidad, firme defensa de sus banderas y sus logros, mas dejando vacante la caracterización del nuevo escenario local, como consecuencia del colapso capitalista mundial.
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Días de radio: “Vieja deuda de la democracia” tildó atinadamente a la falta de una adecuada ley de radiodifusión. Es incorrecto el rótulo “la ley de la dictadura”, porque la convalidaron sucesivos gobiernos surgidos del voto (incluidos los kirchneristas, hasta ahora) que la empeoraron con varias reformas. Propuestas de reforma abundaron en 25 años, de legisladores de variadas bancadas. Siempre tuvieron el veto (tácito o no tanto) de las grandes empresas de medios, muy aferradas a una estructura centralizada y oligopólica. Confunden adrede la defensa de sus intereses económicos y su poder con la libertad de prensa. A menudo sostienen una contradicción en los términos, un oxímoron: la libertad se sostiene restringiendo el número de emisores. No hay tal, la comunicación democrática debe ser, por definición, polifónica y diversa.
El gran sujeto, por lo general escamoteado, del derecho a la información es el ciudadano común, que debe tener las más amplias posibilidades de expresarse (de emitir, pues), no sólo de ser receptor pasivo de la oferta capitalista, cual consumidor ante una góndola. Y también de tener acceso a la mayor cantidad de información posible, recurso tan mal distribuido como tantas otras riquezas.
Promover un sistema más amigable y promotor de los medios sin fines de lucro, regular un sistema de medios públicos fuerte y no partidista son tareas imprescindibles.
El objetivo debería ser abrir y no cerrar, aumentar el número de voces y no acallarlas. La construcción del consenso previo, una mayoría política y social amplia, será una prueba interesante, debería bosquejar lo que se quiere construir. El Gobierno debería ser el eje de una convocatoria amplia a medios de todo pelaje, comunicadores, trabajadores de prensa, académicos, organizaciones sociales y comunitarias. Pagar una vieja deuda es edificante, tiene sus bemoles hacerlo de un modo congruente.
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Superclásicos: Cristina Kirchner recorrió el espinel tradicional de sus adversarios favoritos: los gurúes económicos, las grandes consultoras, los organismos internacionales de crédito. Destinó un reproche específico a un título de tapa de Clarín de anteayer, desmentido horas después por la Embajada de Estados Unidos. Fustigó la abundancia de huelgas docentes y, en paralelo, les tiró un palo a ciertos gobernantes por decir que no hay plata para los maestros e incitar a reducir los impuestos a los más ricos. Cundió la interpretación de que aludía a Macri (a quien no mencionó), puede ser que pensara en algunos más.
Los cuestionamientos más severos recayeron sobre las entidades agropecuarias y los gobiernos que la precedieron. Tuvo razón cuando recordó al “campo” y sus adláteres que, si rigiera el proyecto sobre retenciones móviles aprobado en Diputados el año pasado, las retenciones a la soja serían menores y habría compensaciones y subsidios ahora inexistentes. Reincidió en un error germinal del Gobierno en ese conflicto cuando acusó al sector de acaparar materia prima sin venderla. Eso sólo lo hacen los productores más grandes dentro de un espectro muy amplio que el oficialismo no acierta en abordar e interpelar en su complejidad.
Sin agresividad, la oradora reclamó a la Justicia mayor celeridad en las causas que investigan violaciones de derechos humanos. Enunció bien: los poderes Ejecutivo y el Legislativo hicieron su aporte, el Judicial está en mora. El reclamo debería ser computado no por el irreductible (y no mínimo) conjunto de magistrados de derechas que harán lo imposible por frenar los juicios. Sí por sus colegas de buenas credenciales democráticas que los defienden en exceso por pruritos corporativos. Y por la Corte Suprema, mucho más eficaz para exigir conductas sistémicas a otros poderes que para imponer sus correctas directivas puertas adentro del Foro.
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Sumas y restas: El núcleo de la retórica presidencial es la defensa de lo hecho, del “modelo”. El cronista piensa que ese “modelo” mostraba síntomas de agotamiento desde 2007 y que, en el actual contexto mundial, necesita correcciones importantes. Es válido revalidar objetivos y logros como la mejora de los niveles de empleo, el crecimiento del PBI y de las exportaciones, el aumento de las reservas, la solidez de las arcas públicas, el protagonismo estatal en la economía. Pero es acuciante recapacitar y registrar que todo cambió. En este año, en el mejor de los casos, habrá crecimiento inercial, arrastre de 2008. Si se conjuran la suerte y la muñeca, se pasará de las tasas chinas al 2 por ciento. No se creará empleo y será difícil evitar la destrucción de puestos de trabajo, el designio es minimizar ese impacto. Así las cosas, un buen tercio de la población que sigue en niveles de pobreza, con empleo de baja calidad o desocupado, no tiene trazas de ascenso social, por ser optimistas, en un año o dos. No innovar, a su respecto, es dejarlos donde están.
Ese núcleo de contingencias, producto en gran medida de las repercusiones internas del colapso del capitalismo central, no agotan la nómina. Pero grafican que, si subsisten los objetivos generales del “modelo” (que son la promesa de este Gobierno que el pueblo votó), los instrumentos para plasmarlos deben ser otros, novedosos. La correlación entre cambio y continuidad respecto de 2003 fue en exceso conservadora desde los albores del mandato de la Presidenta. En el nuevo contexto internacional esa carencia es más notoria.
Algunos medios anticiparon importantes anuncios y luego dieron por desalentada la expectativa que fabularon. Era bien imaginable que, en su estilo, la Presidenta hiciera pocos.
Lejos del tono crispado de otros momentos, Cristina recordó varias veces que fue parlamentaria, de modo afectuoso, y sonrió en la mención a María América González cuando ésta aplaudió uno de sus párrafos. Fueron excepciones: el humor y la caricia no son sus ingredientes más usuales.
Más allá de las interpretaciones, la Presidenta emitió un discurso de infrecuente nivel y acorde con el marco institucional. Un relato organizado y bien articulado aportan al debate, aun para los que lo controvierten. Sería muy injusto (a su favor) comparar la verba presidencial con los pobres intentos de Mauricio Macri para leer con justeza frases con más de cinco palabras, que le complican la existencia.
Ah, sí: Cristina Fernández le dio la mano a Julio Cobos y, para no desentonar, hizo lo propio con Fellner y José Pampuro. El más usual beso en la mejilla para sus compañeros llegó recién al terminar el discurso con los aplausos y silencios de rigor mientras tirios y troyanos salían a buscar micrófonos antes de que empezaran los partidos de fútbol, copando la rutina dominical y el ágora mediática.
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