EL PAíS • SUBNOTA
El 56 por ciento de la tierra cultivada de Argentina está destinada a la soja. Según datos del Ministerio de Agricultura, en la campaña 2008/2009 el monocultivo abarcó 17,5 millones de hectáreas, sobre 31 millones que fueron sembradas en todo el país. En la campaña 2010, la soja ya abarca 19 millones de hectáreas. Uno de los pilares del modelo de agronegocios es el agroquímico llamado glifosato, cuya marca comercial más famosa es el Roundup, de la empresa Monsanto, líder mundial del sector.
El glifosato es el agrotóxico más cuestionado de la Argentina, aunque no el único. El químico se rocía en la tierra y lo único que crece es soja transgénica, modificada en laboratorio. El resto de las plantas absorben el veneno y mueren. Las grandes empresas del sector reconocen la utilización, como mínimo, de diez litros de glifosato por hectárea. El último año, los campos argentinos fueron rociados con 175 millones de litros del herbicida, que es el blanco de las denuncias por contaminación ambiental y perjuicio sobre la salud.
La soja transgénica y el uso de glifosato fueron aprobados en 1996 cuando Felipe Solá era secretario de Agricultura de Carlos Menem. El expediente de esa aprobación se conoció recién el año pasado, cuando en este diario Horacio Verbitsky confirmó que no hubo estudios oficiales para determinar la toxicidad del agroquímico.
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