EL PAíS
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La vida cartonera
Por Horacio González *
La noticia del Tren Blanco de los cartoneros llevando ayuda a Tucumán revela que la vida es inagotable, que el pensamiento sobre el desagravio nunca se agota y que la tragedia argentina tiene una plasticidad profunda e irónica. Revela también que el sufrimiento tiene un rostro que se bifurca en el padecer real y en el ingenio para convertirlo en la literatura fuerte de los débiles. Las sociedades se reconstituyen así, creando hechos inesperados, que nos hacen pensar cuando dejan sueltos en el aire los síntomas de un sarcasmo pedagógico. Diálogo entre las sociedades sumergidas del trabajo y el hambre, entre el equipamiento público derrotado (los trenes) y la imaginación política mordaz, la ayuda cartonera es una sutil elaboración del talento de los despojados, quizás extraída de El Lazarillo de Tormes y otras joyas del pensamiento secreto de las civilizaciones. Los chistes que recorren la historia de la humanidad se basan en profundas paradojas. Por ejemplo, en el colmo de tal o cual cosa, lo que le debería tener o faltarle a las cosas para obligarlas a responder al máximo desafío de que sepamos qué son. El colmo del que no tiene es dar precisamente eso, aquello de lo que carece. Algo que lo contradice y le permite resurgir a partir de una pedagogía poderosa e invisible. Es el don incisivo de los que no tienen don. Los cartoneros son personajes del don y el contradón, trabajan porque perdieron trabajos y hacen cooperativas porque parecen sombras desarticuladas en el teatro pulverizado de la ciudad nocturna.
Son cosechadores sin esperanza en las urbes tenebrosas y complejas donde ya no parece que nos bendigan los frutos de la tierra. Clasifican materiales usados en una operación muy abstracta pero con materiales impuros o ya utilizados. Es un oficio del hambre pero con una densa división del trabajo y una expansión territorial que los convierte en personajes esenciales de las miradas absortas en la etérea crónica de la eclipse nacional. Pero la mirada que cruzamos con ellos alberga una cuota imperceptible de agitada esperanza.
El poder de impregnación del cartón, opaca y maleable moneda del submundo argentino, lo torna pensamiento político de una dramaturgia del hambre. El cartón, como el hambre, es una estación última del vivir precario, en el dolor de la materia que flaquea por la incuria y el desatino de todos. Pero el Tren Blanco, un color absoluto y sin conflictos, que parece exento de compromisos con lo grave, en el colmo de lo que le falta porque le sobra, alude exactamente a lo grave. El viaje de ayuda cartonera a Tucumán, en la larga vía férrea cuya desarticulación acompañó la desarticulación argentina, es el viaje a uno de los corazones del hambre que rearticula el habla social con su ácida pedagogía.
* Sociólogo.
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