Dom 01.12.2002

EL PAíS • SUBNOTA

¿Y este auto?

Juanjo Alvarez, el actual ministro de Seguridad y Justicia del gobierno de Duhalde, consideraba vagas, inasibles y sobre todo inservibles como pruebas, las acusaciones del piquetero Luis D’Elía “sobre un auto gris, un auto celeste o un auto amarillo”, orquestando y conduciendo los saqueos en la provincia el 19 de diciembre. Puede que comience a cambiar de opinión al ver las dos fotografías que se insertan en esta página y leer la sugestiva historia que relaciona a este Fiat Spazio con los saqueos de Ciudadela.
El domingo 23 de diciembre, a las 11.30, cuando Adolfo Rodríguez Saa se aprestaba, sonriente, a recibir la banda y el bastón presidenciales, el fotógrafo Daniel Vides, de la agencia Noticias Argentinas, abandonó el Salón Blanco de la Casa Rosada en cumplimiento de una orden que acababa de darle su jefe: “Mirá, aquí dentro somos un montón: yo quiero que salgas y hagas fotos de la Plaza de Mayo vacía; esa es la nota: está por jurar un presidente peronista y la Plaza está desierta”. Salió por la explanada y comprobó que su jefe tenía razón: era un día “peronista” por lo soleado, pero tras las vallas, en torno a la Pirámide sólo distinguió algunos ciclistas, jubilados charlando en los bancos, una pareja descansando sobre el césped bajo la sombra de los árboles y algún curioso suelto mirando hacia la Casa Rosada, como preguntándose qué estaría por depararle el destino a la fatigada República.
Daniel Vides es joven, 34 años, pero ya lleva seis años en Noticias Argentinas y antes trabajó en la Editorial Perfil, o sea que ha tenido tiempo y ocasión para desarrollar el instinto de los buenos reporteros gráficos que descubren rápidamente la anomalía (es decir, la posible “nota”) en medio de la más decepcionante “normalidad”. Regresaba a la Rosada, después de tomar algunas fotos de la Plaza y del reloj de la Legislatura (para el contexto), cuando descubrió el Fiat 174 Spazio blanco con el que se había topado cuatro días antes en los saqueos de Ciudadela. Lo habían estacionado sobre Hipólito Yrigoyen, en la vereda norte que da a la Plaza, a escasos quince metros de la calle Balcarce, donde se ubicaban las vallas policiales.
Evidentemente, se dijo Daniel, era un auto oficial y sus ocupantes debían estar dentro de la Casa de Gobierno, asistiendo a la ceremonia de traspaso de mando que estaba por comenzar. Haciéndose el distraído, se acercó al Fiat y comprobó que la primera impresión no lo había engañado: era el mismo de Ciudadela. El mismo escudo con esa suerte de S estilizada endorado viejo, de suficiente mal gusto como para pertenecer a una agencia de seguridad, las inscripciones en la carrocería semiborradas: LAVALLE 1672 PISO 10 y algo que parecía decir (porque algunos números estaban descascarados) 7ª 0530-37-0531. Además, casualmente, le faltaba la chapa de atrás. Era, sin lugar a dudas, el mismo auto; Daniel estaba dispuesto a jurarlo.
El 19 de diciembre, a eso de las dos de la tarde, andaba yirando por Ciudadela, cuando le pasaron por el celular datos sobre saqueos que estaban ocurriendo en la zona. Enfiló por avenida Gaona y alcanzó a ver cómo saqueaban en una esquina un almacén con fiambrería, del que se estaban llevando nada menos que la heladera-mostrador. Además de los marginales, había otros tipos que habían venido con un Mercedes 608, que es un camioncito de carga. Me llamó la atención que no hubiera prensa. Yo estaba con un teleobjetivo y hacía fotos desde la vereda de enfrente. Algunos vecinos me dijeron que tuviera cuidado. Me advirtieron que me estaban vigilando desde ese Fiat 147 Spazio y allí lo vi por primera vez.
Adentro del auto había tres tipos, que no mosquearon cuando comenzó un nuevo saqueo, esta vez en una mueblería. Rápidamente, como si estuviera todo preparado, un Ford Galaxy se llevó en el techo un sillón de tres cuerpos. Saqueadores de infantería, en cambio, se llevaban sillas y sofás en la cabeza. Daniel Vides seguía fotografiando.
Uno de los sujetos se bajó del Fiat Spazio y caminó hacia el fotógrafo de NA. Era un tipio con la camisa abierta y el pelo cortito, rapadito, joven, de unos 30 y pico a 40. De un metro setenta, aproximadamente. Que tenía “algo” en la cintura. Le dijo, con gran suavidad:
–No saques más fotos. Está mal.
No fue violento, era como una sugerencia, pero resultó más intimidatorio que un grito. Adentro del auto aguardaban otros dos individuos que observaban discretamente la escena. Los vecinos tenían razón: había que cuidarse del Fiat Spazio. Comprendió por qué no había colegas en el lugar. Miró en derredor, buscando el remise que lo había traído, y comprobó aterrado que no estaba. Por suerte lo encontró el rato, no muy lejos de allí: el remisero se había movido del lugar acordado porque unos saqueadores querían enchufarle un colchón en el techo. El chofer resopló aliviado cuando el fotógrafo le dio la orden de partir. Mientras se alejaban, Daniel le dirigió una última mirada al Fiat, sin imaginar que volvería a encontrárselo cuatro días más tarde frente a la Casa de Gobierno.

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