EL PAíS
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En relación con el Estado la gran duda es si ser poder o contrapoder
“Cada asamblea tiene derecho a decidir cómo se relaciona con el poder político. Nosotros recuperamos un predio de manera concertada con el gobierno porteño. Es cierto que cuando nos lo dan, ellos esperan que nosotros nos rindamos a sus pies, pero no lo hacemos. Ocupamos el lugar y lo ponemos a funcionar porque es un lugar público”, explica Inés, de Palermo Viejo. Nora agrega: “Por pedir algo al CGP, bolsones de comida, o lo que sea, no dejamos de luchar contra el sistema, quizá la cuestión es qué cedés en esa relación”.
–No, no tenés por qué ceder nada, simplemente porque uno pide lo que le corresponde—, replica Inés.
Hay, de todos modos, una convicción de fondo que aúna criterios. Nora cuenta, como anécdota simbólica, que el día que la asamblea de San Telmo recibió la factura de agua en el lugar donde está construyendo el comedor, los vecinos empezaron a discutir si había que notificar quién era el nuevo destinatario. ¿Era la asamblea? Finalmente decidieron reportar que era el Gobierno de la Ciudad el que debía pagarla.
Fabio advierte que en la provincia de Buenos Aires el vínculo con la gobernación es distinto, más bien casi nulo. Hubo una aproximación hace un tiempo, pero después que nos sacaron por la fuerza de una sesión en el Concejo Deliberante, se cortó todo diálogo”, relata. Además, dice, un sinfín de amenazas sufridas por los asambleístas, incluso el secuestro de uno de ellos (de Temperley), resintió cualquier posibilidad de relación.
Entonces surge naturalmente la pregunta: ¿las asambleas quieren tomar el poder o constituirse en un contrapoder? La respuesta, por supuesto, no es unívoca. “Hay que pensarlo así: las asambleas están, de a poco, construyendo poder para cambiar el sistema. Es un momento de desestructurar lo existente y generar herramientas para que, tal vez, las usen otros. Para esto la horizontalidad es algo maravilloso”, asegura Andrea. Se trata de generar cambios de criterio, de valores, de formas de hacer política, según señalan varios de los asambleístas. Esto tiene más que ver con la construcción de un contrapoder, de un poder en red, que cuestiona permanentemente y desde todos los rincones el orden existente.
Nora dice que el gran objetivo es “luchar contra todas las injusticias, que las personas puedan sentirse personas”. “Las asambleas –continúa– representamos un primer paso en la concientización de que uno tiene derecho. Una sociedad que concentra la pobreza lo que quiere es gente que no responda por sí sola. Nosotros estamos aprendiendo a responder por nosotros mismos.” Ezequiel tiene la impresión de que “las asambleas definieron hacia dónde quieren ir, y no es un programa con puntos, esto es lo nuevo, aunque me parece que nosotros no tenemos conciencia de nuestro propio empoderamiento”. Es cierto que, meses atrás, algunos caceroleros fantaseaban con encontrar líderes políticos entre sus filas. Esas ideas se desvanecieron, porque además contradicen su lógica actual.
Gustavo entiende que “este poder que crece no puede coexistir con el poder establecido” e imagina que en un futuro “las asambleas pueden tomar el poder”. “En principio responden a una necesidad concreta mucho más que otras organizaciones, reconstruye tejidos solidarios y tiene posibilidades de desarrollar el que se vayan todos”, proyecta.
–Para ustedes ¿qué significa que no se haya ido ningún político, a pesar del “que se vayan todos? ¿Es un fracaso? –preguntó Página/12.
–Para nada, eso es sólo una consigna que representa nuestra forma de pensar. Los que hoy estamos en asamblea sabemos que esto es a largo plazo –respondió Fabio.
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