EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Atilio A. Boron *
En la sugerente nota de Mario Wainfeld publicada el jueves pasado se dice que “el homicidio del joven Ferreyra debe, necesariamente, reavivar el debate sobre el sistema sindical argentino, la dudosa legitimidad de algunos de sus emergentes, la imperiosidad de reconocer nuevas formas de representación o agremiación, centrales alternativas”. Ojalá que así sea, pero para ello habría que introducir también algunas otras consideraciones para que el debate no termine siendo un ejercicio retórico privado de toda capacidad transformadora.
En primer lugar, señalando la responsabilidad política del Gobierno al haber convalidado –o al menos tolerado– las prácticas patoteriles del gremialismo nucleado en la CGT. La impunidad de que hacen gala sus dirigentes y su irresistible afición por los “aprietes” y las metodologías violentas no es ajena a la decisión oficial de haber consagrado a tan desprestigiado grupo de la sociedad argentina como uno de sus “aliados estratégicos” para sus batallas electorales e, incluso, para “ganarle la calle a la derecha”, objetivo loable si los hay. Pero resulta que esa dirigencia gremial –al igual que el otro aliado estratégico, el PJ– sirve para bien poco: ni aquélla ni éste evitaron que en junio del 2009 Néstor Kirchner fuese derrotado por un advenedizo en la provincia de Buenos Aires así como tampoco demostraron ser capaces de movilizar más gente que la derecha en la crisis de la 125. Con aliados como ésos no se puede ir muy lejos y, mucho menos, conquistar al estratégico electorado de izquierda y centroizquierda que el oficialismo necesita imperiosamente para triunfar en las próximas elecciones presidenciales. Difícilmente logre ese objetivo si sus inescrupulosos aliados se dedican a asesinar militantes de izquierda, engrosando una luctuosa lista en la que, en épocas recientes, sobresalen los nombres de Kosteki y Santillán y el maestro Carlos Fuentealba, vilmente asesinado, como los anteriores, en Neuquén.
Segundo, es bien interesante la equiparación que establece Wainfeld entre el asesinato del soldado Carrasco, que puso fin al servicio militar obligatorio, con el perpetrado en contra de Mariano Ferreyra. Pero es difícil que el desenlace de este último pueda ser la refundación del sistema sindical argentino: Menem pudo hacer lo primero porque, en los ’90, las Fuerzas Armadas se habían debilitado y desprestigiado a un grado extremo y eran un rival muy fácil de derrotar. No tenían ni prestigio ni poder. El sindicalismo cegetista, en cambio, desciende a su mayor desprestigio histórico pero, paradojalmente, convertido en la “columna vertebral” del kirchnerismo. No tiene prestigio alguno pero su poderío es inmenso y sería una suprema ingenuidad suponer que sus presiones y chantajes habrán de detenerse respetuosamente ante el umbral de la Casa Rosada. Es, sin dudas, necesario abrir un debate sobre el modelo sindical argentino, entre otras cosas porque el mismo ha sido –y aún es– altamente funcional al fenomenal proceso de concentración de riquezas y rentas que hubo en los últimos años. Otro sindicalismo jamás hubiera tolerado eso, algo que más allá de ocasionales controversias los grandes empresarios y la burocracia sindical saben muy bien.
De todos modos, habría que decir que el debate sobre la necesidad de reformar el decadente sindicalismo ya comenzó hace rato: la OIT envió varias admoniciones al gobierno argentino instándolo a conceder la personería gremial a la CTA y la misma Corte Suprema emitió un fallo estableciendo que la pertinaz denegatoria de la personería gremial para la CTA es inconstitucional. Pese a ello, la respuesta oficial ha sido el silencio, a partir de la convicción de que con el apoyo de la CGT y el PJ el Gobierno podrá sortear exitosamente el desafío del 2011. Es una apuesta demasiado arriesgada, suicida según algunos, y que desconoce que la única alternativa “ganadora” en la coyuntura electoral que se avecina es avanzar por el camino de profundas reformas económicas y sociales. Sólo que ese sendero no se puede transitar de la mano de tan impresentables aliados, “piantavotos”, como les diría Perón.
* Politólogo y sociólogo.
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