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“Grito por la paz” en un comedor de Villa Soldati
› Por Marta Dillon
“Lo que me gusta de este acto es que es acá en el barrio. Porque a veces una quiere ir a la Plaza pero no tiene boleto ni dónde dejar los chicos”, eso es lo mejor de la jornada por la paz, que convocaron cuatro cultos y distintas ONG, para Joaquina. El acto sucedió frente a ella, en el comedor Los Piletones, el exacto lugar donde va a buscar la cena todos los días. Esta vez, mientras hace la cola, puede plegarse al aplauso de tres minutos que comenzó puntual a las 19 y se apagó antes de que esa apelación por la no violencia se contagiara al resto de la ciudad.
“¿Me fue bien o me arman el diario de Yrigoyen?”, preguntó Juan Carr, presidente de la Red Solidaria y uno de los más activos en la convocatoria que se había imaginado como el primer paso de los actos del 19 y 20. Desde el corazón de la Villa Soldati no era fácil evaluar cuánto se había sentido ese “grito por la paz” con que los organizadores soñaban. Fue un sonido tibio sin embargo, centrado sobre todo en distintas sedes de las comunidades católica, evangélica, musulmana y judía, los cuatro cultos que compusieron una sola oración que pedía “una paz basada en la equidad, sin excluidos ni chicos que fallecen de hambre, en la que se cambie la desocupación por trabajo, la corrupción por la honestidad y la vida por la muerte”. En el escenario que se montó en la puerta de Los Piletones, lo más difícil fue mantener el minuto de silencio que se propuso por las “víctimas de la violencia y el hambre”. Un centenar de niños, habituales asistentes al comedor de Margarita Barrientos, hormigueaban entre los cables coaxiles de los móviles de radio y televisión y pedían autógrafos a cualquiera que hubiera puesto el pie en el tablado.
¿A quién es esta apelación por la paz? “A treinta y seis millones de argentinos”, contestó seguro Juan Carr mientras se tomaba un mate para acompañar el pan simbólico que a su espalda repartía Luis Moreno Ocampo como representante de Poder Ciudadano, una de las ONG convocantes. “Esto no es una cuestión de ideología, esa discusión está muy bien, pero nosotros queremos que al que le quepa el sayo que se lo ponga. Porque tal vez el ideólogo es el que muere o el que mata ¿pero qué tiene que ver su familia? Yo no quiero viudas de piqueteros ni viudas de policías.” No hubo ni de las unas ni de las otras en el acto central, sí el testimonio de una mujer Zuny Cáceres que dijo haber sido invitada a saquear el año pasado y se negó. “No dejemos que justifiquen nada por hambre –dijo Zuny–, porque para la violencia no hay justificativos.” Junto a ella contaron su historia otras dos mujeres: la madre de Juan Manuel Canillas, secuestrado y asesinado; y la viuda de un hombre muerto en un asalto el 26 de junio. “Ese día nos espantamos frente al televisor cuando vimos los piqueteros muertos en el Puente Pueyrredón, pero no sabía que esa misma noche un delincuente terminaría con la vida de mi marido.”
Mientras la cronista de la CNN intentaba sin éxito quitarse las motas de polvo que se levantaban de los pasillos frente a un espejito de mano, Carlos Cúster, como representante de la CTA, el rabino Daniel Goldman, el pastor evangélico Roberto Prieto y Cristina Calvo de Cáritas partían el pan entre los vecinos que, lejos de guardarlo como recuerdo según se había propuesto desde el micrófono, lo mordisqueaban rápidamente. A metros de allí, dentro de un auto que ocupaba casi todo el estrecho pasillo de la villa, las mujeres que acompañaron al sheik Mohsen Alí lo esperaban, pudorosas, con la cabeza cubierta.
Hubo más de medio centenar de actos en todo el país que se sumaron a la convocatoria. En el cabildo porteño fue Jairo quien guió las estrofas del Himno Nacional, acompañado por los periodistas José Ignacio López, Mónica Cahen D’Anvers, Nelson Castro y María Belén Aramburu. En Rosario, Mar del Plata, Resistencia y Mendoza también se reunieron algunos centenares de personas aplaudiendo o haciendo sonar bocinas, aunque esta vez la convocatoria no tuvo la adhesión espontánea que tuvieron otras similares.
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