EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
“Es cierto, los agentes secretos del Estado siempre metían la pata. Ese era el orden normal de las cosas no sólo en la Säpo (la policía secreta sueca) sino también, probablemente, en todas las policías secretas del planeta. ¡Por el amor de Dios, si hasta la policía secreta francesa mandó un equipo de buceadores a Nueva Zelanda para hacer estallar el Rainbow Warrior, el barco de Greenpeace!”
Stieg Larsson. “La reina en el palacio de las corrientes de aire”
Hace menos de un mes, el 20 de octubre, el macrismo escogió una arriesgada táctica para zafar del escándalo derivado del descubrimiento de las andanzas de Ciro James. Al modo del eximio Cassius Clay, quiso defenderse atacando. Cultor de otro deporte rudo, el rugby, el ministro Guillermo Montenegro denunció al gobierno nacional por haberle “plantado” al susodicho espía en su staff de gobierno. La verdad lo tackleó de inmediato. Su imaginería dejaba muchos flancos vacantes: no explicaba el suntuoso sueldo de James, su revista en el Ministerio de Educación, su cercanía con el ex jefe de la Policía Metropolitana, Jorge Palacios, detenido anoche.
Las acusaciones voleadas por entonces incluyeron reproches irónicos al juez Norberto Oyarbide. Montenegro censuró que filtrara información a los medios y no lo tuviera al tanto de medidas que iba tomando. La construcción discursiva se fue desmoronando, el propio Fino Palacios le dio un mazazo cuando reconoció en un reportaje a La Nación haber recomendado a James para la aún nonata Policía.
Ayer, Montenegro parecía otro. Acudió al despacho de Oyarbide, habló de él con respeto y sin sarcasmos. Pasó de la ofensiva a la defensiva más tenaz. Visiblemente incómodo, con aire contrito, narró en conferencia de prensa el pedido de renuncia de Osvaldo Chamorro, pillado en otras andanzas serviciales, de inteligencia. Describió al nuevo defenestrado como “ex subjefe”, seguramente procurando disimular que es el segundo líder de la policía que cae bajo graves sospechas, en un lapso muy breve. Hombre de derecho al fin, consignó que Chamorro no cometió delitos pero que su conducta fue, “cuanto menos, poco ética”. El “cuanto menos”, en boca de un abogado experto, equivale a una apertura de paraguas, casi un equivalente a decir “por ahora”.
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Como toda fuerza de derecha, el macrismo niega la existencia de fronteras ideológicas. Sus espías parecen pensar lo mismo, pues sus pesquisas recorren un espinel variado que tocó al vicejefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta y a un cuñado de “Mauricio”.
Como dice la cita que encabeza esta nota, los agentes de inteligencia son torpes y delirantes, en Francia, en Suecia o acá. Pero la responsabilidad por sus faltas o delitos es del poder político que los comanda. La del macrismo se multiplica porque eligió ese elenco, arrancando desde cero, sin la mochila de tener personal enquistado de gestiones anteriores. Contra sus hábitos, el macrismo desechó culpar al gobierno nacional de sus cuitas. La paranoia tiene sus límites y aun los creativos que guionan a Macri parecen haberse percatado.
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El oficialismo porteño está en su peor momento. Para colmo, le llegan mandobles “por derecha”: el cardenal Jorge Bergoglio cuestionó que Macri no apelara la sentencia que autoriza el matrimonio de una pareja del mismo sexo. El sermón tuvo amplia difusión; confidentes de Palacio aseguran que Gabriela Michetti debió escucharlo de propia voz del prelado, quien la asesora (o –quién sabe– conduce) en materia política.
Todo indica que el efecto dominó (que no será el del Muro de Berlín pero tiene lo suyo) no ha encontrado su final. La relación entre Montenegro y Eugenio Burzaco, designado y aún no asumido jefe civil de la Metropolitana, es pésima. De hecho, compitieron por el cargo que logró el ex juez. El padrino de Burzaco era el espiado Rodríguez Larreta; Montenegro contaba con el aval de Michetti, de quien es amigo personal. Luce difícil que puedan convivir, máxime en medio de este tembladeral.
Otro tópico de la derecha es que “la gestión no tiene ideología”. En sustancia, la suya refuta el aserto: las tropelías de la UCEP y las de sus uniformados favoritos tienen un innegable sesgo autoritario. Para redondear, su manejo cotidiano es entre anodino y malo, caracterizado por el zigzagueo y el retroceso permanente. Muchos hombres de rugby rodean a Macri, los más jugaron en Cardenal Newman; Montenegro lo hizo en Liceo Naval. Sin embargo, su pack retrocede sin cesar y está contra sus palos. Un riesgo adicional los acecha: en el rugby no existe el try en contra, en la política (a las pruebas nos remitimos), sí.
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