EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
La carta está firmada por “Luis A. Patti. Diputado de la nación. Preso político”. Contiene disculpas por “no estar escrita con computadora o con máquina porque no me está permitido tenerlas”. Pide el voto, su propuesta se constriñe a la inseguridad, no habla de nada más. No dedica una palabra a levantar los cargos penales de los que es acusado. El represor jamás dice que no torturó, alega (según pasan los años y su situación procesal) que las causas en su contra prescribieron, que no hay pruebas, que no fue condenado.
Se presentaron impugnaciones en su contra bien fundadas, avaladas por organismos de derechos humanos y legisladores de variadas bancadas. Para los dos diarios más grandes del país, el tema no mereció más que un recuadrito. En muchas radios, en cambio, primó la competencia para hablar con el ilustre detenido. Se le confirió la escucha que se retacea a funcionarios oficiales. Nadie lo interrumpió, conductores de buen nivel lo trataron como si fuera Nelson Mandela, poca repregunta, ninguna interrupción. Ningún ministro, ningún diputado que no hayan torturado o asesinado reciben trato similar.
Es rica y compleja la discusión sobre la admisibilidad de la candidatura de un procesado por crímenes de lesa humanidad, pero sin condena porque lo encubrieron normas de facto y democráticas que consagraron su impunidad. El principio general de garantía de inocencia debe ser repensado sopesando la privación de justicia a las víctimas a través de leyes inconstitucionales. El tratamiento judicial debe estar al nivel del problema, pero los formadores de opinión deberían hacerse cargo de la calidad institucional y la libertad de expresión que predican. ¿Los que dialogaron con Patti como si fuera un estadista ignoran con quién hablan, más allá de la cobertura legal que podría llegar a tener? Hummm.
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Elisa Carrió se identificó con Leandro Alem y Raúl Alfonsín. Néstor Kirchner adoptó la liturgia peronista, que gambeteó durante casi cinco años. Ambos son los emergentes más nítidos del “que se vayan todos”, los dirigentes drásticos que rompieron con viejas identidades y transformaron la crispación en bandera política. Hoy vuelven a las fuentes, un dato para considerar.
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Jorge Rivas reasumirá como diputado en la primera sesión que se realice en Diputados, bien puede que sea esta semana. Recuperará su banca sobreponiéndose a sus limitaciones corporales. Enormes son sus méritos personales, lo serían cualquiera fuera su actividad. Pero amerita un subrayado que haya dispuesto volver a la política, la vocación que marcó su existencia. Conmueve la pasión de un militante, máxime cuando cunden tantos advenedizos que hacen de lo público un atajo.
Cuando le toque jurar, un aplauso cerrado lo recibirá. A fe que se lo ganó, en este trance atroz y en tantos años de rodaje en la política. Es un gusto y una emoción anticipar la ovación en estas líneas.
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