EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
Tal como se anticipó aquí (El parto, 21 de marzo de 2010) el Episcopado Católico procura unificar las posiciones de los grandes grupos empresarios y encolumnarlos detrás de un libreto que suene aceptable a los oídos populares. El lunes 15 de marzo, el Foro “De habitantes a ciudadanos” que conducen el obispo Alcides Jorge Pedro Casaretto y el empresario sojero Eduardo Serantes puso a consideración de sus invitados un documento sobre la lucha contra la pobreza con algunas de las ideas que Hugo Biolcati expuso en agosto del año pasado al inaugurar la exposición anual de Palermo. Estuvieron de acuerdo con firmar el texto la Sociedad Rural, la AEA, la denominada CGT Azul y Blanca de Luis Barrionuevo y algunos dirigentes de la oposición. Pero se opusieron la CGT, la CTA y la Federación Agraria. El éxito fue relativo: firman los grandes empresarios pero no los representantes de los trabajadores. El documento se hará público el martes 14 y vincula inflación con pobreza. Consultado para esta nota, el Secretario General de la CGT, Hugo Moyano, dijo que su central de ninguna manera lo suscribiría, y nadie podría decir que su gremio de camioneros no defiende a sus afiliados del crecimiento de algunos precios. El representante de la CTA en la mesa de Casaretto es el ex embajador en el Vaticano, Carlos Cúster, de estrecha relación con Víctor De Gennaro. Su secretario general Hugo Yasky, quien en septiembre irá por la reelección, tampoco asociará a la central con las propuestas del Grupo Clarín y la transnacional italiana Techint (que controlan AEA) ni con los bancos y los ruralistas de Palermo.
La operación eclesiástica es compleja: por un lado su Comisión Ejecutiva mantuvo un cordial encuentro con la presidente, por otro su ministro político intenta unificar todos los intereses y fuerzas opositoras contra el gobierno y ambos tienen en vista el bloqueo que intentarán en el Congreso contra la despenalización del aborto y el matrimonio no convencional. Con un grado de sofisticación superior al promedio, no golpearán donde les interesa sino allí donde perciben que el gobierno puede ser más débil y la sociedad más receptiva. Llorar por los pobres es más simpático que discriminar a los putos. El discurso del cardenal Jorge Bergoglio contra la crispación (es decir contra los Kirchner, según la unánime decodificación de la prensa militante) fue la respuesta al anuncio presidencial de que el 25 de mayo el Tedeum del bicentenario no se realizaría en la sede capitalina de Bergoglio sino en la diócesis de Luján, a cargo de Agustín Radrizzani, ex colaborador de Jaime De Nevares en Neuquén y con posiciones afines a las del gobierno. En el corto plano táctico la jugada presidencial fue efectiva, ya que privará a Bergoglio del placer sádico que siente cuando puede maltratar a un gobernante desde la superioridad escenográfica del púlpito en una ceremonia de origen medieval, que somete la soberanía popular a una tutela supraconstitucional. Pero visto en una perspectiva menos inmediatista, relegitimó un rol episcopal como parte del poder político e incluso incurrió en el anacronismo de llamar a la Virgen “patrona de los argentinos”, una jerarquía que ninguna democracia secular reconoce. Pero ni esa concesión al rol que la ICAR se arroga sirvió para desmontar la operación que ya estaba avanzando Casaretto y que un vocero de Bergoglio expuso con todas las letras en Clarín del jueves: “En la Iglesia creen que la sociedad está llegando a un nivel de saturación que se acerca peligrosamente a la época en que la gente exclamaba el famoso ‘que se vayan todos mientras que la política se aleja de su noble sentido de servir al bien común”. Esta transparente expresión de deseos no se compadece con la realidad pero prepara para la acción a un sector que se dispone a luchar contra su propia irrelevancia.
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