Dom 28.02.2010

EL PAíS • SUBNOTA

Agua va

› Por Horacio Verbitsky

Las inundaciones son desde hace dos décadas un factor significativo en la política de la ahora Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Las aguas se llevaron a uno de los intendentes designados durante el menemismo, erosionaron a un jefe de gobierno electo por la Alianza y ahora tienen en remojo a uno de los precandidatos presidenciales de la nueva derecha. Cada uno a su turno goza con las desventuras del siguiente, quien replica con acusaciones por las obras que no realizó a tiempo el anterior. Lo que no abunda es el análisis y la reflexión sobre ciertas condiciones estructurales que explican la recurrencia del fenómeno, agravado por el cambio climático. Hace dos años el Coordinador de la Asamblea Permanente de los Espacios Verdes Urbanos (Apevu), arquitecto Osvaldo Guerrica Echevarría, refutó a los funcionarios que atribuyen las inundaciones a maldades de la madre naturaleza, a que los vecinos sacan la basura fuera de hora o a los adversarios políticos que se dedican a tapar lo sumideros para provocar el caos y llamó la atención sobre un panorama dominado por los “emprendedores inmobiliarios” y sin control por parte de la política. Su análisis se refiere al último medio siglo. En esas décadas, dice, se prolongó hasta en más de 500 metros de su lugar original la desembocadura de los cinco arroyos que desaguan sobre el Estuario del Plata; se impermeabilizó con nuevas construcciones la mayor parte de la superficie absorbente de la ciudad; se redujo la cantidad de espacios verdes, tanto públicos como privados; se construyeron edificios en altura en las zonas cercanas a la costa; se eliminó la obligatoriedad de mantener el pulmón de manzana absorbente; sucesivas obras de repavimentación elevaron en forma ostensible el nivel de las calles; barreras físicas como los paredones del ferrocarril separan zonas inundables de terrenos absorbentes y los conductos de desagote pluvial que conducen hacia los arroyos entubados transportan también líquidos cloacales y efluentes industriales.

Esta permisiva intervención afecta lo que Guerrica Echevarría llama el cuerpo vivo de la Ciudad. Los cinco arroyos de llanura entubados para actuar como pluvioductos tienen poca pendiente y por lo tanto poca velocidad de escurrimiento. Los rellenos sobre la costa que prolongaron su desembocadura alejándola de la costa más de 500 metros de su lugar original retardaron el escurrimiento de las aguas. La construcción en propiedad horizontal, entre medianeras o en torres, impermeabilizó la mayor parte de la superficie absorbente de terrenos privados, al mismo tiempo que se reducía en más de 50 hectáreas la cantidad de espacios verdes públicos, con una pérdida neta de superficie absorbente. Los edificios en altura que se construyeron en las zonas cercanas a la costa requieren cimientos muy profundos, de modo que las excavaciones sobrepasan las dos primeras napas de agua, aquellas con que los terrenos aún absorbentes acumulan el agua y la envían al estuario. Se ha construido así un verdadero dique subterráneo de hormigón que retrasa y muchas veces impide el escurrimiento de las aguas de lluvia. Hace un cuarto de siglo se eliminó de los códigos la obligación de dejar un pulmón de manzana absorbente, con lo cual se perdió su permeabilidad. En los tiempos del empedrado, las veredas eran unos veinte centímetros más altas que las calles. Pero las sucesivas pavimentaciones y repavimentaciones sobre el adoquinado original invirtieron la relación. Salvo la cuneta de hormigón las calles actuales son más altas que las veredas, que se inundan de inmediato. Los largos y continuos paredones que rodean los antiguos predios ferroviarios constituyen barreras físicas entre el agua de las zonas inundables y un gran sector de superficie absorbente. Por último, el colapso de la red cloacal y la falta de plantas de tratamiento de efluentes industriales determinó que en las últimas dos décadas se volcaran en los pluviómetros, lo cual refuerza la contaminación del estuario y reduce la posibilidad de evacuación rápida de las aguas de lluvia.

Aunque profesionales y técnicos de diversa extracción conocen estos procesos, desde el gobierno se proponen megaobras de transporte, almacenamiento y evacuación de aguas de lluvia, que significan gastos extraordinarios e incluso endeudamiento externo. En contraposición a este enfoque, Guerrica Echevarría propone “parar de construir, parar de impermeabilizar y proceder a ejecutar proyectos vecinales como son los de generar nuevas tierras absorbentes en los predios del dominio público del Estado Nacional dentro de la ciudad (ferroviarios, militares, ex Mercado de Hacienda, que suman más de 300 hectáreas) y construir un lago regulador sobre la ex playa ferroviaria de Palermo”.

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