Desde Washington

La posición que llevará la presidenta Cristina Kirchner a la Cumbre de Seguridad Nuclear que se hará el lunes y martes en el Centro de Convenciones Washington mostrará las dos facetas argentinas en la materia. Por un lado, coincidirá con los países desarrollados en la necesidad de impulsar el desarme y la no proliferación. Pero, por el otro, no quiere que esto sirva de excusa para que las potencias detengan el desarrollo nuclear de las naciones más chicas, que también desean completar el ciclo de enriquecimiento del uranio, pero no para fabricar una bomba atómica. El “doble estándar” que CFK tanto vino criticando al analizar las diferentes exigencias que organismos como la ONU o el FMI dan a los países también corre en materia nuclear. De hecho, en el Tratado de No Proliferación Nuclear las potencias que ya tienen armas nucleares acuerdan que el resto no deberá acceder a fabricar esas armas. Pero en esta cumbre no se hablará de las armas atómicas sino de la energía nuclear civil. Es que como vino demostrando Obama al avanzar en la reducción de armas con Rusia, hoy su preocupación no es el uso que los Estados puedan hacer de la energía nuclear sino que el terrorismo –y los países que cree lo apoyan– pueda acceder a ella. El problema se enmarca en una especie de nuevo boom internacional por la energía nuclear, que años atrás había sido casi abandonada por desastres como el de Chernobyl. Ante la escasez energética, la energía nuclear –que no contamina y es renovable– pasó a ser vista como una solución. De ahí el tironeo entre los países desarrollados y en vías de desarrollo para administrar este nuevo crecimiento en un marco de seguridad. Habrá dos documentos finales de la Cumbre: uno será más político y lo firmarán los presidentes; el oro será una propuesta de acción. Como se esperaba, habrá una alusión a Irán por su negativa aceptar inspecciones y su supuesta intención de alcanzar el arma atómica.