EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Rocco Carbone *
“El poder muestra y esconde, y se revela a sí mismo tanto en lo que exhibe como en lo que oculta.” Postulado categórico de Pilar Calveiro que apura a pensar lo que sigue sobre Macri, Mauricio. El jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires sitúa el espionaje en el lugar de la política. En vez de apelar al diálogo erístico (éris: contienda) como forma político-estilística, recurre a prácticas ilegales propias de las tareas de inteligencia. Y con los espías y sus escuchas, que controlan ilícitamente las vidas privadas de funcionarios, empresarios, legisladores opositores, dirigentes gremiales, integrantes de la AMIA y de la colectividad judía, vuelve a ensayar en este país un ademán de tintes horrorosos, enquistando la institución policial (militar, por ende) en la realidad política argentina. De esta manera se perfila como continuador –mediación más o menos ostentosa y sin atenuantes– de la actitud y el carácter violentos de esa política concretada sin ir más lejos en la última dictadura. Palmaria amenaza a la vida política argentina del tiempo presente y por extensión al conjunto de la sociedad. Amenaza criminal que su apellido casi (de)vela si recurrimos a las estrategias lingüísticas propias del habla de los argentinos vía una forma anagramática. De hecho, vesre mediante, Mauricio es Macri y también Crima, cuya sonoridad se codea con la de crimen. El apellido define la función del personaje y por extensión su política. Criminal/crimanal. Tal como los mecanismos y las tecnologías de las escuchas revelan la índole misma de un poder que pretende conocer aquello que se le escapa de las manos. O que se define, respecto de él, de manera opositiva.
Lo que estamos leyendo por estos días –desde las críticas más o menos enfáticas de Página/12 hasta las crónicas pretendidamente descriptivas de La Nación, aunque allí incluso Laborda reseña el “estado de desgracia en que ha caído el gobierno de Macri” y con un categórico liviano le exige que “debería brindar explicaciones mucho más pormenorizadas”– muestra lo que se esconde (y no tanto) detrás de la fachada PRO: limpia, pretendidamente recta y chillonamente amarilla. Evidencia la concepción del poder que tiene Macri. Que se entronca con la concepción del poder ejercitado en gobiernos civiles y militares desde la fundación de la Nación Argentina. Un poder cuya expresión molecular es la institución policial y/o militar (que desde ya comprende a otros sectores de la sociedad). En este marco cobra sentido cabal la función represiva –que se despliega para controlar y que se inscribe dentro de los procedimientos del poder criminalmente entendido– de ese grupo de choque PRO conocido como UCEP, que en ejercicio “legítimo” de la violencia llevó a cabo numerosos operativos de desalojo de ciudadanos sin techo en el espacio público; no siempre en situación de calle, ya que desalojó también varios edificios tomados y centros culturales. Y de la Policía Metropolitana, que al parecer saldrá a la calle “antes de fin de año” (vaya manera festiva de despedir 2009). Los espías y sus escuchas exhiben realmente (en su sentido real) lo que esconde el barniz con el cual se presenta el por ahora jefe de gobierno, quien elige mostrarse como soldado del orden, la (in)seguridad y la civilización. Barniz que recubre un discurso rígido con prácticas autoritarias y francas aristas criminales.
Ante este escenario crispado provocado por Macri –crispaciones de las que no se hace cargo– es insoslayable, hoy como siempre, una nítida alternativa de izquierda con experiencia de gobierno y vocación de mayorías, dispuesta a resistir enfáticamente el corrimiento del sistema político hacia un neoliberalismo excluyente. Y por demás conocido.
* Ensayista, docente Univ. Nac. de General Sarmiento.
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