EL PAíS
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“Esto parece Saigón 1975”
Por una extraña casualidad, cuando el diputado santacruceño Sergio Acevedo regresó al quincho, Rodríguez Saa hablaba de la presión de los lobbies y los aprietes de Daniel Hadad para que le otorgara una generosa pauta publicitaria.
–Los periodistas estos son así –decía el Adolfo. –No vieron cómo magnificaron el cacerolazo, pero éstos con plata se arreglan y dicen lo que uno quiere.
Al ver a Acevedo se interrumpió y le preguntó: –¿Qué dice Néstor?
Acevedo, que es introvertido, le contestó con ese estilo seco y abrupto que suelen tener los tímidos:
–Yo le dije que acababas de renunciar.
Lo miró en silencio, con los ojos más desorbitados que nunca. Luego se dirigió a los otros:
–¿Ven?
Y se levantó como diciendo: “Yo les dije, no hay nada que hacer?.
Prometió “regresar en una hora”, pero no lo hizo. Una masa compacta de nubes ennegreció el cielo y el océano, comenzó a soplar nuevamente el aire de tormenta y los dirigentes justicialistas se miraron despavoridos. No tardaron en salir rajando. Ruckauf murmuró:
–Voy a mear.
–Voy a mear con vos –dijo Puerta, lívido.
Pero le costó alcanzar al señor gobernador de Buenos Aires en su fervorosa carrera hacia el helicóptero que los esperaba circulando las aspas. “Rucucu” se había trepado con sorprendente agilidad y Puerta golpeaba la ventanilla con el celular para que no lo dejaran abajo.
–Carajo, esto parece Saigón 1975 –dijo el misionero una vez que logró sentarse al lado del gobernador. Pero Ruckauf, contra su costumbre, no reía. Tal vez porque no le gustó la comparación con los de la embajada norteamericana que huían desesperados ante el inminente arribo del Vietcong.
(...) Una versión, fuerte, indicada que Juanjo Alvarez en persona le había “sugerido” la fuga de Chapadmalal. Se lo pregunté al Secretario de Seguridad, sin muchas esperanzas de una respuesta afirmativa.
–Sí, se lo dije yo –admitió sorpresivamente Alvarez; aunque agregó enseguida–: Carbone, el de la Casa Militar, me dice a mí que la seguridad del Presidente estaba comprometida y que se tenía que ir de Chapadmalal. Me lo dice a mí y después yo se lo digo al Presidente.
Carbone, teóricamente, no había viajado; debía ser el coronel Bohn que se le traspapeló al Secretario.
–Ahora, la verdad... –propuse ingenuamente.
–¿Constituían una amenaza tan importante treinta, cien o doscientos caceroleros?
–Para mí, no. Para mí, no –contestó el Secretario de Seguridad.
Adolfo Rodríguez Saa todavía estaba en Chapadmalal cuando Néstor Kirchner escuchó en su celular la voz cansina de Eduardo Duhalde. Parecía a punto de echarse a llorar. Había acuñado una frase que le fue diciendo, uno a uno, a todos los gobernadores que faltaron a la cita.
–No tengo más remedio que ser Presidente. La Argentina me lo reclama.
Con el santacruceño avanzó un poco más y le ofreció la Jefatura de Gabinete. Kirchner sonrió y se acordó de algunos almuerzos en el club de tenis San Juan. Luego, cortésmente, le rechazó la oferta irresistible.
Al rato se enteró por el Negro Acevedo que Rodríguez Saa había emprendido viaje a San Luis y lo comentó en voz alta para que escuchara su esposa. La senadora, con su estilo intempestivo, interrumpido el diálogo telefónico entre su esposo y Acevedo:
–Néstor, este tipo quiere renunciar y se va a San Luis... ¡¿Cómo que se va a San Luis?! ¡Es el Presidente de la República! ¿Qué va a hacer en San Luis?
Después, cuando su marido cortó la comunicación, dijo como si pensara en voz alta:
–Volvió al vientre materno.
Nota madre
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