EL PAíS • SUBNOTA › EL INTERCAMBIO CON EUROPA
› Por Cledis Candelaresi
A pesar del fuerte lobby francés en contrario, todo hace suponer que el Mercosur y la Unión Europea terminarán en el mediano plazo celebrando un matrimonio que hace seis años, cuando se paralizaron las discusiones por un acuerdo de libre comercio entre los bloques, se avizoró casi imposible. Quedará para el futuro definir las condiciones precisas de ese enlace que alimenta la codicia europea por ganar presencia en los mercados sudamericanos, particularmente en el de Brasil. De este lado del Atlántico, la apuesta consiste en conseguir una mayor apertura de las ceñidas fronteras del Viejo Continente que, a pesar de ello, compra más de lo que vende.
En 2009 el intercambio comercial entre las dos regiones arrojó un saldo positivo de 8840 millones de dólares a favor del Mercosur, según un análisis de la consultora Abeceb.com en base a datos oficiales de los cuatro países del bloque. El comercio interbloque involucró montos mayores, tanto de exportaciones como de importaciones al punto de que en el 2007 el superávit había llegado a 16.317 millones de dólares, monto que luego fue mermando por el receso que originó la crisis internacional.
Pero esta ventaja se relativiza con el dato de que mientras el Mercosur compra básicamente bienes de capital y electrónicos, Europa demanda productos primarios, excluyendo del menú a los que tienen más valor añadido. La aspiración de ambos bloques de que el otro abra más sus fronteras para lo que cada uno es más competitivo fue estéril e hizo que en el 2006 la negociación se congelara.
A pesar de su prédica a favor del libre comercio mundial, Europa protege su producción de un modo muy contundente, no sólo con multimillonarios subsidios que incluyen hasta el concepto de garantizar el “bienestar animal” para su ganado, sino con un complejo sistema de aranceles escalares, que suben en la medida en que lo hace la industrialización de un bien (por eso es más fácil venderles un cereal que una confitura). A esto se añaden astutos filtros paraarancelarios, que invocan cuestiones sanitarias para bloquear una compra.
Si ese tratado se concreta, las empresas europeas no sólo podrían incrementar sus ventas de bienes de alto valor agregado a la región, sino también participar en las licitaciones públicas brasileñas, que ofrecen seductoras chances tanto en infraestructura como energía. Otro de los anzuelos –según se convino en las negociaciones informales que tuvieron lugar hasta ahora– está en el rubro automotriz: habrá un calendario para desgravar aranceles y permitir que Europa no sólo exporte autos terminados, sino también sus partes con gravámenes más bajos.
Finalmente, para los europeos un acuerdo interbloque significa consolidar su principio de “multilateralismo” en la organización del comercio mundial, contraria al “bilateralismo” que impulsó en los últimos años los Estados Unidos, con el afán de crear en la región una gran área de libre comercio (ALCA). Si como contrapartida abre genuinamente sus fronteras para los alimentos de mayor valor agregado, el Mercosur se daría por satisfecho.
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