EL PAíS • SUBNOTA › ALFONSINISTAS Y COBISTAS SIGUIERON CON NERVIOSISMO EL COMICIO
La escuela media Juan Pablo Duarte y Diez, en Vicente López, fue uno de los centros de votación de la interna radical bonaerense. Simpatizantes de las dos líneas en pugna convivieron en una paz incómoda.
› Por Alejandra Dandan
La cosa iba de puntos. Dos para arriba, dos para abajo. Hasta que se entusiasmó. “¿Qué quiere?”, dijo Aurora Schamó y el tejido se le cayó en las piernas. “¡Acá lo que va a empezar a volver es la militancia!” Y volvió a tejer. A unos metros pasaban sus correligionarios apurados, buscando las mesas de la Escuela Media 6 de Vicente López para sufragar en las internas. Schamó iba y volvía con el tejido. De la militancia a la crítica de los padrones; de los padrones a quienes tienen intervenido el partido. “¡Yo toda la vida fui alfonsinista!”, suspiró. Y entonces volvió a las internas. “El que traicionó una vez –dijo–, traiciona varias.” No dio nombres. Volvió a tejer.
La Escuela Media Juan Pablo Duarte y Diez se convirtió en uno de los espacios desde donde el ricardismo siguió nerviosamente la deriva de las internas radicales de las tenebrosas tierras del conurbano bonaerense. Pegado al distrito de San Isidro, bastión de Gustavo Posse, aspirante a gobernador por la línea del cobismo, sobre la escuela hacían sombra los fantasmas de un aparato que podía terminar arrastrando los votos hacia el camino de la no renovación.
Ricardo Ortiz era el candidato de Alfonsín, candidato a presidente del Comité del distrito. Durante la tarde pasaba de uno a otro pasillo, de la planta baja a la planta alta de la escuela, midiendo los números. “Y, estamos preocupados”, se le escuchaba decir. “En Tres de Febrero se vota en 19 escuelas; en San Martín hay 16 escuelas habilitadas y acá, donde históricamente hubo ocho escuelas, ahora apenas nos dieron cuatro.”
En su lógica, menos escuelas es más aparato. Cuanto menos escuelas haya disponibles para la interna, decían anoche en el bunker de Alfonsín, más distancia deben recorrer los afiliados. El aparato, de todos modos, traslada a los suyos; el problema son los que llegan por propia voluntad: si tienen que recorrer 200 cuadras, decían, la gente no va a ir a votar.
Esas eran parte de las especulaciones que corrían entre las mesas de la escuela. Que la Junta Electoral, se oía, está manejada por la oposición. Que el partido en Vicente López está intervenido. Que hace ocho años que no se hacen internas. Que hay problemas con los padrones. Que, finalmente, el intendente Enrique “El Japonés” García, radical K, renunciado al partido, decidió darle su bendición a Ricardo Alfonsín, y alguno de sus correligionarios no lo perdonaron.
Que hay problemas. Que hay puntos, como el tejido de Schamó, que hay un tejido que no avanza.
“Pero, ¿de qué renovación me habla?”, decía, bajando las escaleras al trote, Mónica López Tanco, detenida política en los ’70, secuestrada durante un mes y medio en la comisaría 33ª, nieta de un general de la resistencia peronista, alineada con la lista de los cobistas. “Si dice que con la democracia se come, se educa y se vive, como lo hacía su padre, ¡la renovación no existe!”
Ricardo Alfonsín estaba bien lejos. Amaneció en Chascomús, como lo hacía su padre. A las 8.30 gastó más de cincuenta pesos en diarios. Se sentó en el bar de Atalaya, en línea recta a la laguna, leyó los diarios y se fue a votar a la Escuela de Educación Técnica 1, en la avenida Escribano, el centro del pueblo. Cuando terminó, repitió su rutina de campaña: manejó hasta La Plata para ir a poner el cuerpo en los lugares más calientes del conurbano. A las 11 de la mañana se reunió con Miguel Bazze, candidato a presidente del Comité de Provincia, visitaron algunas escuelas de la capital bonaerense y luego entraron al pedregoso territorio de Tres de Febrero.
“¿Viste que no hay ni taxis ni remises estacionados en la puerta?”, decía, todavía parada en la escalera, la nieta de Tanco. Arriba, entre las mesas, hacían números los fiscales de una y otra lista. Que ya votaron 3 mil en todo el distrito, se oyó pasadas las cuatro y media de la tarde a Pablo Zuffinetti, apoderado de la lista de Fredi Storani y Leopoldo Moreau. Explicó que el problema de los padrones no era tal. Que el problema es que se habían depurado porque hacía veinte años que no se hacía. Que se sacaron de las listas a un total de casi 5 mil personas, que entre ellos estaban los muertos, los que se fueron del país y además los que aparecían en dos partidos.
“Mire... yo no le puedo decir demasiado”, murmuraba metros más adelante uno de los ricardistas. La nieta de Tanco ya estaba afuera. Una anciana demasiado anciana se abría paso entre las mesas con un bastón. “Acá la cosa se organizó muy tarde, con poco tiempo, y no tuvimos los padrones hasta último momento.” La mujer del tejido seguía abajo. Otras tres ordenaban el tránsito correligionario en las mesas. “Con los peronistas, la cosa siempre es distinta –decía el ricardista–. Entre ellos se enfrentan, pero después todos arreglan lo mismo. Pero, ¿no le parece que eso no es filosóficamente poco ético? A nosotros nos llaman siempre para salvar las papas: primero Alfonsín, después De la Rúa para frenar a Cavallo. Pero ya sé, claro –dice por fin–. Después terminan diciéndonos boludos.”
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