Jue 03.09.2009

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINIóN

Equívocos místico-patrióticos

› Por Luis Bruschtein

Hubo generales que siempre entendieron perfectamente su lugar y lo aprovecharon. Pero muchos militares, más ingenuos si se quiere, formados antes de los años ’80, siempre vieron a la sociedad civil como algo ajeno a ellos, incluso hostil, siempre equivocada, siempre banal. Fueron educados así por los otros generales que necesitaban una tropa dócil y con un complejo supremacista sobre la sociedad civil, porque durante más de cincuenta años lo único que hicieron fue usarlos para promover golpes y dictaduras.

Sobre todo entre los militares que estaban en actividad proliferaron ideologías reaccionarias, desde algunas falsamente nacionalistas hasta otras también elitistas pero desde un falso republicanismo. Todas esquemáticas como fórmulas matemáticas, esotéricas por su escasa adhesión a la realidad y a lo conocido y todas basadas en la supremacía de la casta militar, una altura desde la que se podía ver mucho más que desde el llano de los civiles. Lo paradójico es que estas teorías eran enseñadas por civiles.

Cuando alguno de estos militares hablaba de política, profería un galimatías místico, heroico y ascético-patriótico que asustaba o producía risas o no se entendía. Ningún golpe triunfante fue encabezado por este tipo de ideologías esotéricas, pero sus acólitos fueron usados para instalar y defender a todas las dictaduras que hubo en esos cincuenta años. Y todas esas dictaduras tuvieron siempre el mismo signo, que se ponía en evidencia con sus ministros de Economía que no eran nada esotéricos, heroicos ni ascéticos. Y menos patrióticos.

Mohamed Alí Seineldín vivió a caballo de estos equívocos. Con el nombre de un profeta musulmán representó a un católico integrista ferviente, que llegó a decir, incluso, que la virgen le hablaba. Cuando empezaba su carrera, se tomaba tan a pecho la disciplina cuartelera que hasta sus mismos compañeros lo cargaban. Le gustaban las armas y el sacrificio, le gustaba hacer guardias y hasta llegaba a cubrir las que debían hacer algunos de sus camaradas, que lo conocían y se aprovechaban de esa debilidad.

Su última aparición pública, en mayo de este año, en la presentación del libro Estévez, vida de un cruzado, explicó que “hay una guerra entre Dios y el Demonio, que ayer se dio en Malvinas y hoy se da entre Estados Unidos y China”, una guerra en la que “el poder judío” tendría una importancia decisiva. Fue muy duro con el kirchnerismo y aseguró que para triunfar, Argentina deberá tener “gobiernos probos”.

En definitiva fue un falso nacionalista que defendió la dictadura del ministro Alfredo Martínez de Hoz. Algunos de sus aliados fueron Carlos Menem, a quien después confrontó, y el Partido Comunista Revolucionario (PCR), cuya brújula infalible llevó luego a este grupo a aliarse con la Sociedad Rural. En la política del absurdo criollo, Seineldín representaba al sector nacionalista de las Fuerzas Armadas, igual que la Sociedad Rural a los pequeños productores del campo. En esa especie de esquizofrenia sectaria, los equívocos propios son completados por los equívocos de otros, cada quien con su delirio mesiánico de iluminados y complotados.

Seineldín fue un contrasentido, alguien que pensaba que defendía lo que en realidad ayudaba a sojuzgar, una especie de nacionalista-entreguista, igual que un izquierdista de derecha, de los que suelen abundar también. En ese aspecto expresó a un sector de las últimas camadas militares de los años ’70. Ni siquiera fue expresión de las verdaderas corrientes nacionalistas que hubo en el ejército y que fueron representadas por los generales Manuel Savio, Enrique Mosconi o Juan Perón.

Y su celebridad durante los años ’80 no fue más que el pálido reflejo de la decadencia del Partido Militar que lo había formado. Los carapintada fueron nada más que eso. Un reflejo patético y tardío del terror de los años ’70. Los hombres que decían que reivindicaban Malvinas pero que en realidad luchaban por Martínez de Hoz.

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